En las últimas semanas, mientras los ucranianos asombraban al  mundo por la defensa de su “independencia y libertad” frente a la brutal agresión de Rusia (un “pueblo del mismo origen”), causó algún ruido en Venezuela la carta que un grupo de personas (que se califican como “líderes cívicos, académicos y reconocidos economistas,”) dirigen a distintos sectores sobre las sanciones impuestas al régimen imperante en el país. “Seamos realistas”, recomiendan. Sugieren a unos aceptar reformas políticas electorales “significativas” y a otros “continuar” con la liberación de presos políticos. En pocas palabras, abandonar los principios y atender los intereses inmediatos.

Esos dos hechos parecieran no tener relación alguna. Ocurren en escenarios distintos y ante circunstancias diferentes. Sin embargo, en ambos casos aparecen las mismas formas de actuar ante circunstancias políticas. Unos apegan su acción a los valores y principios que afirman sostener; otros tratan de lograr ventajas para sus intereses inmediatos, sin importarles su conformidad con las ideas. Hasta hace poco, quienes actuaban en esta forma, trataban de formular una tesis para sostener la praxis contraria a los principios. Ahora no se siente la necesidad de tal ejercicio intelectual. V. Putin no explica la agresión al vecino. Simplemente la anuncia, sin referencia a norma alguna de derecho que la autorice.  Quienes desean el entendimiento con N. Maduro apelan a la conveniencia  de tomar en cuenta “la realidad”, sin detenerse a justificar su llamado en los principios democráticos de los que se declaran defensores.

No es nueva, tanto en asuntos de orden interno como en las relaciones internacionales, la actuación de los políticos fundada en los hechos que marcan el tiempo o, para emplear el término acuñado por el canciller O. von Bismarck, en la “realpolitik”. Maestros en su aplicación fueron en fechas recientes Willy Brandt (canciller de Alemania Occidental) y Henri Kissinger (Secretario de Estado de Estados Unidos). Por encima de los principios ideológicos, se ha de tomar en cuenta la realidad de las  circunstancias. En definitiva, se dejan de lado los principios (sin rechazarlos) para lograr objetivos importantes. Es la tesis que sostuvieron Chanakia en el antiguo imperio Maurya de India y Nicolás Maquiavelo en la Florencia del siglo XV. En verdad, casi todos los gobernantes han seguido aquel modelo. No obstante, tanto los moralistas como los juristas se han empeñado en fijar a los estados normas de acción fundadas en los valores superiores de carácter universal.

El 28 de agosto de 1789 el presidente de la Asamblea Nacional Constituyente francesa pidió a los diputados que estaban a favor de mantener algunas prerrogativas reales que se situaran a la derecha (tradicionalmente el lugar de honor), y que lo hicieran a la izquierda los partidarios de la soberanía nacional. Esa ubicación se mantuvo en las sucesivas asambleas revolucionarias y fijó el lugar de los moderados (a la derecha), los radicales (a la izquierda, en la montaña) y los neutrales (entre ambos, en la llanura). Desde entonces se ha calificado de derecha el sector asociado con los intereses de las clases altas o dominantes, inclinado al mantenimiento del orden y la libertad económica; de izquierda al de las clases de menos recursos, preocupado por el avance social mediante la intervención del estado; y de centro al de las clases medias, defensor de las libertades civiles. Pero, los temas varían con el tiempo en cada país.

La división de la sociedad en dos campos no nació, por supuesto, con la Revolución francesa. Es muy anterior, desde las primeras sociedades organizadas. La historia nos muestra en los distintos pueblos la existencia de movimientos contrarios, que en su enfrentamiento marcaron su evolución histórica. En Grecia, la reforma de Clístenes permitió al partido del demos (pueblo) disputar el poder a los aristócratas (o nobles), que lo monopolizaban antes. Las luchas de los plebeyos por lograr la igualdad de derechos dominó la vida política romana durante más de doscientos años. Pasada la Edad Media, los partidos reaparecieron como mecanismos para facilitar la participación de los ciudadanos en el ejercicio del gobierno. Hasta tiempos recientes el término izquierda se aplicaba a los movimientos y grupos que proponían un cambio político y social, mientras que el de derecha a quienes se oponían a esos cambios.

Después de la Segunda Guerra Mundial, y especialmente luego del triunfo de la Revolución cubana en América Latina, la izquierda se definió por su posición frente a Estados Unidos. Por tanto, se dio aquella calificación a los movimientos o gobiernos (de cualquier orientación ideológica o integración) que enfrentaban a la gran potencia mundial. En realidad, se trataba de servir a los intereses del imperialismo soviético (dispuesto a promover la revolución “socialista” en el continente). No cambió la situación tras el colapso de la Unión Soviética (1991). Rusia –la de la dictadura de V. Putin, la corrupción de los oligarcas, las masacres en Chechenia y Siria,  los mercenarios en África– heredó la simpatía de los revolucionarios latinoamericanos.  Su amistad les garantizaba el apoyo de sectores (incluso occidentales) influyentes en la opinión mundial y la protección de un veto en las Naciones Unidas.

La desorientación de las ideologías se observa no sólo en América Latina. Ha invadido los espíritus del mundo. Lo muestra la votación en la Asamblea General de las Naciones Unidas que culminó con la suspensión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos  “por las informaciones de violaciones y abusos” en Ucrania. Los   países que votaron en contra de la medida incluyen antiguas repúblicas soviéticas (con regímenes autocráticos), dictaduras comunistas del Extremo Oriente, dictaduras militares del África, aliados y deudores de Latinoamérica y Argelia, Irán y Siria ¿Bloque de Izquierda? En el mundo la izquierda se identificó siempre con la lucha contra las dictaduras militares y la corrupción, la defensa de los derechos humanos, los cambios sociales. No es así a comienzos del siglo XXI. A sus miembros los unen otros intereses y sin duda también la admiración por los autócratas comunistas (como Iósif Stalin, Mao Tse-tung, Josip Broz Tito, Kin Il-sung, Fidel Castro y Pol Pot, entre otros).

A lo largo de la historia las grandes transformaciones fueron obra de fuerzas revolucionarias (de acción pacífica o violenta), identificadas con movimientos populares, movidos por ideas poderosas en procura de aspiraciones esenciales. A partir del siglo XVII grupos o partidos asumieron las tareas de dirección política. Su acción (y en consecuencia la de sus representantes, más tarde elegidos) pretendió fundamentarse en ideas que traducían un proyecto sobre la sociedad y el estado. De esa forma la evolución histórica sería el resultado de una opción voluntaria adelantada por quienes determinase la voluntad popular. Fue la aspiración que se manifestó durante las revoluciones liberales y también desde el siglo XIX en los intentos de establecer sociedades socialistas. Con frecuencia tales proyectos podían resumirse en alguna frase o palabra: «Laisser faire, laisser passer!», «¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!», «¡Proletarios de todos los países, uníos!» fueron algunas de ellas.

Aunque la doctrina sigue siendo elemento característico de los movimientos políticos, tiene cada día menor importancia. Poco a poco los programas se han vaciado de ideas. Izquierda y derecha son términos que han perdido su antigua significación. El grado de libertad personal o de intervención estatal en la economía no definen la pertenencia a uno u otro campo. Incluso, esa distinción ha desaparecido en la construcción de ciertos  modelos del espectro político. Por otro lado, la verdadera revolución de nuestros días se prepara en las aulas y en los laboratorios. Es allí donde se proyecta la sociedad del futuro. En verdad, una mirada al pasado podría indicarnos que así ha ocurrido desde antiguo. Los grandes cambios han sido resultado de la aplicación de las ideas novedosas: la práctica de la crianza de animales y de la agricultura, la aparición de la escritura, el desarrollo de la actividad reflexiva y de las matemáticas, el reconocimiento del valor de la persona humana.

Se ha escrito mucho en las últimas décadas sobre el ocaso de las ideologías. Los avances científicos, el crecimiento económico, la extensión del materialismo y el fracaso de los movimientos políticos,  entre otras causas, hicieron afirmar a muchos que las tesis doctrinarias eran inútiles en la sociedad del futuro. Más importancia parecían tener el cuidado de la economía y el dominio de la tecnología para dar satisfacción a las aspiraciones de la humanidad. Sin embargo, la manifestación de pueblos enteros en afirmación de principios, valores y bienes inmateriales –como la dignidad del ser humano y su libertad– indican que “no sólo de pan vive el hombre”. Necesita calmar el hambre y la sed de su espíritu. Ese es el papel de los pensadores y las ideologías. Al desconcierto debe seguir la actividad creadora.


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