No voy a volver a decir por qué esta es una dictadura, lo he dicho mil veces y no lo voy a repetir para que no me llamen monotemático.

Pero no toda dictadura se revela como un gobierno destructor, ha habido dictaduras modernizantes, sangrientas sí, pero modernizantes y las sociedades sometidas a ella experimentan crecimiento económico y modernización del aparato productivo. Allí está el Chile de Pinochet, que si bien desarrolló la escalada de la represión, liquidando la política y las libertades y derechos humanos, diecisiete años después casi gana las elecciones porque casi la mitad de los ciudadanos de ese país asumieron que después de todo vivían mejor que los años que vivieron bajo el gobierno de la Unidad Popular

El caso nuestro es diferente, pues rápidamente el llamado socialismo del siglo XXI se reveló como un modelo destructor y retrógrado. Aunque después de conocer el informe de la ONU, nos parecemos bastante, no solo a Chile sino a todas las dictaduras que el Cono Sur vivió hasta mediados de los ochenta, en eso de violar derechos humanos y cancelar libertades civiles. Nada más leer el resumen del informe produce espeluzno, pues recoge en detalles las barbaridades que los cuerpos de seguridad, por orden de los más altos funcionarios del régimen, aplican contra opositores.

Pero, aunado con esto, la peste nos llegó como a todo el mundo y se ha cebado contra el país, especialmente contra el personal de salud.

La peste es hoy una realidad que pone en evidencia un pésimo rendimiento del gobierno en enfrentarla y la convierte en una metáfora de lo que nos ocurre en todas las dimensiones del país. Que ha hecho que, incluso, la anormal “normalidad” que teníamos se tambalee. No quedan certezas básicas sobre la que nos podemos asir, como dice el viejo Marx, todo lo sólido se desvanece.

No sé si ustedes se acuerdan de que teníamos la costumbre de ir a los centros comerciales, a lo mejor no de compras sino simplemente para ver y que nos vieran, ir a un café, incluso darnos el gusto, cada quince días y algunos hasta los fines de semana porque nos daba flojera de cocinar, ir a un restaurante.

Pues bien, todas esas cosas que antes podíamos considerar superfluas, todas esas seguridades y certezas que, quiérase o no había brindado la llamada cuarta república, se hicieron gas con el régimen chavista y el advenimiento de la peste terminó por sepultarlas.

Hace pocos días la Academia de Física y Ciencias Matemáticas, la misma que dijo que a mitad de año estaríamos sobre los 4.000 contagiados diarios, revelación que al régimen no le gustó y una de sus voces más conspicuas amenazó con cerrar sus puertas, ha calculado que para fin de año la cifra de contagiados en el país llegue a los 14.000 diarios. Es decir, que no es exageración decir que la muerte nos acecha.

Ya es demasiado, nos han golpeados tres plagas, la primera nos avisó desde mucho antes de revelarnos su verdadera naturaleza (1992), pero como siempre despreocupados y optimistas, pensamos que la cosa iba a ser mejor y miren cómo han resultado, casi una destrucción apocalíptica. El sucesor de aquella calamidad nos introdujo la segunda plaga: no solo el desastre de políticas que nos han arruinado como país sino que ahora se revela en toda su magnitud, lo que los venezolanos ya sabíamos, pero que el mundo nunca ha querido ver, esto es el sistemático abuso de poder y su consecuente violación de los derechos fundamentales, entre ellos, la vida y ha convertido la política en algo que comienza a ser peligroso; y la terceram la peste que llegó justo en el momento de nuestro peor momento crítico y con un régimen que nadie supera en incapacidad para gobernar.


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