Por Equipo Editorial

Desde que Nicolás Maduro accedió al poder en 2013, la educación ha sido la principal víctima de la destrucción del país.

No solo es la destrucción de la inmensa infraestructura de escuelas, liceos y universidades, sino que el componente de la crisis económica y la pobreza ha motivado que nuestros jóvenes, profesionales, estudiantes universitarios y bachilleres se hayan ido del país. Si asumimos que debemos ser alrededor de 28 millones de habitantes para este 2023, al validar las cifras de la ONU de 7,1 millones de venezolanos que han emigrado, quiere decir que no menos del 25% corresponde a ese grupo de población activa con edades entre los 18 y 35 años, lo cual supera 1,5 millones de personas que debería complementar las universidades y tecnológicos de Venezuela, y esa es la razón por la cual ahora vemos abandonadas tales instituciones, así como las calles y avenidas de nuestra geografía.

La generación de relevo de cualquier país de América Latina implica más de dos tercios de lo que totaliza el número de profesionales y estudiantes universitarios, y esa cifra para esta década, desgraciadamente, no está en Venezuela. Eso quiere decir que recuperar esa cantidad de ciudadanos para que se sumen al desarrollo del país, y puedan sustituir a un grupo de docentes, técnicos y especialistas de otras áreas al nivel de 2012,  llevará no menos de dos décadas; entendiendo, claro está, que se mantenga la tasa de natalidad, pues es evidente que con la crisis esas cifras también van a disminuir, lo que haría más complejo el proceso de que haya una generación de relevo para hacerse cargo, en el mediano y largo plazo, de las actividades de control agrícolas, técnicas, económicas, industriales, sociales y políticas de la nación.

La educación ni siquiera cuenta con presupuesto. De hecho, el propio hijo de Nicolás Maduro se atrevió a asegurar públicamente que su padre -según él- distribuyó con eficiencia 750 millones de dólares anuales de «presupuesto», lo que quiere decir que, aun asumiendo un escenario de 7,5 millones de estudiantes, y que todo ese dinero haya sido distribuido para ese grupo de máxima importancia -que obviamente no fue así- habría alcanzado para 100 dólares anuales por cada uno de ellos, es decir, 8,2 dólares al mes, y menos de 0,3 dólares por dia. Verbigracia, un presupuesto nulo para la educación, lo cual comprueba el signo evidente que el régimen solo ha querido destruir, liquidar por completo el espacio educativo con el propósito de adoctrinar a los niños y adolescentes que queden en tales planteles, y perpetuarse en el poder, sobre la base del atavismo y la sevicia.

El averno al que Nicolás Maduro ha sometido a Venezuela solo podría ser comparado con una guerra civil de incalculables proporciones, que destruyó la mitad de un país, y la mitad que ha quedado apenas sobrevive con mendrugos, a la par que los encapsulados en el poder, en pleno desprecio del pueblo, se autodenominan «nueva burguesía» y  viven como jerarcas. O sea, que para los generadores del neototalitarismo, el último reducto que les queda por hacer desaparecer es la educación y por ello es que promueven salarios de entre 10 y 20 dólares al mes, buscando que los pocos educadores que aún se mantienen sobreviviendo en el sistema, terminen por abandonar las depauperadas estructuras, y en consecuencia, sean sustituidos por bachilleres de la denominada «Chamba Juvenil».

Si en la actualidad, Venezuela tuviera 5 millones de habitantes, el presupuesto educativo no podría ser inferior a una inversión de 1.000 dólares por estudiante, es decir, 5 millones de dólares, y eso es algo que jamás haría el madurismo, porque sus crápulas están claras en que una vez destruida la educación en todos sus componentes, docentes, estudiantes e infraestructura, ya no tendrá preocupaciones por la generación de relevo, y menos por alguna rebelión social, porque todo quedará consumado en un genocidio educativo.

Sólo un gran acuerdo nacional, con una única candidatura en 2024 que anteponga los niveles de desquiciamiento que estamos viviendo, podrá salvarnos de la muerte absoluta de Venezuela. Que así sea, y que la educación resucite ante tanta destrucción política.


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