Resulta casi inverosímil que a semanas de uno de los acontecimientos más estrepitosos de la dictadura que nos oprime no se haya producido ninguna explicación, cualquiera que fuese, de lo fundamental de estos. Ya sabemos que las dictaduras, justamente por dictaduras, no tienen que dar explicaciones ni siquiera verosímiles, mínimamente coherentes, de nada de lo que acontece en la polis, que no es polis sino su coto de caza. Pero algo dicen, así sea un disparate o una mentira flagrante. Es políticamente lo más sensato porque alguna barrera, endeble casi siempre, se le pone a la especulación “maligna” de los enemigos, no pocas veces más estrepitosa que la realidad que se quiere ocultar. Por ejemplo, Maduro está punto de caer porque no se atreve a poner preso a El Aissami, que tiene buena parte del PSUV de su lado y unos cuantos apoyos exteriores decisivos, desde iraníes iracundos hasta carteles de la droga de escala transnacional. Es un decir, diga usted el suyo.   

No es mínimamente verosímil que se acusen y apresen decenas de su tropa –y los que al parecer faltan- y nada se diga del jefe. Es más que desaparezca y nadie aclare su residencia, si está preso en Fuerte Tiuna o en un lujoso hotel de Teherán, acompañado de una bella cómplice del gigantesco desfalco. La imaginación es febril.    

O, alguien más dado al análisis que al chisme, puede preguntarse muy politológicamente qué significa esta escisión del partido que no parece de poca monta, nunca se vio otra igual, y que parece inclemente con los execrados, a tal punto que los pusieron a estrenar esos degradantes monos anaranjados o el fiscal con toda energía lanzó sus nombres y acusaciones a los cuatro vientos, sin esos limitantes de que “se van a investigar” y otros formalismos de ese tipo. ¿Qué se puede inducir políticamente de ese sablazo inclemente y cómo repercutirá en esas centenas de líderes y lidercillos del partido más numeroso del país, silenciosos, silenciados, pero que puede darle por gritar y pelear? ¿O no, por supuesto? Son misterios del silencio.   

Pero la gran pregunta es por qué un partido que se ha caracterizado por una gigantesca corrupción, a lo mejor nunca vista en el continente; un partido en que el presidente de la república y el del partido “se buscan” y se ofrecen generosas recompensas por su captura, de parte de la mayor potencia del orbe, se afianza sobre un caso y no en los innúmeros, de todos los tamaños, que han acecido en este interminable cuarto de siglo en el cual acabaron con el país, y en lugar preeminente, por la corrupción. Si así fuese pocas cabezas quedarían en pie en el partido y no ciertamente las más encumbradas. Eso lo ha dicho medio mundo y las más incuestionables organizaciones internacionales que se dedican a la cuestión. ¿Va a creer el país que es ahora, y no ayer, que surgieron unos bandoleros que se les ocurrió el desvarío en cuestión e impolutos dirigentes saltaron a restituir la honestidad y la justicia. ¿Puede alguien, por ingenuo que sea, aun si es chavista, creer esa edificante versión? Por supuesto que algo de eso andan predicando, pero quién se lo come, así vivamos en la época de la posverdad, de las tres mentiras diarias de Trump.   

Pero no se puede saltar que ese silencio es también rarísimo entre los líderes más visibles de la oposición ante esta sangrante herida del “adversario”. Son efluvios de la cohabitación. De que no la cojan conmigo. Que me prometieron habilitarme o permitirme volver a la patria. O rehacer el destartalado partido, picado en dos. Esas cosas que nos llevarán hasta el 24 y las elecciones impolutas. No hay que ser imprudentes.   

La esperanza humilde que a uno le queda es que pareciese que, salga sapo o salga rana, aquí se va a armar la de Dios es Cristo, esto no se queda así. Yo no sé para dónde irá, pero no precisamente para la paz y el amor.   

 


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