Venezuela no se está derrumbando. Ya se derrumbó y adquiere plena vigencia aquel viejo dicho según el cual siempre se puede estar un poco peor. No se trata de establecer puntos de comparación con el pasado democrático del país, sino de tomar plena conciencia del presente para, desde aquí, echar las bases hacia un mejor futuro, hacia la construcción de una nueva Venezuela. Para tal fin lo único que deben mantenerse son los principios fundamentales de la vida en democracia y libertad, con perdón de la redundancia. En toda democracia verdadera, la libertad es un supuesto indispensable para su vigencia.

De acuerdo con las estadísticas internacionales estamos dentro de los cinco países que se encuentran en condiciones deplorables, hasta infrahumanas en algunos renglones. A esto hemos llegado, no por obra del Espíritu Santo, sino por la acción imperdonable de un régimen basado en una ideología socialista comunistoide probadamente fracasada, y de paso, dirigido por gente mal preparada, altamente corrompida y orientada, en buena medida, por estructuras del crimen organizado. Lo del narcotráfico no es cuento. Se trata de una realidad que algunos estamos combatiendo con todo desde principios de los años ochenta. Lo relativo al terrorismo tiene distintas raíces que van desde el problema de la violencia colombiana y sus repercusiones en nosotros hasta el Medio Oriente y su creciente poder e influencia en la política del régimen venezolano.

Sin embargo, no hay conciencia plena de la magnitud del problema, concentrados casi que exclusivamente en el control cubano sobre instituciones fundamentales del Estado venezolano. Ese es un problema grave que afecta nuestra soberanía, pero no es el único que tenemos que afrontar.

En 2015 se eligió la actual Asamblea Nacional con mayoría de dos terceras partes opositoras. Esta condición desapareció en las primeras de cambio. Paralelamente crearon de modo inconstitucional una asamblea constituyente, con minúscula, para hacer lo que le viniera en gana al régimen. A la Asamblea legítima se la despojó de su sede natural, el Palacio Federal Legislativo. Muchos de sus miembros han sufrido y sufren persecución, acoso, prisión y exilio. Se la declaró en “desacato”, no sabemos de qué y muchas cosas más hasta llegar a la última infame decisión de eso que llaman Tribunal Supremo de Justicia, pretendiendo asumir la designación de un nuevo Consejo Supremo Electoral para realizar elecciones parlamentarias este mismo año.

El electoralismo agudo de algunos políticos tenidos como opositores blandos los ha llevado a convalidar lo que estamos diciendo. Desgraciadamente, me cuesta creer que sea por convicción y no por oportunismo, comodidad y complicidad bien remunerada política o económicamente. Es difícil decirlo, pero es lo que pienso y ya basta de silencios cuando la realidad está a la vista.

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@osalpaz


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