En ciertas culturas, desde que los niños son muy pequeños aprenden a esperar las cosas de los demás, en vez de ir en busca de ellas. Sobre todo las madres se dan a la tarea de crear un vínculo de dependencia entre ellas y sus hijos. Se ha dicho que este fenómeno se puede deber a que, como la mayoría de las madres, en estos países, crían solas a sus hijos, no quieren que estos cuando crezcan las vuelvan a dejar solas y por esto hacen todo lo posible para que los hijos, en especial los varones, sientan que ella es indispensable.

Sin embargo, el aprendizaje de esperar todo de otros, no acaba acá. Cuando la persona se hace más adulta se encuentra con los famosos “panitas que lo resuelven”, cuya consigna es “hoy por mi, mañana por ti”; y luego, aparecen los míticos “compadres que les dan una manito”, eso sí, a cambio de que «una mano lava la otra». No obstante, si el problema es tan grande que no lo puede resolver ni la mamá, ni el panita, ni el compadre, entonces la obligación de resolver dicho problema recae en el Estado.

Aunque no parezca, esto ha engendrado en la sociedad una especie de necesidad de depender de otros, trayendo como consecuencia una grandísima masa de la población, que siempre está esperando que los demás les resuelvan sus problemas, preocupándose ellos por ver quién les va a resolver el asunto, en vez de tomar las riendas del caso, asumir sus responsabilidades y terminar de solucionar la dificultad por medios propios.

Lamentablemente, el problema se ha profundizado cuando aparece «Estado paternalista” que en vez de enseñar a pescar, compra los peces en otro país, porque ni siquiera se pescan acá, y luego los regala. Ojo, esta no es una práctica nueva en los gobiernos venezolanos, pues ha sido un mal que ha estado presente a lo largo de toda la historia contemporánea del país.

El «Estado paternalista» inicia en el político populista que ofrece un futuro fácil a costa del trabajo de otros. Ese político es «querido» y «exitoso» mientras duran los recursos que otros producen para mantener las dádivas y promesas que conquistan votos.

Para bien o para mal el «Estado paternalista» está herido de muerte en Venezuela. Tiene las horas contadas. Este se sustentaba en una enorme renta petrolera que le permitía incluso financiar parte de la vida de los ciudadanos. La gasolina, los servicios básicos (como el agua, la luz, la telefonía, el gas), alimentos de primera necesidad, medicinas y mucho más era subsidiado. Esto no quiere decir que estos servicios no tenían un valor real o que eran baratos como muchos piensan; esto quiere decir que el ciudadano pagada una minúscula parte de estos servicios y el «Estado paternalista» pagaba la otra parte de la factura.

El resultado de años y años de tener al Estado pagando parte de las facturas y los consumos de los ciudadanos es que no se invirtió ese dinero en cosas que el Estado sí debería hacer como hospitales, escuelas, autopistas, puentes, trenes y toda una infraestructura física, de servicios y tecnológica para ser productivos y competitivos en el siglo XXI.

Lo más triste de todo es que el «Estado paternalista» viene a morirse cuando menos puede el ciudadano valerse por sí mismo. No porque algunos bienes o servicios estén demasiado caros, sino porque estamos tan empobrecidos que ni siquiera podemos pagar las cosas baratas.

En este momento los venezolanos tenemos el salario más bajo de este planeta y ahí es cuando nos vemos en la necesidad de empezar a pagar verdaderamente por servicios, impuestos, combustible y distintas otras cosas que antes eran pagadas en parte por el «Estado paternalista».

No todo el mundo entiende esto. Pareciera más fácil para las nuevas generaciones que no disfrutaron las bonanzas de décadas anteriores entender esta situación, al igual que personas que han tenido experiencia viviendo en otros países.

Por el contrario, esta «enfermedad del paternalismo» la sufren en la actualidad sobre todo aquellos que han vivido siempre en la otrora «Venezuela saudita», que disfrutaron del dólar a 4,30, el «ta barato, dame dos», los salarios que alcanzaban para pagar la inicial de una casa o un carro, que no pagaban prácticamente servicios, gasolina o impuestos. Les es muy complicado asumir que eso se acabó.

La situación es peor en áreas como por ejemplo los servicios básicos de agua y luz donde el «Estado paternalista» por un lado subsidiaba la factura a los ciudadanos y por otro no hizo las inversiones necesarias para mantener a flote esos servicios. No hizo esas inversiones por falta de planificación, incapacidad o por corrupción. Entonces llegó el momento en donde por ejemplo no tenemos agua. Los ciudadanos no estamos acostumbrados y en estos momentos no tenemos cómo pagar lo que vale, y por otra parte el Estado no tiene recursos para hacer las inversiones que se requieren para levantar el servicio. La realidad es que por vías de hecho ya se está dando un proceso de ajustes que es muy duro por todo lo antes expuesto pero que será necesario si queremos avanzar y no seguir en retroceso.

El país que viene debe ser el país del ciudadano, más que del Estado. Un ciudadano responsable que sea copartícipe del progreso de su comunidad y de su país. No necesitamos un Estado que nos regale las cosas. Necesitamos que el Estado genere las condiciones para que todos los ciudadanos tengamos las mismas oportunidades de educación y salud en un país estable, en donde los ciudadanos podamos trabajar con seguridad personal y jurídica, y en donde cada quien pueda alcanzar lo que nuestro Libertador denominó «La mayor suma de felicidad».


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