El floreciente país sufrió la estocada mortal del populismo. Venezuela significó el destino anhelado por millones en el planeta. En la bitácora de viaje de infinidad de ciudadanos estaba echar raíces en nuestro país; era el renacer para quienes traían las alforjas vacías, los sueños rotos, la crisis hurgando en familias arrastradas por las múltiples penurias.

Llegaron con ilusiones de levar anclas, era la nueva tierra que le abría sus brazos sin ningún tipo de xenofobia. Trajeron su empeño y dedicación, al extremo de laborar durante agotadoras jornadas para hacerse de un capital que elevara su nivel de vida. Su integración fue tan extraordinaria que terminaron siendo tan venezolanos como el que más.

La transformación del país rural, infectado por las antiguas rémoras de llagosas rencillas, fue cubriéndose de un friso que nos proveyó del bienestar. Entre todos se reconstruyó la ilusión de una patria martirizada, que se desperezaba bien entrado el siglo XX. De su suelo brotaba el viscoso oro negro de nuestras vidas, la bendición oscura circulando por las venas silenciosas de la tierra de gracia. Los campos llenos de cosechas que hicieron posible la escuela y medicatura en el caserío. Moral y luces con justicia social. Los campesinos conocieron el medicamento, tan distinto a la pócima hirviente del fogón, el conocimiento llegó con la maestra y la carretera de asfalto.

Las antiguas rencillas que escupieron las fratricidas guerras de montoneros, morían con la luz eléctrica que espantaba aparecidos de cuentos de vieja. Las oportunidades llegaron para traer progreso con distintos signos y en todas direcciones. Las ciudades florecían al compás de la mancomunidad entre venezolanos y extranjeros. La bendición universal había llegado para encender la luz en una historia de ceguera, pero desgraciadamente la cizaña aguardaba pacientemente para colocarse entre los surcos del trigo. Una noche de arrebatos y delaciones asomó sus malévolas intenciones. La molienda no trajo al populismo, como aberración de los pueblos desnudos de conciencia.

Un anónimo personaje de escasa preparación y odios acumulados apareció de pronto para volvernos al fracaso. La exaltación del fanatismo cruzó cromosomas con el populismo, para deslizarnos por un tobogán de aviesas intenciones, la tierra de gracia comenzó a experimentar su desgracia, las grandes potencialidades fueron penetrando su propio infierno hasta quedar en cenizas.

La Venezuela del progreso se fue al subsuelo, sus grandes éxitos mordieron el polvo con la señal de la bestia. El mundo atónito presenció nuestra hecatombe. Una de las naciones con mayor futuro en el planeta se convirtió en una tragedia. Un desplome tan catastrófico que nos transformamos en un pueblo saturado de necesidades. La miseria, la falta de oportunidades y la feroz persecución nos llenó del infierno en la tierra, nuestros connacionales huyendo de sus hogares para buscar en otras realidades como paliar sus necesidades.

La hegemonía de una dictadura cruel que se encargó de hacer de Venezuela, la madre de todas las penurias. Seres irresolutos y vengativos fueron por la fortuna de la nación hasta que lograron asaltar el erario nacional. Nos quedamos sin el porvenir esplendoroso, nos vestimos de escaseces, el hambre coronó el estómago de millones para perforarlo de angustias. Las empresas cerraron sus puertas. La producción nacional terminó en el piso. Todo tipo de libertad fue exterminada en alto grado, solo quedan algunos resabios de la sólida democracia que fuimos.

La dictadura, que es una corporación de gánsteres, mafiosos sin escrúpulos, multiplicados de abusos y de carencia de honestidad; continúan su labor de destrucción.

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@alecambero

 


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