Dune: parte 2 explora nuestro desierto de lo real, funcionando como caja de resonancia del mundo actual. El filme propone un diálogo sobre tres temas candentes: el culto mesiánico, el actual desencanto superheroico y el desmembramiento de un universo imperial, al borde de una guerra.

Denis Villeneuve dirige una película cismática en Dune: parte 2, probable cumbre de sus investigaciones formales, temáticas y dramáticas. Expande su visión del doble, referida en títulos como Enemy y Prisoners. Constituye su máxima contribución al género de la ciencia ficción.

Por tanto, supera el diseño infantil y generalmente cursi de la estética de Star Wars. El realizador, incluso, se deslinda de la herencia barroca de Lynch y Jodorowsky, oponiéndoles un minimalismo de corte brutalista, donde las dimensiones colosales se tragan al hombre.

Dune: parte 2 no estará exenta de polémicas, entre los refutadores del director. Encontrarán en ella una pantalla para profundizar en lecturas críticas sobre su extrema gravedad y enfermedad de importancia.

No obstante, se sorprenderán del grado de autoconciencia del largometraje, pues se trata de la cinta con más humor negro del realizador. Una gracia desarrollada por la destreza de los actores, de la talla de Josh Brolin y Javier Bardem, dos de los alter egos del demiurgo.

La película compendia los sistemas de los que se abastece la obra del creativo: una teoría de autor, apoyada por otra de intérpretes y productores de alto vuelo, como la casa Warner-Legendary, responsable por la consistencia de la distopía y por lograr secuelas históricas.

A propósito, como le gusta al profesor Héctor Manrique, Dune: parte 2 contiene el rigor de las grandes tragedias griegas y shakesperianas, como un Hamlet de cinco actos, cuyos actores se baten a duelo con las armas del diálogo, de un parlamento inteligente como de Juego de Tronos.

Dune: parte 2 se vale de la experiencia de veteranos y nuevos talentos de Hollywood, en un casting de estrellas con escenas de Oscar. Evoca los repartos de secuelas épicas como El Padrino 2 y El Caballero Oscuro, hablando de la caída de una república, a la forma de Episodio 2.

La película permite establecer una lectura geopolítica acerca de los conflictos de poder que se presentan en el milenio, entre civilizaciones y naciones enfrentadas por ideas dogmáticas, por radicalismos y conspiraciones, fanatismos centrados en liderazgos manipulados.

Dune: parte 2 decepcionará a los que busquen un simple refugio o un escape de la realidad, procurándose un soma o una pastilla de la felicidad en 8K. El guion toma lo mejor de las novelas de Frank Herbet, para cuestionar los mitos del profeta y los perfiles de las casas en pugna.

Por eso, Dune: parte 2 cincela el Paul Atreides más dark y apegado al espíritu rupturista de la novela, que considera al personaje no un Luke Skywalker, sino más bien un Anakin con matices al borde del delirio y el complejo de grandeza.

Un protagonista con múltiples dimensiones y facetas, que puede procurar el bien, pero al mismo tiempo decantarse por ideas pragmáticas que lo corromperán. El poder no es cosa de débiles, y si desea mantenerlo tendrá que elegir y decepcionar en el camino.

En tal sentido, Dune: parte 2 destaca del promedio del mainstream, porque no permanece atada a una solución condescendiente y falsamente esperanzadora. Al contrario, la cinta traiciona un poco el ánimo del espectador, al confrontarlo con un espejo de su mundo a la deriva.


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