¿Serán conscientes los líderes de la oposición acerca de las verdaderas intenciones y propósitos del PSUV, cuando por sugerencia de Putin regresan a ocupar sus curules en la legítima AN? ¿Serán conscientes de que con esa acción se les avecina una tormenta de dimensiones y consecuencias incalculables? ¿Le otorgarán la debida importancia a la marcha acelerada con que el régimen va construyendo los escenarios para unas elecciones parlamentarias anticipadas, o como en tantas otras oportunidades, lo subestimarán? Responder con seguridad estas preguntas es casi imposible. Son tantos sus errores, que tienen como base sus enfrentamientos y contradicciones, que solo podemos apelar al verbo dudar. Y ya eso es malo porque un pueblo que alberga dudas es muy difícil motivarlo de nuevo.

Me permito hacer estas preguntas porque, sobre  eso  no tengo dudas, la incorporación de la fracción del PSUV a la AN legítima es el primer paso concreto y visible del régimen para apoderarse de nuevo del único poder legítimo que ha estado en manos de la oposición,  desde los tiempos de la gloriosa derrota popular que sufriera el régimen en 2015. Lo harán con unas elecciones anticipadas, con todo el arsenal del ventajismo y la arbitrariedad a la que sin ningún pudor apelan las veinticuatro horas del día, aprovechando las contradicciones y desencuentros de la oposición, el aparente debilitamiento de la ruta de Guaidó, la pérdida de votos en contra del régimen, por causa de la diáspora, la inmovilidad creciente de un pueblo ocupado en sobrevivir y por supuesto de la división crónica, con metástasis anunciada, en el seno de la oposición, en la que una de las partes tiene incorporado a su ADN aquello de que dictaduras no salen con votos, y por lo tanto insistirán en tomar la ruta de la abstención.

Y ante esta realidad, surge una pregunta obligada que debería hacerse la dirigencia opositora: ¿cómo es posible que un régimen lisiado y rechazado por más de 80% de la población sea el que impone las reglas? ¿Qué es lo que no ha hecho el sector opositor para cambiar ese cuadro que ha dado pie para que, por ejemplo, las euforias de 2015 y la euforia que despertó la audacia de Guaidó en el mes de enero, a pesar de su épico esfuerzo, poco a poco se vayan apagando?

Creo que a este punto debemos reflexionar sobre el hecho muy visible de la diferencia que existe entre el régimen y la oposición, pues lo que vemos es que el régimen sabe lo que quiere, adónde va y todos sus recursos, tanto materiales, como pragmáticos y dialécticos, por lo general sin consideraciones éticas porque esa palabra y esa conducta les son desconocidas, los pone al servicio de una sola causa, porque no tiene otra: destruir a la oposición verdadera, crear una a su medida y antojo,  y retener el poder a como dé lugar; y en  cambio, en la oposición, cada dirigente tiene su propio proyecto y juega sus cartas según sus intereses y estas no le alcanzan para cambiar el juego.

El régimen navega bien en las corrientes subterráneas de las argucias y mentiras, mientras la oposición con su comportamiento, creo que sin darse cuenta, de lo contrario sería una conducta inmoral que la descalificaría, van preparando la tormenta perfecta que las hará desaparecer en grutas cuyas piedras serán difícil remover. El régimen formado por  mafias, cuando se ve acosado y perdido sin remedio apela a un diálogo con el solo propósito de ganar tiempo e inventar nuevas agresiones a la democracia, en cambio en la oposición hay división entre quienes consideran el diálogo y la negociación un hecho natural y positivo en las política y de aquellos que dicen que sentarse a dialogar con delincuentes es una conducta entreguista y colaboracionista.

En las filas de las mafias gobernantes hay desacuerdos y algo más, que los llevaría a su destrucción, en la oposición, donde todas las diferencias  se podrían  armonizar, la irracionalidad y  la intransigencia lo impiden dejándole el camino libre a su verdadero enemigo. En el régimen están claros en que en estos momentos una puja entre maduristas, y diosdadistas, o la división entre quienes explotan el Arco Minero, o entre los componentes de las FARC y el ELN, entre los que reclaman participación y elecciones para elegir los miembros de los consejos comunales y los que defienden la imposición a dedo,  traería como resultado la pérdida del poder.

Hace poco leí la novedosa visión de Rafael Arráiz Lucca sobre la revolución que significaría adoptar una democracia parlamentaria que nos llevaría no solo a una profundización de la división de poderes, a procurar el debate necesario para que los problemas se resuelvan y mantener al electorado plenamente informado, sino también a repotenciar la esencia misma de la democracia, suficientes razones para que todos los demócratas estemos de acuerdo; pero sucede que, en la actuales circunstancias, con un régimen que impulsa unas elecciones parlamentarias anticipadas, apelando a todas las ilegalidades imaginables, con unos resultados que no se ven muy halagadores para la oposición, no estaríamos ante una democracia parlamentaria pero sí ante una dictadura parlamentaria, experiencia ya vivida durante diez años con resultados nefastos, gracias a que la oposición decidió abstenerse pensando que el triunfo de los abstencionistas declararía la ilegitimidad del régimen, hecho que para un régimen totalitario como el que tenemos, aquí y ahora, es sencillamente irrelevante.

El día que se escriba la verdadera historia de estos lúgubres y fatídicos veinte años, así como el régimen será inevitablemente condenado como lo peor que le ha ocurrido a Venezuela, incluidas las andanzas de José Tomás Boves y la guerra federal, la oposición que le correspondía actuar unida contra viento y marea, no se librará de una sentencia condenatoria, porque gracias  a sus desencuentros y la codicia por el poder de muchos de sus dirigentes, contribuyeron a construir la soga para su propia garganta y, por supuesto, para la garganta de ese pueblo que se ha visto en la necesidad de marcharse y la de ese otro que al no hacerlo, solo le queda ocuparse de su supervivencia. Me duele escribir esto, pero por lo que veo todos los días, una oposición que se autosabotea, un régimen que no respeta, un pueblo dividido entre los que huyen por no ver horizontes y los que se quedaron, ambos igualmente protagonistas de una supervivencia que es en sí un hecho trágico, dolorosamente, no me queda más remedio que escribirlo.

Creo que Guaidó y la oposición que lo apoya tendrán que dar un mensaje capaz de revivir, si no la euforia, sí el espíritu de lucha, porque pareciera que todas las opciones que estaban sobre la mesa tienen una piedra de tranca que habría que apartar. Esta historia continuará.


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