De Billo Frómeta, si mal no recuerdo, era aquella canción aquella que narraba las «peripecias» de un vago a quien el año se le iba buscando trabajo sin ganas de encontrarlo, juntando festividades hasta el nuevo período cronológico. Así parecemos ir en nuestra política venezolana. Este año luce ya, desde su reciente inicio, perdido definitivamente también para la causa concreta de la libertad.

Me agradaría extraordinariamente no ser en esto pesimista. Pero escasean de sobra las razones para algún tipo de optimismo. Ya Maduro lanzó en reciente cadena nacional, la otra, la de las peroratas, la planificación de nuestros encierros, dando órdenes policiales y todo, hasta la Semana Santa, con base en el coronavirus. La oposición más verdadera no sale del letargo, a pesar del triunfo en la hermosa manifestación ciudadana de rechazo abierto al régimen del terror, esa que sin duda significó la unitaria abstención para el fraude electoral de las parlamentarias. Se debate, deshojando margaritas extraviadas, en una posible «celebración» de elecciones, entre negociar o no, entre cohabitar o no, entre enfrentar o no (los menos). El régimen se aferra en las persecuciones a medios y periodistas; también a defensores de derechos humanos, como Rafael Uzcátegui y demás miembros de Provea; y así, entre amenazas a cuanto agente se le oponga, como al parlamento legítimo prolongado, va estirando el mecate de su posible ahorcamiento flojo hasta diciembre, hasta 2022. Ya asomó, de paso, para su conveniencia de plácida estancia en el poder, que no habrá ninguna elección este año. Porque así lo decide él, el autócrata. Esto para quienes ya zigzaguean, relamidos, en sus vacuas aspiraciones en estos meses.

El secretario general de la OEA, Luis Almagro, solicita celeridad en las decisiones a la Corte Penal Internacional, marcada por abismal lentitud morrocoyuna, mientras crecen los expedientes a los que habrá que sumarles otras andanadas de asesinatos efectuados a mansalva, sin discreción alguna, por los cuerpos de exterminio de los secuestradores en el poder. ¿Habrá en medio de la atomización monumental de quienes deberían enfrentar realmente al régimen un plan de concreción fáctico para este año? No lo creo. Algo enorme, casi inverosímil, de cuento de Las mil y una noches, tendría que ocurrir para ello.

Mientras tanto, se aceleran el hambre, la sed, las necesidades ciudadanas de toda índole, la luenga hiperinflación, las desatenciones en salud, el más profundo descuido laboral y de la educación que hayamos conocido, la agresión permanente a los habitantes, esta simulación permanente de vida. La muerte. ¿No habrá manera de producir la articulación de las verdaderas fuerzas políticas y sociales internas que combaten el régimen seriamente, sin ambages, sin tanta ni tan mediocre acumulación de interés personal o grupal sectario? ¿Habrá algún asomo posible de consolidación de fuerzas, de pacto enorme, magnánimo, aglutinador, para arrojarlos de verdad contra el régimen del terror con la ayuda internacional indispensable para lograr el cometido liberador? ¿O continuaremos malamente esta rumia, esta malhadada flor del trabajo político de rascadores de barriga achinchorrados en el vacío? Ya se viene el Carnaval: habrá seguramente flexibilización festiva y más caídas de caretas: «¿A que no me reconoces?». Después el rezo, con procesiones y todo. Hasta playita. Día del Trabajador, de la Madre, del Padre, vacaciones escolares de clases virtuales pirateadas, Día del Descubrimiento y de nuevo hallacas, así sean puro envoltorio de masa brasileña en hojas de plátano, con un poco de onoto rociado.

¿Qué nos falta para librarnos de la fatídica deducción lógica, cultural, cantada por la orquesta Billo’s, entronizada en la política? Acordemos. Concretemos; si no, en enero de 2022 volveremos a cantar, a rumiar quedos: «Era la propia flor del trabajo… (Político)».


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