La economía venezolana ha sido un enorme fracaso histórico en su objetivo de producir bienestar para la población y en la satisfacción de sus necesidades humanas. Han existido épocas de prosperidad y de decadencia, pero ni en los mejores años la mayoría de los venezolanos han podido gozar de prosperidad y siempre han persistido enormes desigualdades.

Este decepcionante desempeño se ha extendido y profundizado con la aplicación del llamado socialismo del siglo XXI, llevando los indicadores de pobreza a niveles nunca conocidos en el país. De acuerdo con la última versión de la encuesta Encovi elaborada por la UCV, la UCAB y la USB (2018), 87% de los hogares en Venezuela entra en la categoría de pobres y muestran 80% de inseguridad alimentaria.

Ya diversas entidades multilaterales y nacionales han informado de la “catástrofe humanitaria compleja” que sufre la nación venezolana, un término que refiere el desmoronamiento de la economía formal, el hambre, el colapso de la salud pública, la debacle educativa, la violación de los derechos humanos, el caos de los servicios públicos, la exacerbación de la corrupción y el hundimiento de toda institucionalidad estatal. Es necesario agregar a este drama el causado por la pandemia que azota al mundo entero. Ha allí el tamaño de la tragedia venezolana, también el de sus desafíos.

Una realidad tan dramática puede ser superada con un gran esfuerzo de toda la población, sus organizaciones y su liderazgo. Con el apoyo de la comunidad internacional y de diversas instituciones de cooperación. Pero volver al pasado sería una estupidez histórica. Allí en la memoria están los éxitos y los fracasos, las luces y las sombras, lo que debe servir para diseñar unas nuevas realidades.

Los desafíos son múltiples y complejos, sobre todo en el tejido del capital social que es una tarea imprescindible. En el campo económico es ir a un proceso que respete la dignidad de la persona humana y busque el bien común, en el marco del desarrollo integral. La economía humana es una estrategia para la promoción de una sociedad sea más equitativa, justa, responsable y sostenible. Desde las reglas del juego nacionales que se establezcan hasta los estímulos para los diversos emprendimientos, deben estar dirigidos a promover sistemas productivos, de distribución y de consumo que respeten a las personas, al ambiente natural, a las comunidades y a su identidad. Al desarrollo local integral y al aseguramiento del trabajo digno, el abastecimiento seguro y la sostenibilidad integral.

Experiencias múltiples existen tanto de países como de localidades, de tejidos empresariales justos, cadenas productivas, sistemas de propiedad tradicionales o innovadores, comunidades exitosas. Países enteros muestras historias de equidad y bienestar, también ciudades y pueblos. Empresas que acumulan fama de ejercer una economía decente. De manera que el mundo tiene muchas lecciones de las cuales los venezolanos podemos aprender.

Existen varios instrumentos institucionales de enorme valor para que Venezuela se enrumbe por estos caminos. Una muy valiosa es la Agenda 2030 de las Naciones Unidas que el Estado venezolano firmó y se comprometió cumplir. Allí están los 17 Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS), cada uno de ellos estrechamente articulados y todos en la vía de la economía humana. Cada ODS viene acompañado de metas bien establecidas, de diversos métodos de seguimiento y de políticas de cooperación para llevarlos a la práctica.

La Encíclica del papa Francisco Laudato si (Alabado seas), publicada el 24 de mayo de 2015, es un formidable documento para la reflexión y la acción en el cuidado de “la casa común” como le dice al universo y al planeta Tierra. Es una guía para la praxis activa de las personas, las familias, las organizaciones y la sociedad en general. Este documento es fruto del asesoramiento de lo mejor de la comunidad científica y de asesores en los campos teológico y filosófico. El propio Vaticano creó un Discaterio (especie de Ministerio de la Curia Romana) para el Desarrollo Humano Integral, y puso al frente al cardenal Peter Turkson, de la diócesis de Sekondi-Takoradi de Ghana. Así se han desplegado en muchas partes del mundo una serie de actividades que se mueven bajo las orientaciones de esta encíclica.

La Red Internacional de Economía Humana (RIEH)[ii] es una organización que promueve la economía humana como una alternativa que respeta la dignidad de la persona y busca el bien común, en el marco del desarrollo integral. Son personas y organizaciones que comparten esta la visión del mundo y que decidieron transformarse y contribuir a la transformación del entorno local, nacional y global. La Red está organizada en África, en el Sur y Sureste de Asia, en América Latina, en el Caribe y en Europa. Es una Red de intercambios, reflexiones y propuestas que actúa en su territorio respectivo y comparte sus experiencias en las redes sociales y en la publicación “Caminos de Economía Humana”. La RIEH está inspirada en la ideas y acciones del famoso padre Louis-Joseph Lebret, quien fue un economista y religioso católico francés impulsor del desarrollo global dentro de la Iglesia católica, entendido como desarrollo de la persona y de los grupos sociales.

Esta Red Internacional de Economía Humana está en proceso de organización en Venezuela, y puede ser un instrumento para promover una nueva economía más eficaz para producir una sociedad que genera mayor bienestar con equidad, más democrática, diversa y justa.

[i] Francisco González Cruz es Coordinador de la RIEH en Venezuela. [email protected]

[ii] Portal web: rieh.org

 

 


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