RAÚL

La verdad termina imponiéndose a la mentira. Una versión libre, en lo accesorio, de Proverbios 20:17 nos llevaría a considerar muy dulce disfrutar del poder con engaños, pero en ese caso se acaba siempre con la boca llena de arena. Este peligro acecha especialmente, de forma perturbadora, al presidente, pues un tal Ábalos se muestra dispuesto a hacer bueno aquello del Evangelio (Lucas 8:17) «porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado…» Ineludiblemente cuando hemos llegado a un punto en que no sabemos si la mediocridad es hija legítima de la corrupción, o la inversa. En cualquier caso han vuelto a temblar los cimientos del sanchismo. El mismo presidente, intentando defenderse, ha puesto en circulación una sentencia algo difusa, pero aterradora. Ha amenazado con llegar «hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga». Por el momento, «el caído», que no muerto, es su alter ego durante mucho tiempo. ¿Y el siguiente? A la vista de la situación los más próximos a Sánchez: Cerdán, Torres, Armengol, Illa, … se encuentran angustiados. Saturno podría verse obligado a devorarlos.

En estas circunstancias extraordinarias escuchamos manifestaciones dignas de figurar en la antología de lo imbécil. García Page, que acaba siendo más paje (sic) que García, cada vez que amenaza con amotinarse contra Sánchez, advierte con solemnidad: «el mayor riesgo del PSOE es que mucha gente termine por no reconocernos como partido de referencia del constitucionalismo…» A estas alturas el peligro no sería ese, sino que mucha gente os conoce ya sin duda, como la mayor amenaza a la Constitución. Pilar Alegría muestra su peculiar contento, porque el gobierno es implacable contra la corrupción e impecable en su comportamiento.

Así se entiende que las huestes sanchistas acabarán divididas en dos grupos: el de los indultados y el de los que van camino de serlo. Ciertamente no es para estar tranquilos. Puente colabora con algunas perlas echando también su cuarto a espadas. Sin embargo lo más repugnante de esta colección de despropósitos, ha sido la aportación de la presidenta del congreso, súbitamente afectada por el efecto Ábalos, con el que tantas cosas había compartido. Y que ahora le provoca asco. Hasta este momento venía demostrando una resistencia enorme a tal tipo de afecciones, incluso cuando ella misma ha sido la protagonista, o coprotagonista, de episodios de la misma o peor naturaleza.

Las acusaciones contra Ábalos le presentan como un titán, él solo «habría sido capaz de obstruir la labor y decisiones en Ferraz, imposibilitar la representación del partido en las instituciones, actuar contra los acuerdos adoptados por la dirección, y menoscabar la imagen de las instituciones socialistas». Por mucho que se haya empeñado en este esfuerzo y lo haga más aún en adelante, y aunque sepa más de lo que dice saber, algunas de estas hazañas resultan casi imposibles. Únicamente el secretario general del PSOE podría llevar a término estos trabajos, propios de Hércules.

Tal vez lo más tranquilizador para el presidente del gobierno, en camino de llegar a las últimas consecuencias, sean las declaraciones del PP avisando de una ofensiva parlamentaria en todos los frentes. Podrían tenerlo fácil, les bastaría con cambiar los nombres de acusados y acusadores utilizados por Sánchez y Ábalos en la moción de censura de 2018 contra Mariano Rajoy. No obstante es de temer que quieran adornarse, recreándose en la suerte y ahí, cuando menos, la tropa del PSOE, y sus medios de comunicación, encontrarán la oportunidad para enredar y confundir a la opinión pública, hasta con riesgo de contagio para alguno de los mismos encargados de la ofensiva. No ha tardado en escenificarse la primera representación conforme a estos supuestos. La doctrina oficial de Ferraz (calle sede del PSOE, no el personaje jefe de la caballería realista en la batalla de Ayacucho) tratará de hacer creer a los españoles, que el caso Ábalos se ha resuelto de forma ejemplar, con claridad, contundencia y transparencia.

Hemos escrito varias veces que esta legislatura podría ser mucho más corta y accidentada de lo que Pedro Sánchez pretende a toda costa. Y, con él, la mayoría de los analistas de toda ideología. No se puede sobrevivir a la mentira permanente y, sobre todo, a sus aliados en el poder. Con amigos como éstos, no hacen falta enemigos. Por una vez, gobierno y oposición coinciden en el mismo mensaje: su propósito de llegar a las últimas consecuencias, caiga quien caiga. Debe ser porque así resultará más fácil que esto se haga realidad.

Tendría mucho de sarcasmo que la fuerza del sino, fatalidad inevitable, hiciera cumplir lo de «caiga quien caiga». De este modo el presidente, sin querer, por una vez habría cumplido su palabra. O lo que es lo mismo, la verdad aunque de forma lenta habría vencido a la mentira.

Artículo publicado en el diario La Razón de España


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