Nuestra República -tan golpeada y mancillada que debiéramos decir, “la idea que de República aún habita en la conciencia de muchos ciudadanos”…- está en terapia intensiva. ¿Cuándo exactamente ingresó a esta fase? Es difícil precisarlo, pero sabemos que es consecuencia de un largo proceso, que permitimos se iniciara en el siglo XX, incluso antes de 1958, y que se exteriorizaba con fiebres altas, crisis asmáticas, desmayos y alergias compulsivas por efecto del actuar de caudillos populistas. Eran síntomas de una grave enfermedad cuya causa pudimos conocer y diagnosticar. Sin embargo, desconfiamos de nuestros propios remedios, banalizamos su importancia y nunca contamos con la suficiente responsabilidad, cultura y sensatez colectiva para sabiamente asumir su temprana sanación.

Aisladas voces de alertas quedaron en nuestra historia esparcidas sin eco, desde aquella célebre frase de Uslar Pietri, que muy tempranamente, nos invitaba en 1936 a pensar en la necesidad  de “sembrar el petróleo”, destacando los riesgos que correríamos de proyectar un país dependiente exclusivamente de la rentas. Uslar solo pensó en las consecuencias económicas que tendría un modelo político que se soportara exclusivamente en la explotación de su recurso petrolero sin generar otras fuentes de crecimiento y producción. No avizoró la degradación social que tal práctica provocaría.

Cuarenta años de una República civil nos permitió tener un cierto sentido de civilidad -muy venezolana por cierto, a lo “Tío Tigre y Tío Conejo”-; nos acercó medianamente al conocimiento científico; y nos permitió tener una permanentemente aspiración, siempre perfectible, de soñar con ser un proyecto de país desarrollado. Pero lamentablemente, también encubrió un “gen” desordenado y altamente contagioso de resentimiento político de quienes ambicionaban el poder solo para fines crematísticos.

Estos personajes camuflajearon sus verdaderas intenciones detrás de diversos vestuarios con etiquetas de socialdemócratas, izquierdistas, ultraizquierdistas y algunos hasta de guerrilleros, con los que jugaban a ser fieles intérpretes del pueblo. Nos hicieron creer en los derechos, la justicia social y la igualdad como valores supremos de la sociedad, en contraposición con la verdad, la propiedad, la libertad y el propio derecho a la vida individual. Los sectores  políticos dominantes hasta ese momento, confiados en la poca receptividad que los mensajes “comunistas” históricamente habían tenido en el pueblo venezolano, siguieron jugando el juego del poder, subestimando no solo el influjo que la Revolución cubana había proyectado en Latinoamérica, sino también, la capacidad de organización y movilización que ellos podrían lograr. Sucede que lo imposible se dio cuando –a punto de extinguirse- consiguieron un líder agitador y populista que encarnaba sus ideas. Y ese líder llegó colándose por una banda insospechada, no partidista ni de izquierdas: la milicia; y pronto se consolidó con un discurso populista y una visión totalitaria del poder. El resto es conocido.

La herencia que tenemos los venezolanos hoy, quienes asumimos el reto de ser demócratas en plena tiranía, es ejercer la ciudadanía como remedio o cura de una enfermedad terminal. El diagnóstico esta vez no puede fallar: el sistema político fue tomado no por una casta de gobernantes malos ni mediocres ni por otro mal gobierno populista. En frente tenemos, el núcleo de una organización criminal, instalado en territorio venezolano con apariencias de legalidad, bajo la figura de un gobierno socialista-demócrata, que sirve de tapadera a un consorcio internacional que obra con métodos terroristas, que importa y exporta formas de subversión y que se mantiene básicamente de la explotación ilícita de recursos naturales venezolanos y el patrocinio de otras actividades delictivas. El remedio para atacar este cáncer que estrangula la democracia, no puede ser convencional. Es necesario acudir a delicados métodos y prácticas quirúrgicas de extracción y posterior tratamiento de choque que prevengan las recidivas que potencialmente todo tumor cancerígeno provoca una vez extirpado.

Así como de ordinario, es necesario no solo preparar física y mentalmente al paciente y a su grupo familiar para recibir y soportar estos métodos de emergencia contra enfermedades fatales; la dirigencia política de un país debe preparar a sus conciudadanos para entender, justificar y soportar todo lo que significará la materialización de las salidas de fuerza que deben emplearse para lograr el desalojo, extracción y cese definitivo de todo vestigio de una organización criminal que se aferra indebidamente al poder. El debate, público y transparente, que hemos solicitado se haga en la Asamblea Nacional para que se autorice en Venezuela el empleo de una misión militar extranjera con fines de protección humanitaria y liberación de la población venezolana, tal como lo señala el artículo 187.11 constitucional, tiene entre otros, objetivos moralizantes, instructivos y aleccionadores hacia la ciudadanía, preparándola política y psicológicamente para asumir con conciencia el cese de la usurpación del régimen que la somete, después que una coalición militar internacional, con ocasión al TIAR, se forme. Esa misma conciencia ciudadana permitirá luego, allanar el camino hacia la reconstrucción del país.

@PerkinsRocha


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