En la lejana antigüedad, en los tiempos de Jesucristo, a todas o casi todas las enfermedades mortales se las denominaba como “lepra”, la medicina estaba en los más bajos niveles. En la actualidad los keynesianos, y los socialismos de todos los partidos, llaman neoliberales a todos los que disienten de sus métodos ya definitivamente fracasados: déficit fiscal, proteccionismo, controles de precio y de cambio, y estatizaciones.

Sea como sea, existe un amplio abanico de escuelas económicas que se apoyan en la libertad de mercado y en la democracia para alcanzar el desarrollo, que va desde los neoclásicos basados en las teorías de Alfred Marshall, Stanley Jevons y otros, pasando por la escuela austríaca de economía, los monetaristas de Milton Friedman, la escuela del Public Choice  en la que ha descollado James Buchanan y otros economistas vinculados a la Universidad de Virginia, la escuela de la Nueva Economía Clásica o de las “expectativas racionales “ . Otros, recientemente apoyados en exhaustivas investigaciones econométricas, como Prescott y Kydland proclaman la teoría del ciclo real en el largo plazo. Así, por ejemplo, habrían descubierto que Estados Unidos desde 1890 hasta nuestros días ha crecido a una tasa de 2% en el producto interno bruto por cabeza, lo cual ha implicado que la tasa promedio del rendimiento del capital en ese tiempo ha sido de 4%.

También recuerdo en mis años de estudiante de Economía en la Universidad Católica Andrés Bello que en la cátedra de Macroeconomía se empleaba el complicado aparataje de las curvas IS-LM inventadas en los años treinta por el economista británico John R. Hicks, el cual para deducirlas había que manejar cuatro cuadrantes para la curva IS denominada gasto y otros cuatro para la curva LM denominada de equilibrio entre la oferta monetaria y la demanda de dinero.  Así mismo, cuando me llegó la hora de graduarme en el año 1974, Friedrich von Hayek, el gran expositor contemporáneo de la Escuela Austríaca de Economía, había recibido el premio Nobel de Economía, casi nadie en la UCAB había escuchado hablar de él.

La historia de esta escuela nacida en Viena comienza su larga andadura cuando en 1871 Menger publica su obra Principios de Economía. Este libro rápidamente se hizo famoso porque explicaba el valor mediante el estudio de las condiciones que determinan la asignación de bienes escasos entre usos alternativos y la forma en que diferentes bienes satisfacían las necesidades de los consumidores. Posteriormente, se le unirían Böhm-Bawerk con su teoría del capital y del interés, y Wieser, quien desarrolló el concepto de “costo de oportunidad”.

En la década de 1920 apareció una nueva y brillantísima generación constituida principalmente por Ludwig von Mises, quien en su seminario que tenía lugar en su oficina de la Cámara de Comercio de Viena congregaba a un grupo de jóvenes cada dos semanas, desde las 7:00 pm hasta las 10:30 pm. El mismísimo Mises, en su breve Autobiografía de un liberal, nos ha entregado una lista de los más importantes asistentes: así podemos nombrar nada menos que a Gottfried von Haberler, Friedrich A. von Hayek, Fritz Machlup, Oskar Morgansten, Paul N. Rosenstein-Rodan y Richard von Strigl. De igual modo, siguiendo a Haberler, los eruditos visitantes extranjeros aceptaban como un gran honor ser invitados al seminario; entre ellos se cuentan Howard S. Ellis (Universidad de California); Ragnar Nurkse (exprofesor de Economía en la Universidad de Columbia, en Nueva York), muerto hace varios años; Karl Bode (antes miembro de la Universidad de Stanford y ahora de la de Washington), Alfred Stonier (ahora en el University College de Londres) y muchos otros. En 1949 Ludwig von Mises escribió su gran obra La acción humana, donde expuso sus conocimientos y sus tesis sobre la economía que pertenece a otra ciencia más vasta que es el estudio del comportamiento humano, llamado por él la praxeología.

La larga trayectoria vital de F.von Hayek, el más destacado de los discípulos de Mises, refleja en algo las vicisitudes de esta escuela de pensamiento. En una impactante entrevista, realizada por Guy Sorman (en los Verdaderos pensadores del siglo XX), declara: “De ordinario, las ideas de los economistas se imponen después de su muerte. Pero en mi caso he tenido el privilegio de vivir largo tiempo como para asistir al éxito de algunas de mis propuestas”. Como también le dice al entrevistador: “Cuando era joven el liberalismo era viejo, es el liberalismo el que ha rejuvenecido”. Hayek, cuando fue profesor en la London School of Economics, debatió con John Maynard Keynes en los años treinta; pero se retiró del debate por cuarenta años y retorna a él, en los años setenta ¾con nuevos bríos¾ cuando observa que el proceso inflacionario mundial se había acelerado y que todos sus resquemores y advertencias en los años treinta habían sido acertadas.

La Escuela Austríaca de Economía se distingue por seis ideas básicas, o líneas fundamentales de su programa de investigación:

a) Un individualismo metodológico: los fenómenos económicos son explicados por la conducta del individuo.

b) Subjetivismo metodológico, en el contexto de que las acciones de los individuos deben ser comprendidas en referencia a sus creencias, conocimiento y expectativas.

c) Marginalismo, en el sentido de que cambios en las magnitudes generan efectos en las decisiones económicas.

d) Influencia de la utilidad marginal, y la utilidad marginal decreciente en la demanda y, por ende en los precios de mercado.

e) La existencia de costos de oportunidad (reconociendo que los costos que influencian las decisiones son aquellos que expresan la más importante de las alternativas sacrificadas en el empleo de los servicios productivos por un propósito en lugar de las alternativas inmoladas).

f) La estructura en el tiempo del consumo y la producción (expresando la preferencia del tiempo: corto plazo versus largo plazo, y la mayor productividad de los métodos indirectos de producción).

La Gran Crisis bancaria de 2008 y la Escuela Austríaca de Economía

Después de la gran crisis bancaria que estalló en Estados Unidos y Europa, en el año 2008, la cual agarró por sorpresa a las autoridades de la Reserva Federal, del Banco Central de Europa y del Fondo Monetario Internacional, se tomó como un triunfo de los economistas adheridos a esta escuela nacida en Viena. Robert Lucas, líder académico de los economistas norteamericanos, respiraba por la herida al manifestar que era imposible predecir esta crisis. También Eugene Fama, con su hipótesis del mercado eficiente de valores, no pudo tampoco predecir que el mercado de valores estaba inflado, por la titularización de las hipotecas sub-prima y que se había estado alimentando una burbuja.

En efecto, entre 2001 y 2002, la burbuja bursátil que se había gestado en torno a las compañías tecnológicas se desinfló. Pero el entonces titular de la Reserva Federal, Alan Greenspan, pretendió evitar (o, mejor dicho, posponer) la recesión disminuyendo paulatinamente las tasas de interés desde 6% en 2002 hasta 1% en 2004 (una tasa que inclusive llegó a ser negativa en términos reales).

Esta expansión monetaria y crediticia permitió, al menos momentáneamente, abandonar las expectativas de estancamiento, y crear un ambiente ficticio de prosperidad. Esto es, la reducción de tasas entre 2002 y 2004 fue absolutamente artificial porque no respondía a un mayor ahorro de la economía estadounidense sino a una expansión de la oferta monetaria de la Reserva Federal.

Debido a estas tasas, muchas empresas pudieron emprender proyectos de inversión que, en condiciones normales, jamás hubiesen resultado viables. De igual modo, aprovechándose de una legislación favorable para el sector inmobiliario, este rubro concentró la mayor parte de las inversiones. Se formó así lo que conocemos como “burbuja hipotecaria.

Millones de personas aprovecharon la situación para adquirir viviendas. El aumento de la demanda impulsó la construcción residencial (en Estados Unidos, se construyeron más de 4,6 millones de nuevas viviendas entre 2003 y 2006) y fuertes alzas de precios de las ya existentes (el incremento alcanzó 40%, entre 2002 y 2006).

Con el tiempo, parte de la expansión crediticia se trasladó a otros sectores. La burbuja dejó de ser estrictamente hipotecaria o inmobiliaria para transformarse también en bursátil. Así, entre 2003 y 2006, el índice bursátil Dow Jones creció, sin considerar los dividendos, 45%.

Después de la gran caída de la liquidez mundial y la actividad productiva, el descrédito, incluso, en que cayó incluso la profesión de economista obligó a expertos como José De Gregorio (“La macroeconomía, los economistas y las crisis”) a explicar qué era lo que había fallado o mejor dicho, no funcionado. En el amplio artículo del economista chileno, hasta  postula que si las crisis pudieran ser predecibles no ocurrirían, lo cual es tautológico. Aquí se equivoca fatalmente puesto que la crisis de 2008 fue pronosticada incluso por un analista indio que en ese momento era economista jefe del Fondo Monetario Internacional, y por Nouriel Roubini, además de los economistas vinculados con la Escuela Austríaca de Economía. Todos fueron mirados como miserables Casandras y aguafiestas.

La Escuela Austríaca en la actualidad

Como es sabido por los historiadores del pensamiento económico, Ludwig von Mises, en 1940 se radicó en Estados Unidos, y allí en la Universidad de Nueva York, rehízo prácticamente su famoso seminario, allí formó nuevos alumnos como Murray Rothbard hoy por hoy, figura destacada del anarco-capitalismo, e Israel Kirzner, gran estudioso de los procesos empresariales y de mercado.

En Estados Unidos funciona el Instituto Mises, fundado en 1982 por Llewellyn H. Rockwell, Jr. Con la bendición y ayuda de Margit von Mises, Murray N. Rothbard, Henry Hazlitt y Ron Paul, el instituto defiende una economía capitalista de libre mercado y un orden de propiedad privada que rechace los impuestos, la devaluación monetaria y el monopolio estatal coactivo de los servicios de protección (gobierno).

También en Estados Unidos, Roger W. Garrison, profesor de Economía en la Universidad de Auburn en Alama y exprofesor visitante de la London School of Economics y de la Universidad de Nueva York, publicó el libro Tiempo y dinero.  Este texto delicado y difícil de leer, porque engloba toda una confrontación doctrinaria de las escuelas keynesiana, monetarista y austríaca en general, a través de gráficos explicativos de cómo han entendido estos grandes economistas los procesos de inversión, inflación, depresión etc. Sin embargo, el profesor Garrison, le ha impreso un nuevo giro y espíritu moderno a los planteamientos de la Escuela Austríaca de Economía.

En España, existe incluso toda una editorial (Unión Editorial) que se ha dedicado a difundir las obras escritas de los principales pensadores de la Escuela Austríaca y allá se encuentran economistas muy preparados de esta corriente como Jesús Huerta de Soto y Juan Ramón Rallo.

En América Latina, en especial en Argentina, han surgido nuevos y grandes entusiastas de las tesis de los “economistas austríacos”. En Buenos Aires, Adrián Ravier demuestra, no obstante su juventud, un enorme caudal de conocimientos reflejado en sus libros más recientes, en donde demuele con sólidos argumentos la tasa curva de Phillips, instrumento específico del keynesianismo para evaluar las políticas de inflación versus recesión, y deja planteado que al final la inflación engendra desempleo y anula las ganancias iniciales de una política inflacionaria. También en su interesantísimo libro En busca del pleno empleo describe maravillosamente bien los pasos del ciclo económico, ya sea desestabilizado mediante la expansión artificial de la emisión de dinero sin respaldo, o estabilizado mediante el ahorro voluntario, variable central del pensamiento de los economistas “austríacos”.

Y finalmente en Venezuela, tenemos al economista Guillermo Rodríguez González, vinculado al Instituto Juan de Mariana, quien ha escrito varios libros y ganado un premio académico en México, y ha divulgado desde hace muchos años la existencia de esta corriente liberal del pensamiento económico. Así mismo, es director de la Revista Orden Espontáneo patrocinada por la Universidad Monteávila, donde es también profesor y ofrece cursos de Economía Austríaca desde hace algún tiempo.

En conclusión, la Escuela Austríaca de Economía continúa dando la hora, especialmente en América Latina, dispuesta siempre a recurrir a soluciones fáciles y emocionales que persistentemente o muchas veces terminan mal en dictaduras o en hambrunas generalizadas. Los casos de Cuba, Nicaragua y Venezuela deberían llamar la atención del mundo en este sentido, porque buscan repetirse en Perú y en Chile, mediante tretas constitucionales y con agitaciones que surgen fuera del ámbito político institucional (partidos, congreso, sindicatos, etc). Esto es, las dictaduras con aliento marxista solo demuestran que es imposible manejar grandes masas empobrecidas en libertad y democracia.

 


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