En un mundo en el que las palabras y las expresiones suelen tener connotaciones diferentes en atención a su contexto, no es difícil entender que existan algunas que en uso e ideario cotidiano se vayan apartando de las nociones y evocaciones originarias y esenciales, entre las que de manera muy personal y también por muy individuales razones ubico la de «caballero».

Decenas podrían ser las personales aproximaciones hacia esas ideas de «caballero» y «caballerosidad», empezando por mi propio apellido materno, «Cavalieri», que en italiano es «Caballero» en plural, lo que tal vez de alguna aproximación onomástica pudiera resultar que algún antepasado haya ejercido el tan interesante oficio de la «caballería», lo cual sería bastante probable, y allí encontraría alguna explicación a mi particular fijación por los temas de los templarios, las cruzadas, la Edad Media, y otros similares, tal es esa fijación que incluso en una vez me dio por investigar derecho procesal medieval y los hallazgos y conclusiones fueron algo fuera de serie.

Ser un caballero, nos evocará muy distintos significados, desde simplemente alguien de sexo  masculino, o una persona sumamente refinada en gusto y comportamiento, atento con la damas, representación y ejemplo a seguir de decoro y respeto, hasta aquellos de cascos y armaduras que inspiraran historias y libros de caballerías y personajes con  grandes enseñanzas. Baste recordar al famoso Alonso Quijano, el más famoso personaje de la literatura hispanoamericana que hasta hoy es referente no solo de las letras sino de la lucha por la libertad, personaje que estoy convencido se inspiró en un verdadero y valiente caballero fundador y defensor de la ciudad de Caracas, también llamado Alonso, pero ese es otro tema.

Forma parte de mis cavilaciones para intentar entender lo que es ser un caballero una frase que leí, me impactó e incluso subrayé para retomar la idea que decía: «Un verdadero caballero jamás le extiende la mano a un truhán». Vaya que preclaridad en esa afirmación, créanme que desde que supe de ella, muchas fueron las veces que preferí pasar por maleducado que saludar a truhanes e impostores, y ahora más reciente, para bien o para mal, luego de la pandemia, con el llamado  distanciamiento social y nuevas formas de salutación, habría de analizar cómo se afecta esa práctica, no la de saludar, sino la de alejarse de truhanes.

Les comento que no he podido ubicar dónde está ese pasaje o quién lo escribió, les aseguro que no fue Cervantes, pero no hace falta nada más que uno mismo para comprender y asimilar la importancia, espiritualidad y sanidad de mantener distancia frente a toda clase de bribones y malhechores, que los hay por doquier, y más cuando en la sociedad se promueve la abyección como práctica común.

La prueba mayor sobre qué es ser un caballero me llegó hace unos años, exactamente cinco, con la llegada a mi vida de una persona que de alguna manera, aunque involuntaria, vendría a apresurarme en tener una idea más adelantada de lo que es serlo, y más importante aún, la formación de uno.

Hace cinco años, un mismo día en que se celebraba la publicación de El Principito de Exupéry, el 6 de abril de 2018, en tiempos convulsos, responsabilidad de nuestras generaciones, pasadas y actuales, unas más frágiles que otras, cual cristal, como refiere la española Montserrat Nebrera, llegaba quien vendría a poner a prueba y a exigir la formación para ser un ciudadano del siglo XXI, un caballero de la denominada Generación Alfa; es decir, nacidos luego de 2010, que muchos deseamos vengan como le es propio a los genuinos caballeros a “desfacer” agravios, enderezar entuertos, a socorrer viudas, amparando doncellas, favoreciendo casadas, huérfanos y pupilos, así como limpiar la tierra de gigantes y malandrines.

No es la primera vez que escribo desde la inspiración de la paternidad, condición que jamás hubiera imaginado como hoy la transito, así ha sido desde entonces, como en diciembre de 2017 antes que llegara al mundo lo hacía sobre la «areté», y como el mismo día de bienvenida a este viaje y misión existencial que es la vida, ya le asomaba los retos de la lucha por la libertad y otros tantos, reflexiones que espero sean de utilidad para su formación como hombre de bien, especialmente llegada una edad en la que no pueda yo acompañarlo y asistirlo desde este plano material.

Sin duda que son momentos muy complejos para la formación de todos los que conforman desde ya la «Generación Alfa», que por ser la que concluye el ciclo de las generaciones después de la llamada «generación z», los nacidos entre inicios y mediados de los noventa e inicios de los 2010, y con ellos el reinicio con la primera letra del alfabeto griego “Alfa”, pudieran ser una suerte de generación del renacimiento que tanta falta le hace a la humanidad frente a las farsas e imposturas que día a día están presentes y que  debemos combatir con valor y entereza, por ello la vital importancia en este renacer del cultivo de las virtudes también conocidas por los griegos: la justicia, la templanza, la valentía, la prudencia y la virtud.

Así es que un nuevo caballero debe entre otras obligaciones, rescatar los valores, si bien naturalmente inmarcesibles, bastante ignorados y opacados ante tantos ataques, pero con la adición de nuevas dimensiones superiores que resultarán necesarias para enfrentar los flagelos que hoy nos aquejan, siendo el primero y más importante el del respeto absoluto a la dignidad humana, tanto la propia como la del otro, especialmente de la de quien nos adversa y piensa distinto, ya que nada de mérito, de hidalguía, de caballerosidad, comporta ser tolerante frente al adulador o secuaz.

Ciertamente nos encontramos en momentos en los que el bajar la guardia de los valores y la dignidad pueden abrirle la puerta como hemos visto lamentablemente durante los últimos años, a la cultura del abuso y la abyección, con el agravante de acompañarse de una narrativa cáustica y falaz, que se “viraliza” de manera exponencial, situación global de las que ciertamente nuestras generaciones, sin que ninguna se salve, han tenido bastante responsabilidad, pero con el agravante que las más recientes, lejos de proponer soluciones, de alguna manera han agregado más oprobiosos elementos, siendo por ello menester una nueva clase de ciudadanos, de caballeros que asuman con entereza la misión.

Sorprende y alarma de sobremanera la actual y grave crisis generalizada y sistemática, de la que yo personalmente no tengo duda de ello es intencional, -es imposible que tanto desastre resulte de manera espontánea-, de la perversa utilización de banderas de la protección, de la solidaridad, de la defensa de los desvalidos y discriminados, pero no para procurar genuinas formas de protección y superación de adversidades, sino que por el contrario, se utilizan las miserias para pronunciarlas más, para extenderlas y hasta exportarlas, y con ello garantizarse el acceso y ejercicio del poder por el poder mismo, que además de caracterizarse por el cinismo y la saña; la abyección y el expolio son sus patentes divisas, por lo que tampoco resulta difícil inferir, el porqué en muchos de nuestros países, quienes dirigen este tipo de propuestas no son otra cosa que reclutadores de resentidos e imbéciles a los que nada les cuesta suministrarles las dosis necesarias de miseria para su mantenimiento en dicha condición, en vez de verdaderamente fomentar su superación; a lo que cabe resaltar que tal superación en nada consiste en el aborrecible consumo conspicuo de camionetas, yates, aviones privados, relojes de alta gama y otros lujos, que tampoco son malos per se, sino que aquí de lo que se está hablado, es de superación espiritual y niveles mínimos de decencia que parecieran perdidos en muchas de nuestras sociedades, principalmente las que pregonan ideologías basadas en la frugalidad y recato que resultan es en el discurso pobrista mientas nadan en obscenas sumas de dinero mal habido.

Muchas veces como padre he intentado imaginarme cómo alguna de esas viles personas que existen en todos nuestros pueblos, países y sociedades, que no son más que vulgares truhanes, pueden sin vergüenza alguna, con total desfachatez, verle la cara a sus esposas, y peor aún, a sus hijos, lo que demuestra no solo el más absoluto irrespeto a sí mismo, a sus esfuerzos y dedicación, -lo que explicaría tal situación, ya que al no habérselo laborado o respetar el esfuerzo de sus causantes carece de valor-, sino a la dignidad de sus hijos.

Suelo hacerme frecuentemente extrañas preguntas, frecuencia que se ha incrementado desde hace cinco años y que les invito a formulárselas en su intimidad espiritual: ¿Estos truhanes se sentirán felices cuando sus hijos se inician en las mismas andanzas y fechorías? Porque pareciera que se transmiten de generación en generación ¿Será que existe algo así como la celebración de su primera coima? ¿De su primer guiso? ¿De su primera extorsión? ¿Existen ceremonias de iniciación familiar? No lo sé.

Pero aquí hay otro tema que nada sencillo es y deben los caballeros abordar: ¿Qué es entonces lo respetable, digno o moral a rescatar y mantener? ¿Cuáles son los valores y los principios? ¿Debemos volver a estructuras e instituciones superadas que sabemos eran no solo irracionales sino violatorias también de derechos esenciales? ¿Hemos de retornar a conservadurismos plagados de constructos castrantes y liberticidas? Aquí uno de los mayores retos de esta nueva generación, pero que no son ajenos a las nuestras que deseamos instruirlos en la era de la libertad, que es la que se está viendo gravemente atacada y blanco de toda clase de injurias. Personalmente no veo otra forma que la de inculcarles a estos nuevos caballeros, a todos los que forman parte de esta generación del renacimiento de la libertad, y es la cultura de pensamiento crítico, de abandonar la ciega obediencia por criterios de autoridad, y que como escuché una vez en unas interesantes clases, sustituir la cultura de la autoridad por la de la justificación; repensar y relanzar la relación entre padres e hijos, entre maestros y tutores con alumnos y pupilos,  de servidores públicos -que no son autoridad- y los ciudadanos -que no son administrados como si se tratara de una suerte de capitis deminutio-.

Por supuesto que no es fácil, nada fácil, si lo fuera, no estarían convocados los caballeros a hacerlo, caballeros, que no solo cuenten con recursos de todo tipo para ello, materiales, cognitivos, vitales, espirituales, con principios y dignidad, y antes que se me pase, con buena actitud.

¿Cómo se hace? Aquí unas propuestas: superando la vulgaridad y la cultura del resentimiento; rescatando y no atropellando el lenguaje, respetando a todos en su condición como persona, por su dignidad e individualidad y no por su condición de pertenencia a una masa, todos somos únicos e irrepetibles; fomentando el amor por el conocimiento y el estudio.

Alejándonos de la cultura del abuso, especialmente si el destino nos lleva a alguna posición de “poder” o “autoridad”; siendo frontales ante la abyección, el expolio y la esquilmación. Sabiendo distinguir, diferenciar y enfrentar las narrativas falaces, los discursos agresivos, invasivos y oprobiosos; el verbo cáustico y provocador. Detectando y combatiendo la solidaridad impostora, la falsa corrección política y el populismo que procura el conflicto destructivo y las tensiones destructivas.

Nada sencillo será, es, la labor de formar, jamás ideologizar, los caballeros de la Generación Alfa, quienes tienen padres de todas las anteriores, -unos más cansados que otros-, pero les debemos para que sean una generación del renacimiento, del equilibrio entre la razón y la pasión, la del respeto, inculcarles que su divisa sea el no dañar sino crear y producir, la de ser mejores.

A los caballeros de la era de la Generación Alfa, y a sus padres mientras los formamos: energía y buena actitud.


(*) La imagen es una composición de una fotografía tomada por el autor en el museo de l’Armée en París y una generación de inteligencia artificial


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