En Nine Days del director Edson Oda se plantea, desde una óptica peculiar, la muerte y lo que ocurre después. Pero deja a un lado escenarios lúgubres o sublimes, para apostar por explorar a profundidad lo que la vida puede ser. 

En varias de las primeras secuencias de Nine Days de Edson Oda, la cámara atraviesa lo que parece un desierto interminable. En el centro se levanta una vieja cabaña de tablas. No hay otra cosa que señale la presencia humana o su posibilidad.

Gradualmente, la historia dejará claro que ese lugar, sin edad, que podría pertenecer a cualquier época y cultura, representa todas las cosas. El futuro que se decide en su interior, el pasado que se reflexiona con cuidado. El presente, suspendido entre ambas cosas. Dao muestra la muerte como un espacio silencioso en que se decidirá lo que ocurre una vez que el mundo físico quedó atrás.

Se trata de una aproximación a la muerte poco común. Dao no quiere asombrar, tampoco aterrorizar. Desea dejar claro que el país de los fallecidos es una memoria en formación. Un concepto abstracto que el filme hilvana con delicadeza hasta lograr que sea claro. En realidad, uno de los puntos más sorprendentes del largometraje es su capacidad para conmover con poco. Lo sobrenatural, desligado como está de lo humano, se enlaza con un sentido del bien infinito que emociona.

Pero a la vez, de la percepción del individuo — el que existió y murió — como una entidad atada a su historia. Es entonces cuando Will (Winston Duke) y Kyo (Benedict Wong) deben tomar una decisión incuestionable, que marcará el destino de una vida humana. Entre ambos y por razones por completos subjetivas, determinarán quién puede volver al mundo y vivir otra vez.

Para un hecho de semejante envergadura, ambos recurren a un método antiguo: escuchar. La premisa de la película de Dao pudiera parecer simple, incluso ingenua. En el mejor de los casos, profundamente espiritual. Pero no lo es. A medida que avanza, demuestra que, de hecho, tiene una singular complejidad.

Nueve días y la decisión de volver a vivir 

En realidad, el argumento hace mucho más énfasis en la idea que cada suceso de la vida de cualquiera lleva a un objetivo. ¿Uno predestinado? Nada es muy claro en este relato que encuentra sus mejores momentos en las escenas contemplativas. Lo que ocurre después de fallecer no es una incógnita. Se profundiza como un recorrido a través de las historias de los que abandonaron el mundo. Una última prueba acerca de las motivaciones, reflexiones y dolores que construyeron una experiencia humana completa.

Los candidatos deben atravesar el desierto y tocar la puerta para pedir ser escuchados. La metáfora es clara y Dao la usa con buen sentido de lo íntimo. Uno a uno, los personajes encarnados por Tony Hale, Bill Skarsgård, Arianna Ortiz, David Rysdahl y Zazie Beetz deben exponer sus motivos. Profundizar a plenitud en por qué volver a la vida es tan esencial para cada uno de ellos. Un discurso — el último de todos — que enlaza cada vivencia con una emoción.

Dao emplea la exploración de la personalidad de los recién llegados y cuestiona también a Will y Kyo. ¿Cómo llegaron allí? ¿Quién los designó para semejante labor? Las respuestas, son casi tan interesantes como el tema central del filme. Son los sucesores de otros guardianes, que les escogieron para una tarea de milenios. También, ellos lo harán, antes o después. “¿Es Dios entonces el que hace estas cosas?”, pregunta el personaje de Zazie Beetz. “Todos somos este experimento”, responde Will. Lo que supone que incluso en la gran conversación de la vida y la muerte también hay misterios que resolver.

La belleza de querer volver a vivir en Nine Days

De modo que Will y Kyo deben reflexionar. Mientras miran las imágenes de la vida que fue, de las esperanzas rotas, de las posibilidades latentes. A medida que avanza, el guion se hace más elaborado y deja atrás su aire casi nihilista. ¿Qué motiva que alguien desee volver a vivir luego de morir? Es la interrogante que se repite desde diferentes puntos de vista y en momentos disímiles en el filme. Pero la respuesta no es la misma, sino que se estratifica en múltiples reflexiones que exploran el deseo de comprender la identidad.

De la misma forma que la animada Soul de Pete Docter, el guion de Dao profundiza acerca de qué significa vivir. ¿Se trata de alcanzar metas? ¿De cristalizar los grandes sueños? ¿De aspirar amor, cumplir las ambiciones, asumir las pérdidas, la fructificación del talento?; los cuestionamientos se suceden unos a otros por nueve días, un lapso muy mundano para una premisa ultraterrena. Pero es el período del que disponen los espíritus de los fallecidos en su intento de convencer a Kyo y Will que hay un buen motivo para regresar.

“Lo que somos no es más que un pequeño pliegue entre infinitos sucesos simultáneos”, señala Will en voz baja. Dao, dota a su filme de un aire de portento a punto de consumarse, como si morir o vivir fueran extremos de una misma cosa. De hecho, en Nine Days lo son y la fugacidad, plantea una idea muy clara sobre apreciar las pequeñas y grandes cosas. “Desde el sonido del viento al último parpadeo, la existencia es todo lo que poseemos”, dice Kyo.

Al otro lado de la oscuridad están las respuestas 

La película Nine Days basa su premisa en la idea que la muerte y el deseo de trascender es, en esencia, la misma cosa. Pero que, precisamente, los pequeños actos sutiles, son los que inclinan a un lado o al otro la gran decisión de volver a existir. De la misma manera que en cientos de relatos mitológicos, en el mundo de Dao el peso del corazón es importante. Con todo su simbolismo aparejado, la idea tiene relación directa con el anhelo por seguir un largo trayecto de aprendizaje.

“¿Por qué quieres regresar a la vida?”, interroga más de una vez Kyo, que espera la respuesta del posible candidato con seria atención. Dao, que también es guionista de su ópera prima, analiza la percepción de lo que atesoramos y consideramos valioso en un mundo hostil. Pero más allá de eso, también indaga en cuestiones existenciales con una singular simplicidad. Es la aparente inocencia con la que el director construye su versión sobre lo que aguarda más allá del fallecimiento, lo que conmueve.

A diferencia de otras tantas historias, que escogen paisajes oníricos o terroríficos, Dao muestra lo que ocurre al morir como un espacio generoso. No hay grandes revelaciones en el inmenso desierto que rodea la cabaña en la que aguardan los encargados de decidir la suerte de un espíritu descarnado. Una forma elegante de sugerir lo poco importante que es lo que imaginamos acerca de lo sobrenatural.

Dao tiene la suficiente habilidad para analizar los elementos sobrenaturales como un fenómeno sin edad ni lugar de origen. “La muerte y la vida son extremos de decisiones portentosas”, indica Will. Lo que resume el argumento del filme sin recurrir a la poesía o a la retórica.

Para el director, el Otro Mundo trasciende la experiencia religiosa o filosófica humana. Al hacerlo, crea un ámbito de comprensión sobre todo lo que abarca el conocimiento espiritual en estado puro. Para sus últimas escenas, en que la muerte y la vida se confunden, es evidente que regresar al mundo de los vivos no es una proeza. Es un acto de amor. También de valentía. Una durísima premisa que Nine Days muestra en todo su poder para conmover y desconcertar.


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