Hace poco tuve la dicha de reunirme con mis hermanos y sobrinos; algo que no sucedía desde hacía cinco años. Encontrarse con la familia después de tanto tiempo; ver a los sobrinos con cinco años más y conocer a los que habían nacido durante estos años es toda experiencia hermosa, de esas que son ligeras como una nube, rápida como una ráfaga, pues pasa como el tiempo, que no se detiene. Ponerse al día con tantas cosas, verse a la cara, tocarse, abrazarse, no tiene comparación con una videollamada, con los videos que mandan continuamente, con las fotos.

El país ha escupido a sus hijos; el país que estos que gobiernan quieren hacer a la imagen y semejanza de sus proyectos absurdos. Los que se han ido lo han hecho por necesidad, porque aquí no veían la posibilidad de crecer, de desarrollarse, de vivir con dignidad. El que emigra lo hace por aventura, pero también y ante todo, por necesidad. Porque la vida donde se está se ha hecho imposible.

Paralelamente al encuentro familiar viví la negación de la entrada a México a unos 42 venezolanos a quienes se les regresó al país en el mismo avión en el que habían viajado. Muchos viven legalmente en el exterior; muchos desesperados salen como pueden. Las lágrimas de estos últimos daban lástima, pues pudieron haber sido estafados por un gestor. Puede ser que fueran muy conscientes de la estafa y tiraron la parada, pero el hecho es que sus sueños de libertad fueron frustrados.

Es triste ver cómo los venezolanos están por todo el mundo regados, diseminados, intentando levantar cabeza y vivir en algún país que tenga más orden que el nuestro. Buscan, indudablemente, lo que aquí no hay. Puede ser una carrera universitaria, un trabajo con el que se pueda vivir, la paz que muchas veces nos falta, el transporte, la vida de ciudad que nosotros no tenemos, etc. Buscan, como vemos, lo que no tienen aquí. A veces lo encuentran; a veces no, porque emigrar es difícil, no es cualquier cosa, pero muchos anteponen a la familia yal país lo que quieren encontrar y lo logran.Algunos se han ido porque son perseguidos; estos no pueden estar aquí. El paso lo han dado obligados por las circunstancias: por hablar, dibujar, escribir en contra de este régimen; por serles contrario.

Yo nunca he vivido fuera, pero me imagino haciéndolo y siento inmediatamente un vacío que me abruma. Alguien me dijo que para emigrar había que estar muy motivado, porque no era fácil y tal vez yo no esté así de motivada. Lo que sí siento es cómo la vida aquí se hace a veces cuesta arriba, pero a pesar de eso uno ama su ciudad y su rutina y uno no quiere sino eso.

Lo que más lamentamos todos, sin duda, es la ruptura familiar: cómo las familias se han dividido y se han diseminado por el mundo dejándose de ver. Los nietos crecen con abuelos de Whatsapp, con besos en las pantallas, con la distancia de por medio. Yo tuve mucha suerte de poder ver a mis hermanos y sobrinos después de tanto tiempo, pues seguramente hay padres que no ven a sus hijos desde hace más que cinco años. Soy afortunada; lo sé. Pero igual hacen mucha falta. Hace falta la vida de familia.

 


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