En las sociedades actuales la personalidad propia de cada persona ha tendido a ir desapareciendo, creando personalidades y gustos generalizados en la población que van de acuerdo a las modas. Dichas «modas» son adquiridas, sobre todo, por los jóvenes; y provienen de figuras que por una u otra razón llegan a ser famosas. Por ejemplo, Michael Jackson es una figura que no solo revolucionó la música, sino que se convirtió en un ídolo para muchas personas que todavía imitan sus gestos, sus bailes, su forma de hablar, sus cortes de pelo, su forma de vestir e incluso su forma de pensar. Otro ejemplo notorio es el de Diego Maradona, quien fue un excelente futbolista, pero que se convirtió en un ídolo nacional en Argentina y, aún en nuestros días, los jóvenes quieren ser como él, imitando tanto sus virtudes como sus defectos.

Todo esto ocurre apoyado en una gigantesca industria de publicidad que muchas veces crea a los ídolos, con el único propósito de vender productos de una determinada marca. No obstante, ni los mismos ídolos se imaginan que mucha gente no solo los intenta imitar consumiendo los productos que anuncian, sino que pretenden emularlos hasta en su vida personal, lo cual es un arma de doble filo, porque en numerosos casos, el ídolo es un buen profesional, un buen deportista, un buen cantante o un buen actor; pero posee una vida personal totalmente desordenada y apartada de los principios morales y éticos.

Lo que ha traído como consecuencia que las personas empiezan a pensar que si sus ídolos llevan esas vidas desordenadas y apartadas de principios, entonces esos son los tipos de vida que están bien y son los modelos a seguir. O peor aún, llegan hasta a pensar que si el ídolo se ha podido convertir en una persona famosa y ha logrado ganar mucho dinero llevando una vida personal deplorable, entonces quizás así es como hay que llevar la vida personal para lograr la fama, el dinero y lo que algunos llamarían «éxito».

Por otra parte, los “ídolos” deben asumir la responsabilidad de ser figuras públicas, y tienen que saber que ellos son personas que pueden influenciar a mucha gente y, por tanto, pueden hacer o mucho bien o mucho mal a una sociedad.

Asimismo, la gente debe respetar la privacidad de estas figuras famosas, puesto que cualquiera puede cometer un error en su vida o cualquiera puede hacer acciones que se pueden malinterpretar. Además, de que tienen derecho a gozar de su privacidad en paz. Muchas veces estos “paparazzis” mienten y crean escándalos sobre hechos inciertos que le hacen mucho daño, tanto al ídolo como a sus seguidores, solo por el afán de vender algunas fotos o escribir ciertos artículos de periódico.

Por otro lado, los espectadores, seguidores o consumidores deben saber discernir qué se puede imitar y qué no se puede tomar como patrón de conducta. Teniendo siempre en cuenta que cada persona es distinta a la otra y que todos debemos ser sinceros y auténticos, en vez de tratar de imitar a otros; lo cual no quiere decir que no se puedan emular y aprender cosas de otras personas.

En Venezuela ocurre un fenómeno parecido al de los ídolos de la música, la farándula o el deporte con los políticos. La gente tiende a fanatizarse y hace del político casi una estrella de rock. Eso sin duda hace daño al político que se ve «endiosado» por su amplia influencia y la reacción que despierta en sus seguidores.

Esta visión mesiánica del político nos ha acompañado mucho tiempo y tiene un trasfondo muy peligroso. La gente espera todo de este «mesías», pone expectativas demasiado elevadas y este contribuye con promesas incumplibles. Al tiempo, la gente termina decepcionada, odiando al que fuera su «redentor» y lo hace responsable de todos sus males. Esto ha pasado en este país desde Bolívar, pasando por Páez, Guzmán Blanco, Caldera, Carlos Andrés Pérez, Chávez y hasta Guaidó. Los políticos deberían ser juzgados por sus gestiones, con base en el éxito o fracaso de sus obras y acciones. Son personas de carne y hueso, que se pueden equivocar y que les resulta más conveniente tener un ojo crítico constructivo a su lado, apoyos con acciones, en vez de fanáticos que le carguen con el peso de ser el responsable de una salvación que por sí solo no puede generar.

Las personas deben tener la suficiente confianza y seguridad en sí mismos como para desafiar esta cultura de ídolos. Esos patrones de conducta o tendencias que quieren ser impuestas y que van en contra de sus propios principios. No es fácil nadar contra la corriente en un río, pero no se puede caer en el error de dejarse llevar por él, si se está convencido de que el río corre hacia un desfiladero.


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