En mi artículo anterior mantuve que el primer objetivo establecido por el diputado Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, es irrealizable, al menos en el futuro inmediato, por carecer de elementos de fuerza suficientes para lograrlo. La sociedad venezolana se encuentra dividida en dos sectores: una inmensa mayoría que aspira a un cambio político y una minoría que defiende el statu quo del madurismo. En esa inmensa mayoría, la cual aspira a dicho cambio, existe, en un extremo, un sector ubicado ideológicamente a la derecha, que no cree en otra posibilidad para alcanzarlo, en un plazo perentorio, que no sea el uso de la fuerza. En el otro extremo se ubica otro grupo de pensamiento izquierdista, que aspira a un cambio político, pacífico, constitucional y electoral, en un tiempo prudencial, mediante unas elecciones negociadas con el régimen que permita la salida del gobierno de Nicolás Maduro. En el centro se ubica una indiscutible mayoría, sin afiliación ideológica ni vínculos con ningún grupo político, que aspira a un cambio de gobierno, lo más rápido posible, sin importarle la forma en que se logre.

Tanto el grupo ubicado a la derecha, liderado por María Corina Machado y  cercano ideológicamente a Voluntad Popular, como el ubicado en el  centro apoyaron ampliamente la juramentación del  presidente de la Asamblea Nacional, diputado Juan Guaidó, como presidente encargado de la República, ante la ilegitimidad de la presidencia de Nicolás Maduro, y su estrategia política. Ese apoyo recibió inmediato respaldo de los Estados Unidos y de un numeroso grupo de gobiernos democráticos. Las fuertes declaraciones de Donald Trump, “todas las opciones están sobre la mesa”, así lo confirmaron. Definitivamente, esa orientación estuvo influida por la visión de John Bolton, su anterior Asesor de Seguridad Nacional, quien estaba convencido que la Fuerza Armada, ante esta circunstancia y a la luz de la experiencia histórica de América Latina, intervendría poniéndole punto final al gobierno de Nicolás Maduro. Los fracasos de febrero y abril del año 2019, evidenciaron lo errado de esa visión. No tomaron en cuenta la reprochable ideologización interna ni la permanente vigilancia y brutal represión contra los cuadros militares.

El sector ubicado a la izquierda, liderado por Claudio Fermín, inició un ciclo de conversaciones con el régimen madurista. Desde su inicio, esas conversaciones no produjeron mayor esperanza en los venezolanos debido al desprestigio que ese tipo de negociaciones tiene en la conciencia nacional, dada la falta de credibilidad de Nicolás Maduro, quien, en lugar de tratar de impactar a la opinión pública cumpliendo cabalmente con el acuerdo alcanzado con este sector, aprovechó el regreso de su fracción a la Asamblea Nacional para impedir, con el empleo de la Guardia Nacional, el normal desarrollo de la sesión parlamentaria en la cual sería designado el nuevo presidente del poder Legislativo. Para colmo, el otro compromiso asumido de liberar a los presos políticos terminó en una burla al excarcelar a un pequeño número de presos políticos y a una mayoría de delincuentes comunes para de inmediato detener a un número mayor de militantes de los partidos de oposición.  Estos hechos demostraron, una vez más, que Nicolás Maduro rechaza la vía constitucional, pacífica y electoral como forma de superar la actual catástrofe nacional.

El destino de Venezuela sigue comprometido. Esta es la verdad. La vocación totalitaria del régimen madurista, apoyada en una cruel y permanente represión, lo conduce a la constante  y flagrante violación de la Constitución Nacional y de los más elementales derechos humanos. Por otra parte la falta de unidad de la oposición democrática constituye un factor crucial que impide superar esta realidad. De allí la desesperanza de nuestro pueblo. Sin embargo, el fuerte cacerolazo que se escuchó en Caracas, durante la noche del martes pasado, es una importante demostración que  la voluntad de lucha del venezolano se mantiene en su afán de lograr ponerle fin a la dictadura madurista. Por ello se  requiere, con urgencia, consolidar un liderazgo colectivo, mantener un discurso unitario y establecer una sola estrategia con objetivos claros y realizables. Ese liderazgo colectivo debe de inmediato dedicarse a reorganizar  la estructura de la oposición democrática para enfrentar, con posibilidades de éxito, los retos que nos plantea la dictadura, durante y después de la cuarentena. Es un grave error, continuar  esgrimiendo  la pluralidad ideológica para evadir la urgencia de restablecer la unidad opositora.

Se nos avecina otro reto a enfrentar: la constitucional y anunciada elección parlamentaria. Es una extraordinaria oportunidad para que la Oposición Democrática fije una única e indivisible posición. Estoy convencido que la abstención no ha dado buenos resultados. Es verdad, que los abusos del madurismo pueden conducir a considerar la abstención como una  alternativa, pero creo que sería un grave error. Es tan amplia la mayoría opositora que sería imposible perder dicha elección, Pienso que ante  los abusos del chavismo, lo conveniente es ir a la elección y si hubiese fraude o triquiñuelas  denunciarlos con pruebas suficientes. Las consecuencias políticas entre abstenerse y denunciar un fraude son totalmente distintas. Una denuncia de fraude puede derrocar a un gobierno, abstenerse jamás lo lograría.  También entiendo que existe un amplio sector de la opinión pública que mantiene la abstención como de rechazo al fraude. Justamente, ese es un importante punto para el  debate. En cualquier caso, la decisión que se tome, además de ser inequívocamente unitaria, debería ser consultada con la comunidad internacional que apoya nuestra lucha.  Ignorar su opinión sería un grave error. Es el momento de debatir estos trascendentes retos, con gran amplitud, para poder establecer una nueva estrategia que nos conduzca al triunfo y a un gran cambio político.

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