Muchas veces tratamos de huir de nuestra realidad, nos esmeramos en romper el vínculo con la verdad, debilitándola, para convertirla en algo irrelevante. Y le damos cabida a la mentira, nos afianzamos en ella, para darle una mayor capacidad de difusión. Olvidamos, por ende, que la verdad libera y la mentira esclaviza, pero no nos importa, ya que nuestra misión es mirar para otro lado, para ocultar nuestro miedo y temor a hacer frente a la objetividad de los acontecimientos. Lo anterior se puede aplicar a gran parte de la sociedad venezolana, que ha roto cualquier enlace con la evidencia de los hechos, por el pavor de perder lo poco que el socialismo le da, nada, sin darse cuenta de que se están convirtiendo en una comunidad de esclavos, porque ha triunfado la falsedad, derrotando así a la libertad.

Nace entonces, en muchos venezolanos, un nuevo sentimiento, que acompaña a la frustración, el agobio, la cobardía y el terror, que es tener la esperanza perdida. Solamente esperan que alguien solucione los problemas que como sociedad originamos y afianzamos. Obviamos las perspectivas, porque hay terror a pensar libremente. Lo mejor es aferrarse a una bolsa de comida y esperar la bondad de un funcionario para que nos otorgue un nuevo bono, para poder así comprar media docena de huevos. Ya la ilusión y el optimismo se lo damos a otros, mientras nosotros esperamos a que terceros se sacrifiquen, para obtener el mayor beneficio con el mínimo esfuerzo.

Esto nos ha llevado a que Venezuela se convirtiera en una nación de las más pobres y atrasadas de la región. La salud pública, la alimentación, la educación, los servicios básicos y ahora con la escasez de combustible, son un tormento para la mayoría de la población. Lo anormal es lo cotidiano en el país, donde la provincia y las ciudades pequeñas son las que más sufren.

Porque desde la llegada de la revolución al venezolano se le colgó la etiqueta de pueblo, entendiendo que no es una concesión magnánima del gobernante de turno, todo lo contrario, ser pueblo significa convertirnos en mendigos, carnetizando el hambre para estar rodilla en tierra, uniformando la ignorancia y así ser beneficiario ante aquellos que se encuentran en una posición de autoridad mayor que la propia, porque nos hacen pensar que el gobernante es un privilegiado.

Por el contrario, ser ciudadano significa el ejercicio de derechos y deberes, tener como requisito básico entender al gobernante o autoridad como un servidor público, que deben rendir cuentas y estar sujeto a la crítica, a la variedad de opiniones y a la alternancia en el poder.

Porque después de 20 años el mayor logro que puede mostrar con orgullo el proceso bolivariano es que todo lo que afecta al país es culpa de un bloqueo económico de Estados Unidos. La falta de alimentos, medicinas, las fallas en el servicio de agua y electricidad, son los gringos que se esmeran en joder y minimizar los logros de la revolución. Aquí vuelve de nuevo la mentira, que tratan de convertirla en verdad al repetirla mil veces, porque ser ruines, viles e infames, como estrategia política, lamentablemente les está dando resultados.

Desde 1999 se han ocupado, con constancia y dedicación, a desmantelar la democracia, donde el autoritarismo es la forma común de gobernar, en el cual se convocan procesos electorales de manera unilateral, limitando la participación tanto de candidatos como de partidos políticos, donde no hay garantías equitativas y justas, mucho menos que sea un proceso libre y transparente, avalado por organismos internacionales. Lo que importa es perseguir a la oposición, encarcelarla, exiliarla y, en última instancia, asesinarla.

A los apósteles del bolivarianismo ya nadie les cree, la magia de su discurso se agotó. De la noche a la mañana se han quedado sin mentiras que venderle por verdades a los venezolanos, porque es público, notorio y comunicacional que en las diferentes calles y avenidas del país hay connacionales que comen de la basura, mientras los jerarcas se desplazan en automóviles último modelo y viajan en primera clase. No les importa que nuestros niños mueran en los hospitales, porque los revolucionarios no tienen la culpa, es el imperio que nos impide ser felices. Hay que estar claros en que el deterioro de los derechos humanos en el país ha sido progresivo y constante, “porque no importa que andemos desnudos, no importa que no tengamos ni para comer, aquí se trata de salvar la revolución” (Hugo Chávez, 2 de abril de 2007).

Para lograr superar esta situación y encarrilar a Venezuela en la senda democrática, debemos superar el miedo, la culpa y la vergüenza, para seguir creciendo como país, Hay que enfrentar a la realidad y superar las apetencias individuales, respetando y tolerando a todos, sin importar la forma de pensar de cada quien. Hay que erradicar del sentir del venezolano la envidia, el rencor, incentivar el emprendimiento, resaltar la meritocracia, evitar a toda costa el oscurantismo, superar la etapa de país tercermundista adorando ídolos inútiles, cultivar la tolerancia y el respeto.

De modo que lo que importa es que prevalezca la paz, pero sobre todo la justicia, para alcanzar más temprano que tarde el camino democrático y lograr superar los problemas de esta gran nación. Hay que seguir creyendo, no perder la esperanza, que el cambio sí se logrará.


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