El Tik Tok es una de las plataformas de mayor crecimiento, entre los jóvenes, durante los últimos meses.

Actualmente ha servido de desahogo de la cuarentena, igual que los lives de Instagram y la aplicación Zoom, para generar contenidos alternativos.

La cantidad no siempre acompaña la calidad, debido a la saturación de memes y posturas forzadas por la cacería automática de tendencias.

La intelectualidad ha tardado en responder y elaborar un discurso sobre el método de las redes digitales del tiempo de confinamiento, habida cuenta del tradicional miedo y conservadurismo ante el menor cambio tecnológico.

Al respecto no faltan las voces de un alarmismo cacofónico que se complace en tomar la parte por el todo, con el objetivo de reafirmar prejuicios viejunos.

El pensamiento de la élite ha tenido dificultad para asimilar el impacto de la cultura de masas, desde la era de la explosión del cine, del jazz, del rock y más recientemente del trap, echando mano de una batería de teorías ortodoxas que derivan del marxismo de la escuela de Frankfurt.

En Venezuela hizo estragos la lectura moralista contra la televisión, a la cual se tildó de huésped alienante a través de un conjunto de libros y textos desfasados. Todavía siguen circulando y recomendándose las imposturas que publicaron algunos profesores de reputadas universidades del país, en las que insisten en satanizar el influjo “perverso” de la mentada “caja boba”.

Al final, como era predecible, los torquemadas del patio terminaron abrazando la proyección y difusión de la pantalla chica, en una adaptación oportunista del discurso académico.

Es así como un grupo de notables nos aburren dando clases al aire, en lugar de acoger las herramientas y técnicas didácticas de los nuevos medios.

Al menos existen instituciones modernas, como el Ininco, dedicadas a comprender la realidad de los programas y las plataformas contemporáneas, sin pecar de inquisidores.

En paralelo,  la farándula descubre el agua tibia del Podcast, en 2020, buscando someterlo a un sistema de encadenamiento de propaganda, de una comunicación radiofónica declamatoria y demagógica, como de rematadores de caballo a punta de gritos.

Se graban por media hora, contando chismes y chistes malos, de borrachitos de plaza, explotando la demanda cautiva del confinamiento.

El desplome de los canales nacionales trajo consigo la emergencia de propuestas disímiles, en su alcance.

La minoría logra pasar el nivel aceptable de producción y guion. La gran mayoría recicla prácticas viciosas de antaño, instrumentando los contenedores de alta definición.

En Tik Tok ocurre una situación similar que entraña una paradoja estética. Por un lado, los chicos tienen la oportunidad de debutar y aspirar a un estrellato inmediato, cuando complacen generalmente el canon del algoritmo.

Por el otro, el baile erotizado se premia con cuentas de hasta millones de “followers”, gratificando una versión cosificada del cuerpo, a merced de acosadores y babosos.

Los pornógrafos y pedófilos resultan curiosamente consentidos por una oferta “non stop” de videos de lolitas y “prepagos” en paños menores.

En tal sentido, la sociedad ha sido bastante condescendiente, al permitir que niñas menores de edad se expongan como las “cam girls” del momento, recibiendo el aplauso de los influencers frívolos que no se quieren perder la ocasión de vampirizar la sangre fresca.

La crítica se reduce a cero por parte de los populistas que legitiman con su presencia y acompañamiento al bombardeo de hedonismo, banalidad y loca evasión. Seguramente será una reacción somática de la ligereza, de las ganas de escapar y brindarse un espacio de autonomía, frente a las directrices de una realidad gris de control.

En el contexto del covid-19, los cortos de Tik Tok cumplen la función de los musicales en la depresión, aliviando a las masas que pueden pagar los datos y bajarse la aplicación en Venezuela.

El humor chabacano opera en un radar del mismo tenor, restaurando una comedia primitiva y a menudo parlante que nació en los Kinestocopios y se perfeccionó con el surgimiento del espectro sonoro.

En Tik Tok evoluciona una forma de distopía perfecta, como de literatura de anticipación de Huxley. Garantiza felicidad por dosis de soma, dentro de un esquema regulado por la repetición de challenges, de retos, de clichés y tics. Pero cabría preguntarse si en verdad comparte la libertad plena de sus usuarios y creadores, encerrados en el arresto domiciliario del mundo afectado por el coronavirus.

La red glorifica una visión potable de la antipolítica, cuyas imágenes modelan una conducta despersonalizada, ensimismada, descontextualizada y domesticada.

Hay un universo inexplorado ahí, cuestiones por experimentar y encontrar.

Tik Tok también ha abierto una ventana de ideas disruptivas y realmente disonantes, que estamos por reivindicar, analizar y asumir.

No nos conformemos con lo obvio y trillado en beneficio del poder.

Retemos a la percepción.

 


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!