Hasta hace unos cien años, la movilidad internacional de las personas era relativamente fácil, con la identificación del país de origen se podía transitar sin mayores inconvenientes. Sin embargo, desde comienzos del siglo XX, se comenzaron a dar movimientos masivos de personas y a partir de la Primera Guerra Mundial se implementó el pasaporte que hoy conocemos. En la actualidad, los movimientos migratorios son un tema del mayor interés porque los desplazamientos son mucho más masivos, simultáneos y gracias a la ubicuidad de las comunicaciones instantáneas, son ampliamente registrados.

A comienzos de la década de 1930, Estados Unidos y otros países sufrieron una severa crisis económica que provocó el cierre de muchas empresas dejando sin empleo a una importante parte de sus poblaciones, los alimentos se hicieron difíciles de obtener y tuvieron que recurrir a las largas filas donde se le daba una ración. En esa época, miles de estadounidenses decidieron emigrar tanto a los campos de su país, como al exterior, en busca de mejores oportunidades de vida.

En paralelo, en la recién conformada Unión Soviética, se desarrollaba un experimento político que prometía el mayor bienestar social que se pudiese esperar e invitaba a los extranjeros a unirse a la construcción de la “Nueva América”.

No menos de 10.000 estadounidenses con ideas afines al ofrecimiento acudieron al llamado, vendiendo lo que les quedaba y partiendo con su familia al paraíso prometido. El Plan Quinquenal del Estado soviético se tradujo al inglés y se convirtió un best seller durante siete meses, los periódicos mostraban reportajes del crecimiento económico y de empleos en una sociedad que se construía en donde los trabajadores eran el centro de la misma y se les garantizaba las tres comidas, un techo y educación para sus hijos. Muchos de ellos partieron con contratos de trabajo a la recién instalada planta de ensamblaje de vehículos mediante un convenio firmado en 1929 por Henry Ford y las autoridades soviéticas, que garantizaba la asistencia técnica por cinco años renovables.

Algunos personajes populares como George Bernard Shaw y otros intelectuales promovieron la oferta sin captar la verdad oculta detrás de la misma. Los soviéticos supieron promover el asunto por el interés de contar con mano de obra calificada que les ayudara a construir un parque industrial a semejanza del americano, del cual admiraban sus líneas de producción masivas.

Al inicio los norteamericanos comenzaron sus nuevas vidas con entusiasmo, vivieron el interés que los ciudadanos rusos mostraron hacia ellos y el respaldo de las autoridades. Fue así como se difundió la práctica del base ball, se estableció una liga y hubo un campeonato los primero cuatro años. No pasó mucho tiempo y empezaron a percibirse problemas cuando los primeros que no se acostumbraron y se quisieron regresar, experimentaron lo difícil que esto resultaba.

A muchos estadounidenses se les había retirado su pasaporte y con o sin su consentimiento, estaban siendo considerados ciudadanos soviéticos. Al solicitarlos de regreso, se les informaba que sus pasaportes habían sido perdidos, lo cual se convirtió en una práctica común ya que la policía secreta lo comenzó a utilizar para introducir militantes socialistas dentro de Estados Unidos. Todavía en 1933 no había representación diplomática en la URSS, solo había un conjunto de periodistas americanos destacados en Moscú, entre quienes se referían a ellos como los “estadounidenses capturados”.

Poco a poco, los norteamericanos y cualquier otro extranjero comenzaron a ser vistos como sospechosos espías contrarrevolucionarios. La situación de los primeros no cambió cuando en noviembre de 1933 se reanudaron las relaciones diplomáticas entre ambas naciones y se abrió la Embajada de Estados Unidos en Moscú. Empezaban a llegar a la puerta de la sede o llamar por teléfono y la respuesta invariable era que se habían convertidos en ciudadanos soviéticos y no estaba dentro del alcance del consulado hacer algo por ellos.

A pesar de la nuevas y armoniosas relaciones siguieron desapareciendo muchos otros que habían atravesado el Atlántico buscando una promesa socialista. Aquellos, que por alguna razón aun conservaban sus pasaportes, no tenían dinero para comprar el pasaje de regreso, los sueldos solo les permitían sobrevivir. Ya no había beisbol, tampoco escuelas para extranjeros, ni reuniones de baile.

A partir de 1936 con Stalin en el poder, se magnificó la persecución que ya había comenzado con Lenin. Se inició el período de terror donde tanto extranjeros como nacionales fueron ejecutados o enviados a los campos de trabajo forzados en la gélida Siberia bajo condiciones espeluznantes. No hacía falta mostrar alguna acción contra el gobierno, la policía tenía cuotas de arresto que cumplir y se servían de cualquier excusa para detener y sacar de sus casas, en la mitad de la noche, a cualquier ciudadano del que no se volvería a saber de él.

Solamente con tocar la puerta de la sede de la embajada era suficiente razón para que el NKVD hiciera desaparecer a quien lo hiciera. Una simple denuncia sobre el más ligero comentario servía de causa para una severa condena.

No se escapaba ningún, incluso aquellos norteamericanos que, convencidos de las bondades del sistema, dictaban clases, trabajaban lealmente en las fábricas o prestaban cualquier otro servicio dentro del aparato del estado, fueron uno a uno condenados. Cualquier incumplimiento de las metas de producción establecidas en el Plan Quinquenal, era debido a la acción de los saboteadores internos.

Al igual que durante El Terror de la Revolución Francesa, el sistema se devoraba igualmente a los suyos. En una oportunidad el embajador de Estados Unidos invitó a un grupo de sesenta militares de alto rango a una cena en la sede, al cabo de nueve semanas casi todos los asistentes habían sido ejecutados. Las ejecuciones se extendían a la familia, esposas e hijos mayores eran igualmente condenados a trabajo forzados o sencillamente fusilados.

Los estadounidenses que emigraron a la Unión Soviética, en su mayoría eran de vocación socialista y ansiaban vivir con ellos, seguramente algunos no la tenían pero vieron una posible salida a su difícil situación. Lo más grave fue para los hijos que fueron llevados al infierno por la equivocación de sus padres. Ellos llegaron siendo niños, pero con el transcurrir de los años se hicieron adultos y dio tiempo para que el régimen diera cuenta de ellos también y corrieran igual suerte que sus padres.

El terror soviético se extendió hasta comienzos de los años cincuenta, fueron decenas de millones de asesinados y muertos por inanición, junto con las otras decenas que hubo en la China del “Gran Salto Adelante” y la Camboya de Pol Pot. Son hechos de la historia que hay que recordar y difundir para que, ni en ninguna latitud y ni en ninguna época, vuelva a suceder algo semejante.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!