Se ha vuelto un lugar común afirmar que el clientelismo y la corrupción son deficiencias engendradas por los sistemas democráticos como si el totalitarismo estuviera vacunado contra ello. Craso error, pero así lo ven y lo defienden quienes se colocan del lado del autoritarismo como fórmula de poder y de gobierno. Peor que ello es que ahora grandes opinadores de la escena internacional adelantan y defienden la especie de que las democracias engendran pobreza más que cualquier otro régimen.

¡Cuántas veces a los venezolanos se nos ha repetido que nuestra democracia fue capaz de engendrar una fractura social tal que al final permitió hacerse del poder en las urnas a Hugo Chávez y a su revolución del siglo XXI! ¡Menudo simplismo! Pero a cada paso escuchamos más la tesis de que el respeto de los derechos humanos y la promoción de las libertades no trabaja en favor de sociedades más igualitarias, sino lo que provoca es miseria y estancamiento.

Esta semana en la Casa de las Américas de Madrid, una destacada analista de los asuntos de nuestro continente, la nueva directora del Programa sobre Estado de Derecho del Inter-American Dialogue en Washington, Tamara Taraciuk, afirmó que la región latinoamericana adolece de «problemas crónicos» como la desigualdad o la inseguridad que las democracias no han sabido solucionar. Por contrario imperio, habría que inferir que los regímenes dictatoriales de la subregión, ellos sí, estarían mejor colocados para reclamar éxitos en ambos terrenos. Me estaría refiriendo a Nicaragua, Cuba o Venezuela, por ejemplo.

Estoy segura de que no fue la intención de la politóloga hacerle digerir a los oyentes una aseveración torcida. Pero así suena. Quienes hacen esta gruesa afirmación al referirse a la democracia como régimen, profundizan poco o simplemente repiten, sin detenerse a reflexionar, como es que son los desaciertos y las ineficacias gubernamentales, la falta de atención a las variables socioeconómicas, la dedicación a otras prioridades más inmediatas o urgentes, la desatención a la educación y a la formación profesional, la ausencia de políticas tecnológicas inclusivas, los elementos que están al origen de los retrocesos económicos que, ellos sí, provocan grandes fracturas sociales, gestan pobreza extrema y  alimentan desigualdades económicas.

No se debe obviar olímpicamente el hecho de que de que escoger y aplicar un modelo económico correcto, uno en el que la generación de bienestar esté en manos de lo público y de lo privado, es el único mecanismo que crea condiciones para provocar crecimiento y para que este percole hacia los segmentos vulnerables de la sociedad.

Colombia y Venezuela lo ejemplifican bien. Con regímenes totalmente antagónicos durante las dos últimas décadas, ambos han sido incapaces de extraer de la pobreza a contingentes muy vastos de sus poblaciones. Una Colombia democrática y una Venezuela dictatorial, al menos por las dos últimas décadas, décadas están ambas muy a la cabeza de injusticias sociales protuberantes. China, por el contrario, un país que alberga un régimen dictatorial indiscutible con una economía sometida a los designios de su partido comunista, ha conseguido incorporar a una vida de mayor bienestar a cientos de millones de sus nacionales aun cuando no es el respeto de los derechos ciudadanos ni la promoción de la libertad en ningún terreno lo que allí priva. Lo que sí han tenido los chinos es claridad de visión al incorporar al capitalismo en el manejo económico de manera de exponenciar su expansión y hacer que éste percole a las grandes masas poblacionales.

No existe mejor ambiente para que un país florezca en lo económico y que sea capaz de trasladar el bienestar a todas las capas sociales que la democracia. De orientación liberal o de orientación socialista, pero donde las instituciones hagan contrapeso a los gobiernos y ordenen el juego de las libertades y penalicen a quien transgrede las normas. En los gobiernos dictatoriales el modelo de dominación trastoca el funcionamiento de las instituciones y justifica las desviaciones criminales.


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