Ilustración: Juan Diego Avendaño

Con escasas referencias en los medios extranjeros, avanza el proceso electoral en México, el país de mayor población de habla castellana, de las cinco grandes democracias y miembro del G-20. Marcha al mismo tiempo que los de India y Estados Unidos, dos gigantes de hoy. Pero, el poco interés que despierta afuera más bien se debe a la relativa tranquilidad con que transcurre (en contraste con el anterior), al convencimiento general de estar ya decidida la contienda y a una mayor confianza sobre el futuro, dada la continuidad política que se espera. Sin embargo, tendrá influencia en la vida del continente.

A pesar de sus carencias democráticas –autocracia presidencial, abuso del poder, corrupción generalizada– México se distingue por su estabilidad política. Los gobiernos se suceden cada seis años, como está previsto en su constitución que prohíbe la reelección (reforma de 1933): “Sufragio efectivo. No reelección” fue la consigna de Francisco I. Madero en su convocatoria a la revolución (1910). Desde la elección de Lázaro Cárdenas (1934) quince presidentes han ocupado el Palacio Nacional, ejercido sus funciones durante el período que les correspondía y transmitido la autoridad en forma regular al sucesor designado. Factores extraños (incluso eventos naturales) no han interrumpido esas prácticas. Durante ese tiempo se han mantenido las libertades civiles (aunque se han tolerado graves violaciones). Asimismo, se ha sostenido una intensa vida intelectual (tres mexicanos han recibido el premio Nobel) y se han desarrollado importantes centros académicos (como la Universidad Nacional Autónoma, el Tecnológico de Monterrey, el Colegio de México).

La regular sucesión presidencial oculta con frecuencia las profundas modificaciones ocurridas en el modelo político en los últimos 90 años. De un régimen de partido “oficial” (si bien no único) se ha pasado a una democracia abierta, aunque limitada por la existencia de un partido “dominante”. Hace tiempo que dejó de usarse la retórica revolucionaria propia de una época concluida. Incluso, hace 32 años México normalizó las relaciones con la Santa Sede, interrumpidas desde las llamadas Leyes de Reforma (1855-1857), lo que no impidió el mantenimiento de la fe católica, defendida hasta con las armas. Debe reconocerse que el sistema se abrió desde dentro, con el impulso de José López Portillo (1976-1982) y sus sucesores. Lo exigía la modernización y el peligro de la implosión. Curiosamente, la reforma ocurrió al mismo tiempo que signos inquietantes de regresión: el terrorismo de estado, el levantamiento zapatista y la guerra contra el narcotráfico.

En las décadas recientes ha cambiado bastante la vida política mexicana. Todavía en el ejercicio del cargo el presidente se asemeja mucho a un soberano con poderes casi absolutos (con pleno apoyo de su partido, el cual debería ser instancia de control). Así lo admite la mayoría, aunque el PRI y Morena (ahora al mando) se reclaman movimientos de izquierda.  Intocable, su figura se ha desacralizado. Sus acciones se discuten e, incluso, se investigan. Han ganado espacio las mujeres. Ya en el pasado algunas lograron reconocimiento universal: la musa Sor Juana Inés de la Cruz, la mágica Frida Kahlo o la misteriosa María Félix. Durante la revolución además de auxiliares de tropas fueron verdaderas luchadoras. “Adelita” Velarde fue “coronela” antes de hacerse un corrido. Con posterioridad invadieron áreas fundamentales: educación, salud, negocios. No obstante, sólo en 1953 adquirieron derecho al voto. Desde 1979 ocupan cargos ejecutivos (estadales y federales).

Expresión de los cambios es la aparición de una candidata “ganadora” que no viene de los grupos que han controlado el poder (en todas las áreas): Claudia Sheinbaum (n. 1962), descendiente de inmigrantes judíos (del este de Europa). Aunque sus padres militaron en el Partido Comunista y participaron en las protestas de los años sesenta, su formación no ocurrió en cuadros partidistas, sino en universidades: graduada en física e ingeniería energética (UNAM) hizo la investigación doctoral en Berkeley Lab de California. Autora de numerosos estudios, pertenece a la Academia de Ciencias y al Grupo de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas que recibió el premio Nobel de la Paz junto a Al Gore (2007). Por su interés en ese tema acompañó a AMLO en el gobierno de la ciudad (secretaria del Medio Ambiente). Y también en la fundación de Morena (2011). En 2018 asumió la jefatura de la capital.

Durante el siglo que siguió a su independencia, México no progresó mucho. Fue una historia agitada: revoluciones, intervenciones extranjeras, dictaduras. En guerra con Estados Unidos perdió sus territorios del norte. Y sus habitantes no gozaban de muchas libertades. Durante el paréntesis de paz del Porfiriato (1876–1911), calificado de positivismo liberal, hubo algunos avances. Apenas atrajo pequeña parte (cerca de 110.000 para 1920) de los millones de emigrantes que entonces abandonaron Europa. Preferían otros destinos. En el siglo XX no superó el subdesarrollo. Lo impidieron el intervencionismo estatal, la violencia social, la corrupción generalizada, la escasez de inversiones. El cine (Los olvidados de Luis Buñuel, Cantinflas de Mario Moreno) mostró la pobreza. Para 1960 el pib era prácticamente igual al de Argentina, ahora es casi el doble: 1,28 billones de dólares y el pib/pc 10.077 dólares (2022). El arranque se produjo a finales de los setenta, como consecuencia de las nuevas prácticas políticas.

México ha sido siempre refugio de perseguidos y soñadores. Después de la revolución, acogió a exiliados de países latinoamericanos, así como a quienes, provenientes de distintos lugares del mundo, buscaban sitio para realizar ilusiones. Allí Humberto Tejera escribió sus poemas esenciales, como Gabriel García Márquez sus obras fundamentales; y Rómulo Gallegos y Andrés Eloy Blanco recibieron protección luego del fracaso de nuestro primer ensayo democrático. Tras la guerra civil española el gobierno republicano, así como buen número de intelectuales (humanistas y científicos) de mucha valía, se instalaron en México. Ejercieron gran influencia en la vida cultural (notablemente en la educación).  Con el apoyo del presidente Lázaro Cárdenas se fundó la Casa de España (1938), que presidió Alfonso Reyes, transformada luego en el Colegio de México (1940). También llegaron críticos de otros regímenes totalitarios, nacionalistas de Europa oriental y comunistas disidentes. León Trotsky fue especialmente invitado por el mismo Cárdenas.

Pero, México mira más al Norte que al Sur. Se comprende: es vecino por allí de Estados Unidos, del que lo separa y une una línea limítrofe de 3.185 kms, del Pacífico al Golfo de México. Del otro lado viven 10.5 millones de mexicanos; otros 28,2 millones son de igual ascendencia (en 2ª o 3ª generación). Los latinos son 62.08 millones, 18,7% del total nacional. Además, ambos países forman, junto a Canadá, una zona de libre comercio (con un volumen de intercambio superior a 1,5 billones de dólares en 2022), regida por el T-MEC que reemplazó (2020) al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (1994). A Estados Unidos se dirigen 77,6% de las exportaciones mexicanas y de allí provienen 49,9% de las importaciones. El presidente López Obrador utiliza consignas y gestos revolucionarios, pero se entiende bien con Estados Unidos: el intercambio comercial entre las dos naciones supera los 800.000 millones de dólares.

Sin embargo, México (como lugar principal del imperio colonial español) estaba llamado a ejercer un papel de liderazgo en América Latina. Obtuvo el reconocimiento de Estados Unidos en 1822 y de Inglaterra en 1824. Su posición geográfica le daba acceso fácil a Centroamérica y el Caribe y también al área andina. Sin embargo, su influencia no fue muy grande y no lo es aún (como no sea en la vida cultural). Pareciera que ha preferido dejar el campo libre a otros estados, como Brasil, Argentina, Colombia (y desde los años ‘70 a Cuba!). Se debe, además de las vicisitudes históricas mencionadas antes, a su política de no intervención (expresada en la “doctrina Estrada”). No era una consecuencia necesaria, porque la no intervención no significa neutralidad y mucho menos indiferencia. La relación con el Sur resulta enriquecedora para ambas partes.  Por lo demás, puede ser mecanismo para acercarse a mundos más lejanos.

Hace cien años México vivía momentos decisivos de su historia. La estabilidad tras una década de revolución resultaba difícil de alcanzar: los triunfadores enfrentaban dificultades para imponer la paz. Mientras al Norte emergía una de las potencias mundiales, el que había sido el dominio más importante del Imperio Español, parecía renunciar a su destino: hogar de un gran pueblo y guía de un grupo de naciones. En el tiempo que siguió intentó normalizar las actividades esenciales e iniciar el camino del progreso económico y social. Aunque obtuvo logros importantes, todavía tiene pendiente –¿dudas existenciales?– la realización plena de esas tareas.

X: @JesusRondonN


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