En septiembre de 2005, desde la tribuna de la ONU, Chávez descargó un agresivo asalto verbal en contra el gobierno de Estados Unidos que, como siempre, no encontró respuesta. Después se reunió con los miembros de un Centro de Acción Pastoral en el Bronx, uno de los 5 municipios de la ciudad de Nueva York. Allí presenciamos un espectáculo surrealista, en el exacto sentido que los franceses le atribuyen a ese movimiento cultural, “un intento de sobrepasar lo real impulsando lo irracional y lo onírico”. Después de una introductoria perorata, el comandante/presidente prometió que se disponía a colaborar en “proyectos cooperativistas para trasladar la experiencia de su gobierno en el desarrollo de los barrios de Nueva York”. En tono evangelizador sugirió que el “Bronx serviría como una especie de laboratorio de programas de mejoras de los barrios de Nueva York al tiempo que ofrecía microcréditos para pequeños huertos, pequeñas fábricas de pan, de ropa u otros fondos”.

Atónitos, algunos de los presentes se preguntaban si este hombre estaba en sus cabales o consciente de que se dirigía a ciudadanos del país más poderoso y rico del planeta. A residentes de la capital financiera del planeta, asiento de Wall Street, domicilio de las corporaciones más poderosas del mundo. ¿Se volvió loco? Era la pregunta que se hacían en voz baja.

La memoria viene a cuenta por un reportaje en el portal digital de La Gran Aldea de la periodista Olgalinda Pimentel titulado «Los 12 hitos de la escalada violenta de Hugo Chávez para montar su revolución«. Pimentel entrevista a un grupo de profesionales venezolanos y concluye que, “desde la expresión más pintoresca hasta las más lacerante, las alocuciones de Chávez cambiaron la vida de los venezolanos”. El tema giraba alrededor del libro Neolengua roja rojita. Un glosario chavista, un estudio del sociólogo Óscar Lucien, quien nos revela en el discurso de Chávez “una eficaz articulación de locuciones populares, inconsistentes o manipuladas referencias o alusiones históricas, jerga militar, propuestas propagandísticas, todo consecuente con una estrategia política: la permanencia en el poder”.

El sábado 4 de diciembre, en las páginas de El Nacional, Tulio Hernández, en un bien elaborado y ensamblado prólogo/elogio, eleva la tesis de Lucien y las manipulaciones del lenguaje de Chávez a niveles que, si hacemos abstracción de su malévola intencionalidad, poco faltó para que lo comparara con portentos de la lengua y la sátira como George Wells, Honoré de Balzac o Voltaire. Extrapolando la tesis de Lucien, Tulio Hernández nos dice que en el lenguaje de Chávez “hay una armazón conceptual subyacente, que al tiempo de denigrar moralmente a los adversarios y satanizar todo acto de disidencia, apunta a crear un nuevo orden moral, un desprecio al mundo civil y un culto al pasado heroico de los próceres de la independencia”.

En el reportaje de Pimentel, otros científicos sociales concurren con Lucien. ¿Es este el Chávez ordinario, confuso y alocado que vimos en acción en Nueva York? Veamos.

“Prepárate que te voy a dar lo tuyo”

Con esta expresión Chávez se dirige a su esposa desde un programa de TV en un buen Día de los Enamorados. Una expresión común en cualquier botiquín de barrio. Eso creíamos, pero la verdadera significación la explican Paulina Gamus, ex ministra de Cultura y María Cristina Parra, ex juez de Familia y Menores: Fue esta “una forma de violencia psicológica y sexual de la intimidad, una gratificación personal… una forma de reforzar su virilidad”. “Tenemos que entender” -aclara Parra- “que existen relaciones entre sexualidad, cultura y poder y este fue un acto de connotación sexual que propicia una relación de poder entre el individuo que acosa (Chávez) y la persona acosada (el pueblo)”.

En una ocasión Chávez se dirige a la presidenta del TSJ y le dice: “Si yo tuviera a mi hija enferma y no tuviera cómo comprarle medicinas… saldría a robar también”. Para el sociólogo Roberto Briceño-León no es la locución de un malandro como alguien pudo haber malpensado. No, Briceño-León dice que “lo que logra Chávez es básicamente quebrar el sistema normativo de la sociedad… ese era su propósito. Quebrar el sistema de lo correcto y lo incorrecto y lograr una destrucción institucional”.

De la frase de Chávez “ser rico es malo”, que alguien podría pensar que era la de un demagogo hipócrita que ya se estaba haciendo inmensamente rico. No, para el historiador y ex rector de la Universidad Católica Andrés Bello, Luis Ugalde, SJ, “Chávez expresa de diversas maneras la enfermiza convicción de que Venezuela, a partir del petróleo, era un país rico y allí encontró la fuente del resentimiento”.

El politólogo e historiador Diego Bautista Urbaneja va mucho más lejos y formula un conjunto de ideas que, presumimos, son deducidas a partir de la observación, la experiencia y el razonamiento lógico para explicar a Chávez a través de hipótesis que comprende su Teoría del Mondongo. Para Chávez, dice Diego Bautista, “todos somos un mondongo, tenemos de todo por dentro, somos buenos, envidiosos, mezquinos, mentirosos, todo eso está ahí y la responsabilidad que siente Chávez, como dirigente político, era saber cuál de esos elementos sumergidos en el mondongo él iba a exacerbar”.

Para explicar nuestro pacífico comportamiento frente a la autocracia, Diego Bautista puntualiza: “Por necesidad hacemos seis horas de cola para echar gasolina, nos salimos del carro y nos ponemos a hablar. No hay violencia porque no es nuestra manera… Buenos Aires estaría en llamas si ellos hubiesen vivido lo que vivimos en Venezuela. Pero nosotros no”. En esa analogía Diego Bautista no aclara si eso nos hace mejores que lo bonaerenses o si somos un pueblo apaciguado por el conformismo social.

La intelectualización de un chafarote

Es difícil evitar cierta pesadumbre al constatar que se persiste en esa idea de explicar a Chávez a través de juicios abstractos y retorcidos para soslayar la verdad verdadera: Hugo Chávez se comió la clase política e intelectual de Venezuela y a todos nosotros en caldo de ñame, como describe el proverbio popular venezolano, o en un mondongo, como seguramente preferiría Diego Bautista.

Lo entendemos, no es fácil explicar que un montonero de los llanos, semianalfabeta funcional e ignaro como Hugo Chávez y en los albores del siglo XXI se haya dirigido a Miraflores sin la mayor resistencia, a recoger el poder del suelo donde lo había dejado el puntofijismo moribundo. No debe ser placentero para estos profesionales admitir que, por cobardía, miedo, temor, inseguridad, indiferencia o lo que fuera, nuestra clase política e intelectual permitió que el felón, después de intentarlo por la fuerza, se abriera paso una vez más y tomara el poder, esta vez sin tanques, artillería o fusiles, montado en un camión de estacas y con un micrófono que le prestó Luis Miquilena.

La explicación de esta explicación de nuestra tragedia pudiera estar en esos mecanismos de defensa que popularizó la hija de Sigmund Freud, Ana Freud, conocido como la racionalización de un problema. Para algunas personas educadas es importante tornar una situación crítica o trágica, en términos lógicos y abstractos para evitar una confrontación emocional con la realidad. La racionalización es una forma de explicar o justificar un comportamiento o una actitud con razones lógicas, aunque estas no cuadren con la realidad. Un medio de justificar una situación vergonzosa o de minimizar un daño causado por debilidad o cobardía por no confrontarlo a tiempo.

No importa cómo se adorne esta adocenada historia, Chávez humilló a nuestra clase política e intelectual y a todos nosotros como país, nación y sociedad. Si la razón de nuestras desgracias tiene que ver con una azarosa situación que hace surgir este maléfico estratega de los llanos, ¿cómo es que ya desahuciado y en una última afrenta se las arregla para dejarnos a Nicolás Maduro en Miraflores, el más menso de la casta bolivariana?  y todavía nuestra dirigencia opositora no ha podido con él?

Peor, como no pudieron con Chávez y menos con Maduro no se les ocurrió otra cosa que destruir el interinato de Guaidó y toda la plataforma legal que había diseñado el Departamento de Estado para incrustar en el costado de la autocracia bolivariana un gobierno paralelo opositor. Una concesión de Estados Unidos que no tiene precedentes en la historia de la diplomacia. Fue la única humillación que hubo de soportar en dos décadas este gobierno bolivariano y que habría continuado soportando si no es porque una dirigencia que sólo se contempla el ombligo destruye el interinato en un acto de autoflagelación por rivalidades personales.

¿Cómo explicar ahora, que sin el genio estratégico de Chávez, aún siga allí Maduro y que el estatus actual de la oposición sea casi una debacle comparada con la era de Chávez? Esta tragedia no ocurrió por la genialidad estratégica de Chávez. No hay nada heroico en esta mediocre historia.

La explicación más racional es la colosal ineptitud de una generación de líderes, desgraciadamente superados por una claque bolivariana de parecidas y limitadas entendederas.

En 13 años de gobierno Chávez pudo constatar, cada día, cómo los dirigentes opositores se doblaban, no ante él sino ante el poder. Un Maduro con poder no haría ninguna diferencia, se seguirán doblando. Así ha sido. ¿Cómo intelectualizar eventos tan ostensiblemente desvergonzados? Todo ocurrió ante los ojos embobados de una vieja y nueva generación política de cabecillas opositores con nombres y apellidos que nos han mal representados por años; Ramos Allup, Julio Borges, Henrique Capriles y Manuel Rosales. Ahora que destruyeron el interinato, una de sus peores equivocaciones, buscan en Juan Guaidó y en la rebeldía de María Corina sus chivos expiatorios.

Durante todos estos años esa cuadriga de dirigentes se equivocó con Chávez y continúan equivocados con Maduro. Nunca supieron qué hacer para enfrentar la autocracia.

Aún no lo saben.

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