Urge publicar un informe documentado de la desigualdad extrema en Venezuela, cómo se abren las brechas sociales más profundas, entre quienes pueden pagar por conciertos con entradas de 500 dólares y quienes los escuchan a la distancia como ruido blanco, sin siquiera el consuelo de probar bocado en una cena caliente.

Venezuela sufre un proceso de segregación nunca antes visto en su historia, ni siquiera en las peores etapas del siglo XIX, cuando al menos las personas se las arreglaban para comer, en medio del fragor de las guerras.

En la actualidad, como bien dijo un analista por televisión, vamos de regreso a un no Estado colonial y monárquico, donde una minoría exclusiva consume en sus templos bardeados, en sus ciudades amuralladas, mientras el resto padece la evaporación del salario mínimo, con la única esperanza de salir por la frontera, a pie.

Un burbuja quebrada, rota, agujereada por una crisis contenida, con saliva de gato, mediante el montaje de una pantalla de festividades efímeras, cual Carnaval perpetuo, cual Navidad prolongada, cual vacación enajenada, de la que se despierta con culpa y ratón moral.

Ojalá que se despierte, antes que la despierten con un sacudón incontrolable de esos que se llevan tarimas y fachadas con la fuerza de un tsunami, de una catástrofe imprevisible.

¿Estaremos en la víspera de un próximo terremoto, de un sismo social? Por lo pronto, el país parece demasiado normal, quieto y dormido.

¿Pero es verdad?

El gran problema reside en conformarse con solo ver el simulacro de la Venezuela Premium, la escenificación de una Venezuela potencia de lujo y boato, de restaurantes en plataformas y experiencias VIP, cuando no hemos logrado paliar la realidad de los maestros en la calle, de las protestas de los profesores de la administración pública, de los pensionados condenados al abandono, de las escalofriantes cifras de cierre y paro técnico.

Por ello, hemos reportado el descenso y la reducción del parque de Galerías de Arte, como bien lo expresa Nicomedes Febres Luces, al informar del cierre de innumerables espacios para el desarrollo estético, en la ciudad capital.

Según sus propias palabras: “El número de galerías que antes existían en Caracas y las que aún funcionan van de las casi 40 de antes a unas 6 o 7 ahora. Por supuesto, creo que el diálogo debe ser constructivo para pensar el futuro entre los artistas venezolanos de fuera y los que aquí resisten. Veamos quién recoge el guante”.

Por fortuna, el ejercicio de la resistencia se conserva en lugares como el Trasnocho, Los Galpones, la Sala Mendoza y Hacienda La Trinidad, bastiones de necesaria reivindicación ante el ascenso de las modas del vacío y el mimetismo más alienante, como aseveraba Marta Traba.

Aseguraba la crítica que a tiempos de anomia, como los de ahora, corresponden creatividades inofensivas e intrascendentes, fáciles de instrumentar por el poder corrupto de turno, por las dictaduras.

Frente a los regímenes del pasado en el siglo XX surgieron las propuestas del “boom”, del realismo trágico, del Techo de la Ballena y la exposición de la pobreza, como una cuestión de urgente denuncia de un mal, de una enfermedad.

De ahí la impronta de un cine de vanguardia en los sesenta y setenta, cuya influencia sigue marcando el debate conceptual de la nación disidente.

Por fortuna, una nueva generación dice presente, dentro y fuera de la república agrietada, proponiendo conversaciones, ideas y centros de investigación, como la recién inaugurada Galería de Bernardo Rísquez en Los Palos Grandes o las apuestas vigentes de los laboratorios de Abra Caracas y AWA Cultura.

Por igual, son innumerables los artistas dedicados a imprimir su huella, dejando nuestro nombre en alto, fuera de nuestras fronteras.

La lista es infinita y a los expertos cabe la responsabilidad de incluirlos y reconocerlos como corresponde, para enfrentar el odio de la desmemoria y la exclusión de la que son víctimas, por oponerse con gracia, identidad, inventiva y sentido deconstructivo.

Pienso que el profesor Pino Iturrieta tiene la razón, al manifestar que los países no se acaban, que no se terminan, que se levantan de las peores circunstancias y agravios.

Por tanto, sirvan estas líneas para llamar la atención, para que brindemos respaldo a nuestros intelectuales y pensadores, para que celebremos a los que aportan y critican, manifestando un descontento que desnuda la pantomima y la apariencia de un país vitrina que no somos.

Un holograma barato que encubre nuestras groseras diferencias, la represión, los presos políticos, la violación de derechos humanos y la falta de democracia.

En efecto, un analista que rompió con la censura de un canal sancionado que es mejor ni nombrar, señaló que algunos nuevos ricos del sistema rojo exhiben su lujo prefabricado como clones de María Antonieta, encerrados en sus castillos de plástico, en las cimas de sus torres, imaginando que el futuro les pertenece.

Así le fue a aquella reina consorte, presa de la ira y el resentimiento, de la indignación que depara el espectáculo de una mentira de vida acaudalada.

Por ahí se han detonado los grandes cismas políticos del mundo.

Y los tiranos lo saben, por eso nos temen y nos vigilan, nos amenazan y nos quieren embelesar con pan y circo.

Ya veremos qué pasa con nuestro destino.

Pero lo cierto es que la Venezuela de la desigualdad extrema no se la cala nadie, salvo su red de influencers cocos secos, y es inviable.


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