Comisión que investiga el ataque al Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021

Desde Washington DC 

La historia política de Estados Unidos ha abundado en drama: una cruenta guerra civil, magnicidios, enjuiciamiento de presidentes en ejercicio y elecciones reñidas que debieron ir, para su resolución, hasta la Corte Suprema. En todas estas crisis importantes iniciativas políticas y ciudadanas condujeron al país a una solución, si bien algunas han dejado heridas que aún no se han cerrado definitivamente.

Hoy estamos viviendo una doble tragedia en este inmenso país, resultado de la postura del 45° presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien desconoció y sigue desconociendo los resultados de la elección de 2020, la cual dio el triunfo a su rival demócrata Joseph Biden. A diferencia de la crisis electoral de 2000, la contienda entre Bush y Gore, la cual se decidió por 537 votos en Florida y por decisión de la Corte Suprema, en 2020 el presidente Trump no reconoció en el momento ni ha reconocido posteriormente la victoria de su rival.

Inmediatamente después de las elecciones el presidente Trump y el grupo de sus colaboradores y aliados políticos llevaron a cabo dos estrategias en paralelo. Por un lado, pidieron su anulación, argumentando la existencia de fraudes en diferentes estados del país, para lo cual intentaron no menos de 56 demandas ante tribunales de varios niveles, incluyendo la Corte Suprema. En todas las ocasiones estas demandas fueron desechadas por las diferentes instancias e, incluso, algunas de ellas, fueron objeto de reprimenda por parte del Poder Judicial, dada su baja calidad y total ausencia de elementos probatorios. La otra estrategia fue de puertas adentro, según la cual el presidente Trump y algunos de sus íntimos colaboradores pidieron a sus aliados políticos en los poderes Ejecutivo y Legislativo que trataran de cambiar los resultados en sus jurisdicciones, mediante la utilización de diversos argumentos legales o políticos. Esta estrategia incluyó presiones como las ejercidas sobre el propio vicepresidente Pence, quien se negó rotundamente a tratar de invalidar el triunfo del candidato rival, a pesar de la presión del presidente Trump, quien llegó al extremo de llamarlo cobarde (wimp), por no querer ceder a su pedido.

¿Cuál es la doble tragedia a la cual nos referimos?

Una, es el inusitado ataque a la integridad del proceso electoral estadounidense por parte del presidente Trump, ataque que permanece hoy en plena actividad, después de dos años de efectuadas las elecciones y después de todas los revisiones y ratificaciones de los resultados. Al llevar a cabo este ataque contra toda evidencia y hallazgos, el presidente Trump ha intentado y sigue intentando desprestigiar el sistema electoral estadounidense, el cual nunca había estado expuesto a tal grado de desconocimiento por parte de un presidente o institución alguna en Estados Unidos. Los votos obtenidos por el presidente Trump representaban casi la mitad del país y ello le daba un arma formidable que pudiera haber sido utilizada para unificar a la nación, pero ha preferido utilizarla –por aspiraciones políticas personales– para polarizarla y convertirla en dos grandes mitades separadas por el rencor, hasta el punto de que algunos estados como Texas han comenzado a hablar de secesión.

La segunda tragedia es secuela de la primera. Al insistir el presidente Trump en su postura de desconocimiento de la voluntad popular estadounidense, al entrar a presionar a algunos funcionarios claves para que revirtieran los resultados, al seguir atacando el sistema electoral que es columna vertebral de la estabilidad política de la nación, lo que está logrando hoy en día es fracturar el país en dos subnaciones, una demócrata y otra republicana, cada cual apegada de manera acrítica a “su verdad”. Esta polarización ha llevado a la subnación republicana a desconocer la pertinencia y validez de una investigación llevada a cabo nada menos que por el Congreso de Estados Unidos, otrora asiento indiscutible del espíritu bipartidista que animaba el sector político estadounidense. Esta subnación republicana se ha negado a integrar el comité de investigación y se niega hoy a reconocer la validez de sus hallazgos, hasta el punto que algunas cadenas de televisión se han negado a retransmitir las sesiones de la comisión del Congreso, incumpliendo su deber informativo, por considerar que ellas representan un ataque personal al presidente Trump y no un intento de establecer la verdad sobre el ataque de grupos violentos al Congreso en enero de 2021.

De nada ha valido que algunos de los íntimos colaboradores del presidente Trump, incluyendo su vicepresidente Pence, su fiscal general Barr, funcionarios de diversos estados, jueces y testigos de primera mano traídos a declarar ante la comisión, hasta su propia hija, todos hayan dicho o aceptado bajo juramento que el presidente Trump no tiene razón en su postura. La negación de la verdad ante la evidencia –por razones ideológicas- representa una inmensa tragedia para la nación estadounidense, porque abre las puertas a un mañana en el cual todo puede suceder, todo puede ser desconocido. Permitiría a cualquiera que esté apoyado por grandes segmentos de la población insurgir contra la democracia y las leyes y costumbres que han hecho grande a esta nación.

Cuando mi querida esposa y yo decidimos salir de Venezuela en 2003, debido a la pesadilla desatada por Hugo Chávez en nuestro país, no vacilamos en elegir a Estados Unidos como refugio. Decíamos que cuando este país tuviese un resfriado el resto del planeta tendría pulmonía. Ahora veo con asombro y tristeza cómo lo que nos resultaba impensable hace dos décadas está tomando cuerpo en esta gran nación, cómo el gran crisol da paso a la aparición de tribus llenas de rencor.


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