El liderazgo como fenómeno social se ha manifestado en todas las etapas de la historia de la humanidad. Surgió en el mismo momento en que los seres humanos tuvieron que relacionarse entre sí para mejorar su entorno personal y social.

En una acepción general ―no totalmente compartida por nosotros― un líder es cualquiera capaz de dirigir grupos de personas y, a través de su influencia y capacidad de organización, conducirlos hacia la concreción de una visión (hasta aquí estamos de acuerdo) que podría estar despojada de interpretaciones éticas y morales sobre los efectos nefastos que esa visión impone a la sociedad (en esto último diferimos).

Diferimos porque, con base en esta interpretación, un “líder” no esclarecido podría conducir a sus seguidores hacia la destrucción de los valores más sublimes del ser humano, arrastrándolos hasta la perversión de las personas que conducen y de la organización o la sociedad donde actúan. Los ejemplos más penosos de este tipo de “liderazgo” en la historia universal más reciente son, sin duda: Hitler, Mussolini, Stalin y Milosevic, entre otros. Así como ―más cerca de nosotros en términos de espacio y tiempo― algunos tiranos y populistas latinoamericanos, por todos conocidos.

En contrapartida a esta acepción amoral, entendemos el liderazgo siempre como un motor de cambio y transformación que tiene un profundo contenido ético y moral, capaz de ejercer una influencia positiva en el entorno que actúa, especialmente en la sociedad. Este enfoque virtuoso de liderazgo es el que debemos descubrir, promover, desarrollar, practicar y exigírselos a nuestros dirigentes, si aspiramos conducir la sociedad venezolana hacia la libertad, la justicia, la paz, la igualdad y el progreso. Es decir, hacia una auténtica democracia.

Venezuela por mucho tiempo no ha contado con dirigentes políticos esclarecidos y eficientes. Los que han dominado el escenario político al más alto nivel han mostrado pobreza intelectual y pésimos desempeños en las instancias de gobierno para las que fueron elegidos o designados. Este panorama se evidencia por el fracaso de las políticas públicas que diseñaron y aplicaron en el país. No lograron el progreso social que nos proponían y que la ciudadanía esperaba de ellos. En su lugar, nos hundieron en el abismo de una espantosa crisis. Destruyeron el tejido social. Aumentaron las desigualdades. Todo esto, a pesar de la inmensa riqueza que les tocó administrar, la cual fue dilapidada. En muchos casos esa riqueza sirvió para alimentar la corrupción e imponer un sistema perverso que destruyó la economía, con el propósito de hacer al pueblo dependiente del gobierno y aplicarle un férreo control social. Con el fin último de quitarles su libertad y convertirlos en esclavos.

Lo más lamentable es que, a pesar del estruendoso fracaso de la dirigencia gubernamental y el dolor que estos han producido en la población, algunos altos dirigentes políticos de la oposición tradicional no han estado a la altura de sus circunstancias. No han sido capaces de entender la realidad social y la urgencia de resolver esta pavorosa crisis que sufren los venezolanos, y especialmente padecen sus propios seguidores, que, en muchos casos, además, han estado sometidos a la discriminación y a la persecución por pensar y opinar distinto a la ideología dominante.

Algunos altos dirigentes políticos de la oposición tradicional no han sabido aprovechar el inmenso rechazo que ha tenido desde hace más de seis años la clase dominante gubernamental a la que enfrentan. No han sido capaces de actuar como verdaderos líderes. Son orgullosos, arrogantes, poco realistas y autocráticos. No controlan sus egos. No son capaces de rectificar sus errores y aprender de ellos. No admiten ni corrigen sus estrategias fallidas. Son tercos. Se dicen a sí mismos: “Inténtalo y vuélvelo a intentar”, aunque falle continuamente y la evidencia indique que seguirá fallando. Ejemplo de estos errores que han traído frustraciones son soñar con una intervención extranjera que les entregue el poder, insistir en promover la abstención electoral para ilegitimar al gobierno, y la política absurda de abandonar a la gente y sus propios seguidores, entregando sumisamente los espacios de lucha al adversario. Han antepuesto sus intereses partidistas y sus ansias de poder sobre las necesidades de la mayoría que sufre. Han demostrado reiteradamente su incapacidad para construir consensos, ni siquiera entre ellos mismos. De manera sectaria y autoritaria seleccionan e imponen sus candidatos a los cargos de elección popular. En sus propios partidos no practican la democracia interna. No respetan los auténticos liderazgos locales. Designan a su propia dirigencia media entre sus amigos que le son incondicionales, castrando la posibilidad de que surjan nuevos líderes, y potenciando los cogollos que concentran la toma de decisiones. Cuando surgen nuevos líderes internos que entusiasman a la población por sus buenas gestiones públicas en los espacios donde actúan, pero que no forman parte del cogollo y tienen una interpretación diferente de la estrategia para construir la visión compartida, estos altos dirigentes hacen todo lo posible para liquidarlos políticamente. Llegan al extremo de construir matrices mediáticas que falsean la verdadera conducta y el desempeño del nuevo liderazgo que va surgiendo. Los ven como potenciales adversarios internos. Prefieren defenestrarlos que incorporarlos para incrementar la capacidad de lucha colectiva, que potenciaría la posibilidad de lograr la visión compartida por todos. Rechazan la elección de los líderes mediante primarias, porque temen perder su posición de poder.

El resultado de esta conducta ha sido el rechazo mayoritario de la población hacia los partidos políticos y sus dirigentes. En encuesta realizada por Datincorp antes de las elecciones del 21 de noviembre de 2021, sus resultados mostraron que 43,8% de los entrevistados opinaba que los partidos políticos en Venezuela “deben desaparecer” y dar paso a nuevas organizaciones políticas. 29,9% señalaba que “deben transformarse por completo porque no sirven” y apenas 18,9% considera que “están bien”, pero “necesitan algunos cambios”.

Sobre el liderazgo político venezolano, en esa misma encuesta, los ciudadanos fueron interrogados respecto a si confiaban en los dirigentes para solucionar la crisis del país. Solo 14,3% contestó que confiaba mucho; otro 36,1% que confiaba muy poco, 47% no confiaba nada y 2,6% no sabía/no opinaba.

Lo más grave de todo en la actuación de cierta oposición tradicional es que su dirigencia no ha sido capaz ni siquiera de ponerse de acuerdo en algo tan lógico y simple como es unirse para enfrentar democráticamente al gobierno y derrotarlo. La oposición cuenta con una contundente mayoría revelada en las elecciones parlamentarias de 2015, Ratificada por la suma total de votos obtenidos por todos los partidos que adversan al gobierno en las pasadas elecciones del 21 de noviembre de 2021, en las que no fueron capaces de ir unidos. Votación que fue superior a la obtenida por el partido de gobierno y sus aliados. Esto, sin considerar que la unidad de los partidos de oposición produce un efecto sinergético que anima al electorado a votar. Reduce la abstención y el resultado final es incrementar dramáticamente la votación opositora, tal como quedó demostrado en las elecciones regionales del 9 de enero de 2022 en Barinas. La oposición obtuvo una ventaja de 35.267 votos, que representó una diferencia de 14%, cuando 6 semanas antes la diferencia a favor de la oposición fue de menos del 1%. Si extrapolamos este resultado, pudiéramos inferir que la oposición tradicional torpemente no ha sabido interpretar y tomar las decisiones correctas en los momentos definitorios.

Con esto queda demostrado que Venezuela carece de un liderazgo esclarecido tanto en el gobierno como en la oposición. ¿Cómo resolvemos esta enorme carencia de liderazgo virtuoso en Venezuela?

En primer lugar, el país ―es decir, sus ciudadanos― debe recocer al liderazgo virtuoso que existe en aquellos políticos que han demostrado con sus acciones encajar en los aspectos más importantes de lo que podríamos llamar las principales características de un auténtico líder. Así mismo, promover, desarrollar, practicar y exigirese liderazgo virtuoso a aquellos que aspiren a ser nuestros dirigentes. Al respecto, hemos tomado como referencia las ideas de John Maxwell sobre el tema de liderazgo, escritas y plasmadas en sus más de 50 libros que han sido traducidos a 50 idiomas. Maxwell es autor de varios libros best sellers del New York Times. Fue nombrado experto en liderazgo # 1 en el mundo por la revista Inc. en 2014. Fue nombrado como el gurú de liderazgo más influyente del mundo durante 8 años consecutivos por LeadershipGurus.net. Para Maxwell, las características que debe tener o debe desarrollar un líder son:

  • Conducta intachable en lo personal y en lo público
  • Disciplinado, se exige a sí mismo y mejora constantemente
  • Juzgado por sus aciertos
  • Capaz de escuchar atentamente y rectificar sus errores a tiempo
  • Con prestigio ganado por su impecable actuación pública y privada
  • Capaz de controlar su ego y elegir lo mejor para el beneficio de todos
  • Ejercer su poder y su influencia para aprovechar el poder de muchos y ponerlo al servicio de todos
  • Capaz de someterse al liderazgo de otros para ser más humilde y eficiente
  • Evitar la rivalidad y promover el trabajo en equipo
  • Ser responsable mientras otros se excusan
  • Ver oportunidades donde otros ven limitaciones
  • Ejercer liderazgo y ser capaz de juzgarse a sí mismo
  • Ser líder, aunque no tenga un cargo
  • En síntesis: ser honesto, virtuoso, responsable, coherente, humilde y vivir para servir.

Cabe destacar que no todo está perdido. El futuro se vislumbra muy positivo. La oposición tradicional que se ha equivocado de estrategia, tiene la oportunidad de rectificar y de aprender de la actuación del nuevo liderazgo. Un líder debe aprender de sus errores. Por su parte, la nueva oposición que ha surgido tiene el deber de ser amplia, muy humilde y promover la unidad de todos. Esa unidad que nos conducirá hacia la libertad, la justicia, la paz, la igualdad y el progreso.

Por otra parte, el gobierno tiene el deber de promover un ambiente de concordia y de paz que permita el entendimiento de todos los factores políticos.

En próximas entregas profundizaremos en estos y otros temas sobre liderazgo.

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