Se atribuye a Miguel de Unamuno la frase «Las cosas por sabidas se callan y por calladas se olvidan». Latinoamérica, como buena heredera de la hispanidad de los siglos pretéritos, no solo adquirió el idioma y las costumbres sino que con estas también se transfirieron las formas del sistema político.

A pesar de ser España cuna de las ideas liberales económicas en la persona del fray dominico Francisco de Vitoria, de la Escuela de Salamanca, eco del tomismo, en contraposición en América Latina se copiaron las cosas negativas para la sociedad, cual si fuesen un cuerpo uniforme, como sucede en la edad pueril, en la que se reproducen con mucha facilidad las malas costumbres.

Cuando se hace una observación de América Latina, lo primero que se percibe es que todas las naciones reposan en un sistema de gobierno concentrado de poder en cuanto a toma de decisiones políticas y económicas, sabiendo que todas ellas se adoptan en la capital, cual si fuesen los tiempos del absolutismo en Europa.

Todos los países de Latinoamérica, además de guardar la regla de concentración del poder del gobierno en su sistema político, adquirida en los tiempos de la Colonia, también tienen en común que sus organizaciones partidistas representan el espectro de la izquierda política; y a pesar de que nominalmente existan partidos de centroderecha, en sus postulados y principios promueven e impulsan el proteccionismo económico y un fuerte intervencionismo en la economía, que se sintetiza en estatización de los bienes y servicios.

Cualidades estatistas que terminan encareciendo los bienes y servicios en las naciones, así como el ensanchamiento del Estado en la innecesaria y perjudicial burocracia; y por si fuera poco la continuidad de un sistema político de república federal centralizado, que es una de las causas y enfermedades del autoritarismo que arrastran todos los países de América Latina desde su emancipación.

Estas características que identifican a las organizaciones políticas son precisamente las que permiten la entronización de regímenes totalitarios en las naciones. El sistema político no goza de los pesos y contrapesos de un gobierno federal descentralizado que sirva para evitar los excesos de las repúblicas centralizadas, a la par de repúblicas bananeras, con el deterioro y destrucción que ello acarrea a las naciones de la región.

Claro ejemplo es Venezuela, en manos de la tiranía intervencionista apoyada por los regímenes de Cuba, China, Rusia e Irán, que tienen claros intereses económicos y geoestratégicos en América Latina, especialmente en este país, que es resiste como ninguno la intromisión de potencias extranjeras en su política interna.

En todas las naciones se preguntan cómo un régimen como el que existe en Venezuela se puede ensañar contra el pueblo. Ya desaparece la idea que  hace una década comenzaba con fuerza, difundida consternadamente por expertos en ciencias sociales y políticas, en el sentido de que el régimen estaba allí por el apoyo de la mayoría del pueblo; e incluso se acompañaba muchas veces de aquella frase según la cual “las naciones tienen el gobierno que se merecen”.

Está más que demostrado que todas las elecciones del régimen en Venezuela se encuentran viciadas de delitos de fraude: voto asistido, coacción, intimidación,  votos fantasmas, complicidad entre partidos de oposición y el régimen, lo mismo que un sinnúmero de vicios en todos los procesos comiciales bajo el sistema de escrutinio electrónico. Al mismo tiempo, los casi 10 millones de venezolanos desplazados por el continente y el mundo evidencian la guerra del régimen contra las libertades.

El caso de Venezuela es un espejo en el que se deben mirar las demás naciones de Latinoamérica y el mundo: cuesta mucho la libertad una vez que asume el poder una banda socialista, puesta en escena bajo intereses elitistas de un proyecto expansionista con expoliación y repartición de una nación, y sustentada en supuestas ayudas sociales.

No solo son elecciones fraudulentas y supuestas ayudas sociales, que se utilizan para el clientelismo político y  el voto cautivo. El poder de las armas bajo el monopolio del Estado sirve de intimidación, coacción y control social,  la inseguridad. A eso se suman los intereses de las potencias extranjeras, que son las razones de mayor peso para sustentar el negocio de la guerra y la expoliación de los recursos minerales, aparte del genocidio que se desparrama sobre Venezuela.

Aunado con todo eso, no hay proyecto político que logre rebatir las ideas del régimen en Venezuela: la estatización de los bienes y servicios. Porque las organizaciones políticas de la otra acera sostienen los mismos principios y postulados del socialismo, hecho que se reproduce en toda Latinoamérica.

Conjuntamente, tal proceso de subversión logra irradiar naciones como España que desde antes de la guerra civil colecciona una fuerte presencia de las ideas socialistas que se infiltraron en el sistema educativo, como proceso de subversión del sistema político monárquico. Porque su base ideológica se retroalimenta de un sistema educativo de ideología socialista, que alimenta a su vez a los partidos políticos de izquierda a derecha, pues ambos espectros son igual de intervencionistas, proteccionistas y estatistas en la teoría y en la práctica.

Para concluir hay que recordar que un sistema político de ideología socialista consigue subvertir las bases del sistema garantista de derecho y de justicia en el que se sustenta el liberalismo económico, que respalda la derecha, que son: vida, seguridad, justicia, propiedad privada, impuestos bajos, obras de infraestructura; bajo un sistema político de república federal descentralizado de régimen autonómico con Estado limitado. La irrupción de la ideología intervencionista, a su vez totalitaria, es la causa principal de que los pueblos no terminen de liberarse de las doctrinas estatistas.


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