La política es en esencia el arte de gobernar, dirigir y administrar una sociedad. No obstante, con demasiada frecuencia observamos cómo se desdibuja el límite entre lo correcto e incorrecto, entre el servicio público y el interés personal; en la práctica, empañada por la corrupción, oportunismo y falta de principios. Cuando la confianza en las instituciones democráticas está en entredicho, y en su punto más bajo, es imperativo reflexionar sobre el papel crucial que desempeña la conducta ética en la política.

El buen proceder no es adorno ni atavío, se trata de seguir reglas, leyes establecidas, y más allá, constituye el cimiento sobre el cual se construye una sociedad justa, de oportunidades y equitativa. Sin embargo, la responsabilidad no recae únicamente en los líderes, también reside en los ciudadanos.

Los políticos tienen la responsabilidad moral de actuar con integridad, transparencia y honestidad en el ejercicio de su labor. Se trata de un compromiso decoroso de pudor, probidad y entereza. Implica respetar la Constitución, y adherirse a principios éticos y valores morales que promuevan el interés público por encima de cualquier otra consideración. Actuar coherente con la norma, incluso en circunstancias difíciles o tentadoras.

En la deontología política se encuentra la responsabilidad hacia los ciudadanos. Son elegidos para representar y servir a sus comunidades, no para enriquecerse a expensas de ellos. La nitidez en la toma de decisiones, rendición de cuentas y respeto de los derechos humanos son aspectos no negociables de una ética sólida.

Desafortunadamente, la historia está repleta y hemos sido testigos de innumerables ejemplos de regentes que han engañado, traicionado la confianza ciudadana, abusando de su posición en aras del propio beneficio. Corrupción, soborno, nepotismo, entre otros males, pudren las raíces de la democracia y consumen la legitimidad de las instituciones. Cuando se percibe que sus líderes no actúan apegados a la ética se genera un sentimiento de desconfianza y desafección hacia el sistema, produciéndose un quiebre en el contrato social que sostiene la convivencia.

La bondad moral y el buen guía no solo implica evitar comportamientos indebidos, sino también promover valores como justicia, equidad y acatamiento a la integridad electoral, combinando la defensa de los intereses de los más vulnerables, que luchan contra la discriminación e injusticia, y trabajan por construir un futuro mejor para la mayoría, y no, pocos privilegiados.

La falta de ética tiene consecuencias negativas a nivel individual, nacional y también ramificaciones globales. Por ello, fundamental que los ciudadanos exijan a sus representantes un comportamiento cristalino. La entrega de balance y la participación ciudadana son herramientas clave para combatir la corrupción y fortalecer la integridad.

Es un adeudo ciudadano exigir estándares éticos elevados a aquellos a quienes confiamos el poder de gobernar. Debemos ser vigilantes en el escrutinio de las acciones y responsabilizarlos cuando se desvíen del camino moralista. La ética en política no es utopía inalcanzable, es objetivo de esfuerzo constante. Requiere compromiso y disposición de sacrificio. No es un lujo opcional, sino una obligación indispensable para la estabilidad y sanidad del funcionamiento adecuado de la democracia. Los políticos éticos inspiran confianza, unen en lugar de dividir y lideran con ejemplo. Solo cuando la ética ocupe el lugar que le corresponde se construirán sociedades justas, libres y prósperas. Sin ética se da una puñalada a la democracia, nutriendo desconfianza y desigualdad. Al abrazar principios éticos edificamos un futuro sostenible.

@ArmandoMartini


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