El primer domingo después del de resurrección la Iglesia celebra el domingo de la Divina Misericordia. Esta es una devoción que tiene su origen en la aparición de Jesús a una monja polaca, Sor Faustina Kowalska, en la que le dio varios mensajes para el mundo. Primero le encargó que mandara a pintar su imagen para que pudiera ser adorada por mucha gente. Jesús apareció con un rayo blanco y otro rojo que le salían de su costado abierto. Tenía la mano izquierda puesta en él y su mano derecha bendecía. El rayo blanco-pálido y el rojo simbolizan la sangre y el agua que brotaron de su costado cuando lo traspasaron con la lanza el viernes santo. El blanco significa el agua de la gracia que justifica a las almas y el rojo la sangre que es la vida de las almas. Debajo de la imagen se debía escribir: Jesús, en ti confío.

Jesús quiso enseñarle a Sor Faustina cómo rezar el rosario de la divina Misericordia. Así, fue diciéndole que cada día de la novena que debía empezarse el viernes santo, se debía rezar por un grupo concreto de personas: los sacerdotes y religiosos, las almas piadosas, los que no creen en Dios, los niños, etc. Y pidió que a las 3 de la tarde, hora de su muerte, se rezara especialmente la oración de la coronilla y se meditara en su muerte con piedad. Prometió que nada se le negaría al alma que hiciese esto. Jesús quiso transmitir que su Misericordia no tiene límites y que su corazón lleno de ternura se abrió para cada alma el día que murió. Ni el pecador más empedernido debe temer a Jesús, pues es un Dios extremadamente bondadoso y su cariño para cada uno es infinito.

Santa Faustina le dijo a Jesús que era imposible pintarlo como lo bello que era y Él le respondió que lo importante era la gracia que él ofrecía y no la belleza del cuadro. Debía aparecer como Sor Faustina lo vio. Eso lo pidió Jesús, pero era consciente de que una mano humana no puede alcanzar a pintar al hombre-Dios como realmente es.

Para este domingo Jesús prometió que concedería el perdón absoluto de todas sus faltas a la persona que se confesara ese día, contando con la comunión y una oración por el Papa. Quedaremos limpios de todo pecado si nos confesamos ese día o unos días después del domingo, si es que no podemos hacerlo el domingo. Es una gracia especial que ofrece Dios para manifestarnos el don de su amor y su perdón: para darnos a conocer su amor misericordioso que todo lo olvida si sabemos sumergir todas nuestras faltas en su gracia.

La confesión es un sacramento en el que Jesús nos revela su misericordia: su capacidad de perdón de toda culpa. No hay ninguna culpa que sea más grande que el amor de Dios que lo perdona todo. Por eso, cuando nos confesamos, la gracia toca cada falta, cada pecado, y lo borra, y Dios lo olvida, porque Él no es como nosotros que no olvidamos. Es una oportunidad de oro lograr meditar este día en el amor insondable de Dios y acercarnos a este sacramento del perdón y del amor infinito que nos acoge con los brazos abiertos muy a pesar de tantas faltas.

Aprovechemos, pues, este día, para pedir el perdón que todos necesitamos y ojalá adoptemos esta costumbre de meditar en la pasión de Jesús por un momento a las 3:00 de la tarde para pedir gracias y favores que Jesús nos concederá, como lo prometió.


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