Lamento señalar que desde el 92 he estado clamando en el desierto respecto a la evaluación del 4F, de la naturaleza del régimen y de cómo actuar frente a él. Fui de los que contados con los dedos de una mano advertimos el potencial gravemente peligroso de Chávez, me quedé corto en mis predicciones respecto a la barbarie que se venía venir, es que el calamitoso estado de la Venezuela de hoy ni el más pesimista podía advertirlo. Renuncié a Copei en 1999, de quien había sido miembro de la dirección nacional, por la muy débil posición de este y AD, ante lo que considero el inicio de la dictadura, lo cual fue la toma del Congreso; a partir de allí el establishment fue condescendiente con el régimen, hasta el punto de que solamente hasta hace 2-3 años se le califica como dictadura, antes el liderazgo incurría en múltiples eufemismos para negar su carácter dictatorial y todavía la mayoría se niega a caracterizarlo como un régimen comunista. ¡Con oposición así, obvio que el régimen cada día es más fuerte!

El problema de la oposición venezolana es un pecado original: no tener una concepción estratégica del enemigo, y sí, es un enemigo en la terminología de Carl Schmitt, para quien “la esencia de las relaciones políticas es el antagonismo concreto originado a partir de la posibilidad efectiva de lucha. Lo político es, entonces, una conducta determinada por la posibilidad real de lucha; es también la comprensión de esa posibilidad concreta y la correcta distinción entre amigos y enemigos. El medio político es, por ende, un medio de combates concretos”. (https://es.wikipedia.org/wiki/Carl_Schmitt).

La oposición TODAVÍA no ha comprendido que el socialismo del siglo XXI es la reencarnación del marxismo-leninismo en los baldres del marxismo cultural de Gramsci, el socialismo del siglo XXI busca la instauración de la dictadura a través de la hegemonía social, por lo tanto, no hay ninguna entidad de la sociedad política o civil que no esté bajo su dominio; en consecuencia, no acepta las reglas de juego del liberalismo político, y por lo tanto, no se puede luchar con él bajo las premisas de la competencia electoral, pues jamás se podrá obtener el triunfo, puesto que el dado (sistema electoral) está trucado. El que se haga elecciones no significa para nada que haya la mínima posibilidad de arrebatarles el poder por este medio, en Cuba también hacen elecciones, y no creo que nadie en su sano juicio (Francia Márquez y sus acólitos no lo están o lo que creo más son cínicos sinvergüenzas).

Como consecuencia de lo anterior, el ir a elecciones bajo las reglas de juego del chavomadurismo es sencillamente una farsa electoral, lo es desde la elección de la constituyente, en la cual una mayoría del país obtuvo una exigua minoría de constituyentes, y mediante el fraude desde el referéndum revocatorio de Chávez toda elección bajo el chavismo son trucadas, vaya a saber qué les pasó en la elección de la AN, que se dejaron ganar, quizás exceso de triunfalismo, pero aprendieron la lección y rápidamente reinstauraron el poder dictatorial anulando los poderes de la AN.

¿Qué hace entonces la oposición yendo a elecciones en el 2024? Haciéndole el juego a la dictadura, esta requiere de legitimidad, sobre todo ante los estados democráticos y sobre todo ante Estados Unidos. Biden y su ala izquierda del partido no pueden legitimar a una dictadura, pero sí pueden con el pañuelo en la nariz aceptar un régimen de los que ahora llaman híbridos  o “dictadura electoral”, eufemismo para una dictadura que se disfraza de democracia, este papel lo va a cumplir las elecciones del 2024, en la cual se instaurará una “dictadura perfecta”, como llamó Vargas Llosa a la del PRI, pues habrá un régimen de partido único con la parafernalia electoral y parlamentaria de una “democracia” existente solamente en la escena trucada del régimen.

En este plan participan los “colaboracionistas” del chavomadurismo que conscientes de la imposibilidad de ganar unas elecciones en el régimen del socialismo del siglo XXI, participan en elecciones trucadas por canonjía políticas (una o dos gobernaciones y un puñado de alcaldías y contratos estatales bajo la mesa) y hasta simplemente mercantiles (los “alacranes”). Para ello es necesario un candidato dispuesto al fraude, pero legitimado por toda la oposición y para eso se crean las primarias. Un candidato tutelado por Maduro (seguramente Capriles o Rosales, que ya lo han hecho) que denunciará el fraude, pero mandará a la gente a bailar salsa la noche de las elecciones y unos parlamentarios que harán el papel de oposición leal, son el ingrediente perfecto para esta farsa electoral.

Es por ello que estoy atónito con la posición de María Corina Machado, Andrés Velásquez y César Pérez Vivas, en quienes creo en su honestidad, pero me extraña su disposición a participar en esta farsa. Quizás acoquinados por una nueva realidad internacional los presiona a aceptar provisionalmente el juego con una esperanza de en el futuro poder hacer un mejor papel o creyendo en la falsa ilusión de poder lograr unas elecciones medianamente justas (¿existe estar medio preñada?), en todo caso no estoy de acuerdo con ese cambio de posición que considero, repito, desempeña un papel legitimador del régimen, que es lo único que necesita para aniquilar la oposición y que Biden lo reconozca y le den el dominio de los activos del Estado congelados por las democracias occidentales (el único objetivo estratégico de Maduro ahora).

Queda la incógnita de Benjamín Rausseo. Gente muy cercana a mí están dirigiendo esa campaña, quiero creer en ellos, pero sinceramente no me convencen. En primer lugar, no le veo credenciales a Rausseo para ser presidente, por su inexperiencia administrativa y por querer imitar el modelo mesiánico de Chávez, pero con sentido ideológico contrario, no es esa la vía, están pifiando cien por ciento, si algo no se debe hacer hoy en día y sobre todo en Venezuela es el discurso mesiánico que con populismo engaña a las masas, para crear otra decepción popular con la democracia.

A Rausseo fuentes serias lo critican porque “se alimenta del descontento con la casta política, mientras su debilidad es la falta de una estructura partidista y su presunta cercanía al chavismo” (https://www.vozdeamerica.com/a/quien-es-er-conde-el-comediante-que-sube-en-encuestas-presidenciales-de-venezuela-/6972267.html). Considero que la jugada del “outsider” en la figura de “Er Conde” está clara; “quizás el punto controversial de la candidatura de Rausseo, que termina arrojando “dudas” sobre sus intenciones, sea su aparición pública junto a figuras del chavismo y su éxito empresarial «en una economía distorsionada y de élites».

Benjamín Rausseo trae más desequilibrio a las aspiraciones opositoras y, por inercia, termina favoreciendo al chavismo monolítico en torno a la figura de Maduro” (ídem). Sin estructura política, sin programa político creíble y con nexos no negados con figuras prominentes del chavismo, no creo en la pertinencia de la candidatura de Rausseo. El hecho de que no se deslinde de “Er Conde” y sus actividades artísticas le restan aún más credibilidad a su candidatura, por ejemplo, ha visitado al menos dos veces Bogotá siendo candidato, sede de una de las colonias más grandes de emigrantes venezolanos y lo que se ve en Google es promoción a la venta de sus espectáculos, esto le resta toda credibilidad a un político que debería estar es haciendo proselitismo político y no actividades humorísticas. No he hecho una investigación exhaustiva, pero la búsqueda en Google no me da ninguna plataforma programática seria, más allá de obviedades (no ha publicado un solo Twitter este año, salvo una foto). Conclusión, no me convence su candidatura, pero en todo caso, tiene la misma objeción fundamental que tienen todas las demás candidaturas: sirven a la legitimación del régimen.

En definitiva, sigo mi línea de resistencia abstencionista, considero que el camino para derrotar al régimen no es el electoral, pero obviamente que hay que plantear una vía alternativa, a eso me abocaré por falta de espacio en un próximo artículo.


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