El mundo está a las puertas de una catástrofe nuclear, en gran parte debido a que los líderes políticos occidentales no han sido honestos sobre las causas de la escalada de los conflictos globales. La narrativa de que Occidente es noble, mientras Rusia y China son diabólicos es simplista y extraordinariamente peligrosa. Es un intento de manipular a la opinión pública, no de ejercer la verdadera diplomacia.

La narrativa esencial de Occidente está construida dentro de la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos. La idea central es que Rusia y China son implacables enemigos que “intentan erosionar la seguridad americana y la prosperidad”. Esas naciones están, según Estados Unidos, “determinadas a hacer las economías menos libres y menos justas, para incrementar el militarismo y para controlar la información, reprimir a sus sociedades y expandir su influencia”.

La ironía es que desde 1980 Estados Unidos ha participado en al menos 15 guerras (Afganistán, Irak, Libia, Panamá, Serbia, Siria y Yemen, solo por nombrar algunas), mientras que China no ha estado en ninguna y Rusia, después de la Unión Soviética, solo en una (Siria).

El presidente Joe Biden ha promovido esta narrativa, declarando que el mayor desafío de nuestro tiempo es competir con autocracias que “buscan aumentar su poder, exportar y expandir su influencia alrededor del mundo, así como justificar sus políticas represivas y prácticas como la manera más eficiente de encarar los retos actuales”. Pero la estrategia de seguridad estadounidense no es el trabajo aislado de un presidente, sino de un establishment que es autónomo y opera detrás de un muro de secretismo.

El temor exagerado a China y Rusia es vendido al público occidental a través de una manipulación de hechos. Una generación antes, George W. Bush, Jr. vendió la idea de que la gran amenaza para América era el fundamentalismo islámico, sin mencionar que fue la CIA, con Arabia Saudita y otros países, la que creó, fundó y desplegó al yihadismo en Afganistán, Siria y en cualquier parte para librar las guerras americanas.

Consideremos la invasión de la Unión Soviética de Afganistán en 1980, que fue pintada por los medios occidentales como un acto de perfidia no provocada. Años después, aprendimos que la invasión soviética fue realmente precedida por una operación de la CIA, ¡diseñada para provocar la invasión soviética! La misma desinformación ocurrió con Siria. La prensa occidental está llena de recriminaciones contra la asistencia militar de Putin a Bashar al-Assad que empezó en 2015, sin mencionar que Estados Unidos apoyó desde 2011 el derrocamiento de Al-Assad, con la operación de la CIA Timber Sycamore, años antes de la llegada de Rusia.

O más recientemente, cuando la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, viajó a Taiwán a pesar de las advertencias de China; ningún representante del G7 criticó la provocación de Pelosi, aunque sí se pronunciaron sobre la “reacción exagerada” de China sobre el viaje.

El discurso occidental acerca de la guerra de Ucrania es que se trata de un ataque injustificado de Putin para recrear el imperio ruso. Aunque la historia real comienza con la promesa occidental hecha al presidente soviético Mijail Gorbachov de que la OTAN no se extendería hacia el Este.  A esa promesa la siguieron cuatro olas de ampliación de la organización: en 1999 incorporaron a tres países centroeuropeos; en 2004 a siete más, incluidos los estados del mar Negro y del mar Báltico; en 2008, comprometiéndose a adherir a Ucrania y a Georgia; y, en 2022,  invitando a cuatro líderes de Asia-Pacífico a la OTAN para apuntar a China.

Los medios occidentales tampoco mencionan el papel de Estados Unidos en 2014 en el derrocamiento del presidente prorruso de Ucrania, Viktor Yanukovych; el fracaso de los gobiernos de Francia y Alemania, garantes del acuerdo de Minsk II, en presionar a Ucrania para que cumpliera sus compromisos; la cantidad de armamento enviado a Ucrania durante las administraciones de Trump y Biden como preparación para la guerra; tampoco el rechazo de Estados Unidos a negociar con Putin sobre la ampliación de la OTAN en Ucrania.

Por supuesto que la OTAN dice que su avance es puramente defensivo, por lo que Putin no tiene nada que temer. En otras palabras, el presidente de Rusia no debe hacer caso a las operaciones de la CIA en Afganistán y Siria; ni al bombardeo de la OTAN en Serbia en 1999; ni el derrocamiento de Muammar Gaddafi en 2011; ni a la ocupación de Afganistán por 15 años; ni a la «metida de pata» de Biden llamando a la destitución de Putin (lo cual, por supuesto no fue ninguna metida de pata); o la del secretario de Defensa, Lloyd Austin, declarando que el objetivo de la guerra de Estados Unidos en Ucrania es debilitar a Rusia.

En el núcleo de todo está el intento de Estados Unidos de mantener su poder hegemónico en el mundo, aumentando las alianzas militares para contener o derrotar a China y a Rusia. Es una idea peligrosa, delirante y pasada de moda. Estados Unidos tiene solo 4,2% de la población mundial y 16% del producto interno bruto (medido a precios internacionales). De hecho, el PIB combinado del G7 es ahora menor que el del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica). La población del G7 es 6% del mundo, mientras que la del BRICS es 41%.

Solo hay un país cuya autodeclarada fantasía es ser el poder mundial dominante: Estados Unidos. Es tiempo de reconocer las verdaderas fuentes de seguridad: la cohesión interna y la cooperación responsable con el resto del mundo, más que la ilusión de hegemonía. Cambiando tal política exterior, Estados Unidos y sus aliados evitarán una guerra con China y Rusia, y permitirán al mundo enfocarse en las millones de crisis sociales, del medio ambiente, de energía y de alimentación.

Sobre todo, en estos momentos de extremo peligro, los líderes europeos deben perseguir la verdadera fuente de la seguridad de Europa: no es la hegemonía estadounidense, sino acuerdos de seguridad europeos que respeten los intereses legítimos de todas las naciones del continente, ciertamente incluidos los de Ucrania, pero también los de Rusia, que continúa resistiéndose a los avances de la OTAN en el mar Negro. Europa debe reflexionar sobre el hecho de que la no ampliación de la OTAN y la implementación de los acuerdos de Minsk II hubieran evitado esta terrible guerra en Ucrania. En este punto, es la diplomacia y no la escalada militar el verdadero camino hacia la seguridad europea y global.


Jeffrey D. Sachs es profesor de la Universidad de Columbia. Director del Centro para el Desarrollo Sostenible en la Universidad de Columbia y presidente de la Red de Desarrollo de Soluciones Sostenibles de las Naciones Unidas. Ha sido asesor de tres secretarios generales de la ONU y actualmente de António Guterres.

Artículo publicado por Other News


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