El Instituto Nacional de Orientación Femenina (INOF) es casi tan viejo como la vieja, y ahora inexistente, democracia venezolana surgida a finales de la década de los años cincuenta del siglo pasado. La única cárcel de mujeres, que eso es el INOF, fue creada en 1962, fruto del parto de las ideas modernas que el país comenzaba a descubrir y a abrazar. Aquellas ideas fueron desechadas y en su lugar lo que hay -según un reciente informe del Observatorio Venezolano de Prisiones (OVP)-, es «un cementerio de mujeres vivas».

¿En qué consistían las ideas que dieron vida al INOF? En algo tan sencillo y, a la vez tan humano, como es convertir la prisión en un lugar de reeducación y lograr que la población carcelaria pudiera reinsertarse en la sociedad. En el INOF las mujeres madres podrían tener cerca a sus hijos y verlos crecer en los espacios adecuados.

Es difícil asegurar que eso se logró en la vieja democracia, que se volvió vieja antes de tiempo, pero es innegable reconocer que el tema estaba planteado como un debate inacabado de las carencias y de la busca de remedios. Ahora es el olvido, la ausencia de información y el castigo o la descalificación para quien intente poner en discusión una llaga social como la de las prisiones y, aún más, la de las prisiones de mujeres.

El informe de la OVP, una organización no gubernamental creada en 2002 para promover y vigilar el respeto de los derechos humanos de las personas privadas de libertad, señala que en el INOF hay casi el doble de las reclusas (650) de la capacidad permitida (350). 28% de todas las reclusas del país está en el INOF. La mayoría de las mujeres presas están ubicadas en anexos de los penales de la población masculina.

El primer rasgo del INOF, por tanto, es el hacinamiento. Pero, además, y tan importante como la ausencia de espacios adecuados y atendidos, está el carácter del trato recibido por las mujeres en prisión: violencia, corrupción, discriminación, humillaciones e incluso torturas, a cargo de funcionarios del Servicio Penitenciario.

Si las reclusas se enferman, sus familiares tienen que correr -y esto es literal- con los gastos de la atención médica; solo en casos de extrema gravedad son trasladadas a un hospital. El menú diario de alimentación es insuficiente y de baja calidad: granos, arepas sin relleno y una especie de bollos de una masa amarilla. Para garantizar el suministro de agua potable las propias prisioneras deben poner cada una un dólar, en ocasiones, para contratar el servicio de un camión cisterna y así, además de hidratarse, realizar su aseo personal. La sarna ha proliferado entre ellas. En las requisas participa personal masculino del Grupo de Respuesta Inmediata del Servicio Penitenciario, vulnerando el derecho a la privacidad.

Otro dato del informe del OVP es que 23 niños viven en las celdas con sus madres y carecen de lugares adecuados para la atención de los pequeños. A los tres años son separados de sus madres, algunas de las cuales desconocen luego el paradero de sus hijos. A las reclusas que tienen hijos de edad más avanzada solo se les permite su visita en ocasiones especiales.

En el INOF permanecen internadas, además, 10 presas políticas que padecen las penosas condiciones generales de la institución y, por añadidura, son sometidas a un trato cruel y degradante: les suspenden las visitas sin previo aviso, le niegan el traslado a centros asistenciales, retrasan su asistencia y defensa en tribunales y pueden ser objeto de aislamiento en celdas que llaman «el tigrito» o  «la mazmorra», que carecen de ventilación y las privan por demasiadas horas, incluso días, de alimentos.

El OVP hace diez recomendaciones a las autoridades (¿?) para corregir esta desvergüenza. La primera de todas es fundamental: diseñar y poner en práctica políticas específicas adaptadas a las necesidades de las mujeres bajo responsabilidad del sistema penitenciario. Es de ley y ya se sabe cómo le va a la ley en esta república sin derechos.


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