Es estruendosamente inocultable: el maestro venezolano vive la más menguada de toda su historia republicana. Desde tiempos coloniales jamás el maestro fue sometido a régimen tan oprobioso de semiesclavitud laboral y de tan nefanda desmoralización profesional. Nadie en su sano juicio discute el elevado y sensible papel del maestro en la forja y formación de las generaciones futuras. Una nación prefigura, sin lugar a dudas, lo que siembran sus maestros en el espíritu del pueblo, en el volskgeist.

El futuro de Venezuela está, indubitablemente, en manos de sus maestros, pero la suerte de los mismos marcha al garete a la deriva de la espantosa calamidad social y económica que tiene al país en el foso abismal de la peor miseria que haya sufrido país alguno en el continente desde las formaciones de los Estados nacionales que fraguó la republicanidad a partir 1810. Hoy por hoy, a la fecha de septiembre del año 2019, un maestro en Venezuela no gana ni siquiera 4 dólares mensuales. Obviamente, la escandalosa, por humillante, remuneración del maestro ha terminado por producir una indetenible deserción laboral que va dejando un vacío profesional harto difícil de llenar en el sistema educativo nacional.

Una peligrosa estampida de docentes hacia la “economía informal” (léase bachaquerismo) en procura de un ingreso que le permita al maestro sobrevivir al monstruoso caos socioeconómico a que la “revolución” ha sometido a la reserva moral y ética de la sociedad. Aunque cueste admitirlo, tienen sobradas razones los maestros que desertan y abandonan las aulas de clases para emigrar a otros países huyendo del holocausto nacional y de la muerte segura por desnutrición e inanición; pues el docente en Venezuela no cuenta tan siquiera con un seguro funerario que le permita a sus familiares darle una sepultura digna de su elevada condición en caso de un eventual fallecimiento. Las cifras e índices estadísticos son tenebrosamente elocuentes, y es ocioso y morboso señalar aquí porcentajes e indicadores socio-demográficos, por lo demás incontestables e irrebatibles.

Un maestro anémico y malnutrido aquejado por dolencias psico-emocionales, docentes aguijoneados por severas vulnerabilidades proteicas sin un sistema nacional de asistencia y protección preventiva de salud es, naturalmente, un maestro desmoralizado y desmotivado para realizar tan delicada labor formativa. Con razón la diáspora de docentes y profesores de todas las modalidades y niveles educativos del país no deja de incrementarse día tras día aumentando el déficit de docentes altamente preparados y curricularmente calificados que se ven en la imperiosa necesidad de emigrar a otros países siendo, al fin de cuentas, los más favorecidos por la recepción de recurso humano profesional tal altamente calificado de tan indiscutibles méritos académicos. Nadie medianamente sensato osa discutir que la “revolución socialista” le ha causado un daño patrimonial de incalculables proporciones económicas, ético-morales, cognitivas y gnoseológicas a los maestros sumiéndolos en una catástrofe humanitaria sin precedentes en toda su historia desde la época de Guzmán Blanco hasta la actualidad.

 


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