Solo unos míseros 4 dólares es la quincena de un docente con escalafón de nivel V y con 23 años de servicios y con maestría en la Venezuela socialista y revolucionaria. 4 dólares que equivalen a 1.250.000 (un millón doscientos cincuenta mil) bolívares eufemísticamente llamados “soberanos”; tal vez vendría mejor decir cínicamente. Los 4 dólares de la divisa norteamericana, a la sazón, vienen representando mutatis mutandi 847,135 bolívares de quincena más 400.000 bolívares de la irrisoriamente llamada cesta tickets.

Si a un docente se le ocurriera comprar un cartón de huevos con esa esmirriada quincena tendría que disponer de 720.000 bolívares para “alimentar” un núcleo familiar promedio de 3 personas durante 15 días. Tan solo los datos arriba señalados dan cuenta de la espantosa pulverización del salario de uno de los sectores profesionales de mayor relevancia estratégica en la formación del capital tecnocientífico y humano que requiere una nación para aspirar a un hipotético relanzamiento económico en el quimérico caso de que sus principales fuerzas vivas decidieran ponerse de acuerdo para tal fin.

En estos tiempos pandémicos de covid-19 me tocó ir a un centro clínico privado para realizarme una placa de tórax que a la sazón hace 2 meses costó 3.500.000 bolívares. Por fortuna tenía en ese momento disponibilidad financiera para encarar la “emergencia médica”. No obstante, la pregunta es ineludible: ¿cómo hace un docente para subsanar una contingencia de precariedad de salud en un determinado momento si le llegara a tocar, en virtud de la calamitosa catástrofe humanitaria que padece 85% de la población venezolana, una situación parecida?

El seguro médico HCM para el personal docente, administrativo y obrero brilla por su ausencia. Literalmente, está eliminado por orden del patrono que es el Ministerio de Educación. El docente en Venezuela –sin un ápice de metáfora– sobrevive a duras penas en el umbral de la miseria atroz aquejado por enfermedades que en situaciones más o menos normales pudieran ser perfectamente controlables y llevaderas, por ejemplo; diabetes, hipertensión arterial, lesiones cardiovasculares, vulnerabilidad bio-psico-emocional (depresiones, ansiedades, insomnios, cuadros nerviosos, esquizotimias y otras patologías derivadas del espantoso holocausto que sufre el país como una totalidad socio-antropológica e histórica y demográfica. A poco que salga uno a la calle y tropiece con algún colega trabajador dependiente del sistema educativo nacional constata, empíricamente, sin mucho esfuerzo, el inocultable cuadro famélico que exhibe el colega; rasgos de escandalosa anemia que revela a un ser humano sometido a la más brutal humillación en su desvencijada humanidad maltrecha y torturada por una maquinaria de muerte y desolación ontológica que esgrime demagógicamente el texto constitucional como bandera politiquera con el perverso fin de utilizar la sagrada figura del docente en cadenas televisivas presidenciales con propósitos non sanctos.

El núcleo familiar de un docente en Venezuela se encuentra en las condiciones socio-sanitarias más escandalosamente abominables: Haití, Biafra, Zimbabue…  son países que exhiben índices de “calidad de vida” ostentosamente superiores a la actual Venezuela revolucionaria y socialista.

Nadie en su sano juicio en Venezuela quiere ser maestro; pues es una profesión tan mal remunerada que ofende y humilla al docente, lo cual redunda negativamente en la calidad de la educación y convierte la profesión en un obstáculo para cualquier programa económico de desarrollo integral. El venezolano prefiere ser y desempeñar cualquier oficio o profesión menos ser docente.


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