La importancia política del estado Miranda luce innecesario sugerirla. Miranda se adentra en Caracas, o viceversa. Este jueves, después de un pugilato miserable, se retiró uno de los aspirantes a rodarle la silla al delfín de Nicolás Maduro, a Héctor Rodríguez. La finalidad, según su propia terminología, es reconocer a la gente y su poder. Engañifas pretendidas para quienes han seguido su nada descomunal trayectoria y su carácter de siguí de Henrique Capriles.

No se retira el aspirante a candidato en la burla electoral de noviembre sin causar hondas heridas en la supuesta oposición: se va cobrando, como los mafiosos. Me retiro, pero tienen que apoyar a los míos. Sino, no. Para ello lo dejaron, derrotado desde el primer momento, hasta el último minuto de la hipocresía electoralista. Para arrastrar a otros supuestos contendores. Todos ellos deberían estar ya execrados de la política. Darle un respiro a Maduro constittuye un alargamiento más de nuestra agonía como país. Ellos lo saben. Como conocen todas las triquiñuelas e impedimentos propios de las tiranias. Saben que elecciones libres no son. Y que el propósito de estas burlas con saliva electoral es perpetuar el mandato del régimen al que dicen adversar sin que nadie les crea.

De hecho, ninguna emoción ha despertado el abandono de uno por otro. El trocar un rostro ajado por otro no menos escaldado. Porque la ciudadanía sabe que son más de lo mismo. Acompañantes de tiranos. Impotentes para adversarlos, se les unieron, como señala la sabiduría popular. El común de los habitantes de Miranda y del país tiene la clara y nítida certeza de que el resultado de la elección, cual sea, no modificarà en nada su situación vital, existencial, económica ni política. Es una bufonada. Y estos participes ni a bufones llegan. Serpentean con la idea de que los llamen gobernador o alcalde. Nada más. Porque igual de inoperantes que el actual serán. Esto porque el país necesita de cambios profundos y no de más superficialidades para cumplir con fechas, para prosternarse ante quienes, sí, usurpan el poder.

Muy lucido el gesto que ha querido proyectarse como una entrega y un sacrificio. Ni de telenovela. Buscan gallardía donde todos sabemos que hay múltiples intereses oscuros. Tan oscuros son que los conocemos. Porque no se puede tener intereses tan oscuros y pasar inadvertidos.

El régimen se limpia rostro y manos con las tibias convocatorias a votar para la discursiva transformación del país. Todos estamos al tanto de la permanente falta de escrúpulos de una clase política carente y agotada, sucia. Sin soluciones. A la que la alternativa más elaborada, la más eficiente para ellos, consiste en ser vil comparsa.

De esta arrastrada no se salvan ni simulando, como bien saben hacer. La derrota que pactaron este jueves pasado se las cobrará Venezuela entera. Porque el asunto real no es solo Miranda. Es el país. Ese que en pleno reclama un poco de dignidad de quienes dicen querer representarlo en busca también de dignidad para todos los venezolanos. La oscuridad no es solo el producto de las escondidas para la ejecución de acciones. Todo el panorama en este sentido de satrapas oscurantistas es tenebroso y nauseabundo. No se esfuerzan por acercarse a las personas porque saben su reacción ante el hecho de la entrega del país a la prolongación de la molienda. La historia de Venezuela no daba para esto. Pero algunos políticos carecen de miras hacia el futuro. La cortedad de su mira llega hasta el billete, momentáneo y falaz. La derrota pactada en una supuesta contienda que nunca ha sido tal. Un absurdo que la ciudadanía capta de inmediato. Se diluyen en acciones para que creamos. Pero ya nos cansamos de creer. A menos que haya una verdadera acción para extirpar del poder al terrorismo. Lo que la población si desea con verdadera ansia de libertad. No esta fiesta roja y colorada.


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