Por Lonis Chacón

Pensar en la formación docente del porvenir implica reencontrarse con lo humano, lo sensible y lo inteligible, que había sido distanciado en nombre del progreso de la humanidad. Sin embargo, la sensibilidad, el afecto, la emoción, la alegría, la pasión, así como el respeto por la naturaleza y por el semejante, constituyen temas para el debate en las ciencias de la educación. Silenciados durante mucho tiempo por improductivos, lo que contribuyó de hecho a la destrucción de la naturaleza y del ser humano, ellos abren las puertas al conocimiento complejo. Por ello, se busca el perfeccionamiento del ser docente como ser, no solo como sabiduría, sino como la necesidad de sobrevivir al caos creado.

Se piensa en una formación docente hacia el interior de sí mismo, que no esté dirigida solo por las instituciones, ni el Estado sino por los mismos docentes, o sea, dirigido a la persona, a apelar a su condición humana, como condición natural de cada ser. Esto favorece la problematización de la libertad como autonomía de voluntad de poder; y por consiguiente está libre de constricción institucional y de una conciencia constituida por el gobierno de los otros. Donde la categoría abstracta de pueblo se disuelve en el Estado, bajo esta nueva mirada queda como un elemento de sentido de participación, soberanía, manejada sobre conceptos de respeto, compromiso, responsabilidad y el reconocimiento por el otro y los otros, que van resignificando la nueva realidad.

Coincido con Locke, citado por Rojas (2010), cuando “sostiene que el individuo no existe para el Estado sino para sí mismo” (p. 119). Por lo tanto, no hay riesgo, ni posibilidad si la formación docente sigue estando solo dentro del Estado y del claustro ilustrado, desde donde se engendró en la modernidad. Es necesario hacer una ruptura con esa formación desde afuera, es emergente rescatar la formación hacia el interior, como estética de la existencia, cuidado de sí, donde destaca su esencia: el ser.

Los principales protagonistas para lograr la transformación de la actual crisis civilizacional y revitalizar la sociedad son los docentes. Estos deben desarrollar la responsabilidad estética en su labor, siendo sensibles, rescatando la condición humana, reflexionando y aprendiendo permanentemente de su praxis. Pérez (2015) afirma que necesitamos auténticos docentes, porque cada vez más se tienen profesionales de la docencia graduados de licenciados, profesores, magíster y doctores, pero escasean docentes sensibles, capaces de asumir su profesión con el compromiso de una tarea humanizadora, como un proceso de desinstalación y de ruptura con las prácticas rutinarias basadas meramente en la razón instrumental.

Por lo tanto, es emergente una formación de docentes,y otra capaz de desarrollar en ellos una mayor sensibilidad, responsabilidad y compromiso por el otro y los otros. Si asume el cuidado de sí, como autoformación y actualización permanente, reflexiona sobre su praxis, se autoevalúa constantemente, medita y logra encontrarse consigo mismo: su ser, su espiritualidad.

Este camino incierto convierte a la antropoformación en una posibilidad de sentido, en la búsqueda del conocimiento y la transformación del ser docente que nuestra sociedad necesita, capaz de enseñar la condición humana, no como imposición externa sino siendo un auténtico ejercicio de ciudadanía en la busca del bien común.

Nietzsche (2000) como uno de los críticos más incisivos de la filosofía tradicional, brinda una visión sobre la concepción del ser docente, en su obra:El porvenir de nuestras instituciones educativas. Ya en esa época reclamaba a las instituciones alemanas porque formaban un hombre de cultura degenerado, en virtud de que los seres habían nacido para la cultura y lo habían educado para la no cultura. Este pensamiento nietzscheano abre un horizonte de posibilidad para pensar en una formación docente en clave antropológica, ética y estética del ser humano, donde surja la voluntad de poder autoformarse como necesidad intrínseca del ser, fuerza fecunda de vida, para llegar a ser.

Una formación docente universitaria, dedicada a la profesionalización para graduar docentes y otorgarles títulos, con el dominio de técnicas y procedimientos, es insuficiente en la contemporaneidad, es necesario pasar de una arquitectura de consumidor de conocimientos a productor de conocimientos y transformador de su entorno. Una formación y otra complementaria dirigida hacia el interior de sí mismo, despliega su sensibilidad por el entorno, por lo que le pasa a él, al otro y por los otros es un sujeto docente, que está constantemente regenerándose, reparándose y reconstruyéndose una y otra vez. Ese carácter no fijado del ser docente, si no es parte de su constante constitución, haciéndose a través de las experiencias de vida y su formación, le abre la posibilidad al docente de crear su propio ser, la creación de sí mismo: la autopoiesis. Esa sería la formación docente ante el porvenir.

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