En días pasados, antes de que irrumpiera la escandalosa denuncia contra Trump –por su insólita conversación en la que presionaba al presidente de Ucrania para que interfiriera en las elecciones de Estados Unidos a favor de aquel, fabricando acusaciones contra Joe Biden–, el magante/presidente redobló su ataque ya sistemático contra los inmigrantes hispanos.

Pereciera inconsciente del daño causado por su retórica. Incluso después de los dolorosos acontecimientos de El Paso donde alguien, atendiendo a su mensaje de odio, perpetró un acto de terrorismo doméstico asesinando en masa a ciudadanos hispanos a plena luz del día, Trump viajó al estado de Nuevo México, el de mayor población de origen hispano en todo el país, y relanzó su ataque diciendo: “¿A quiénes prefieren ustedes, a los hispanos o a la patria?”. Y luego, señalando a uno de sus seguidores hispanos, añadió: “Yo tengo mis hispanos, mírenlo, aunque en realidad parece más ‘WASP’ que yo mismo…”. WASP es la sigla de “White Anglo Saxon Protestant” (Blanco Anglosajón Protestante). Este comentario, increíblemente racista, que incluso busca mayor división, ahora entre hispanos según su color de piel, origen nacional, estatus económicos o generaciones con presencia en el país, merece un rechazo categórico. Este asunto fue parte de mi reciente presentación ante la International Bar Association en Seúl, donde analicé el populismo y su impacto sobre la democracia y el Estado de Derecho, ya sea que esta amenaza venga desde la extrema izquierda (como fue el caso de Chávez en Venezuela), o de la extrema derecha, donde se ubica Donald Trump en Estados Unidos.

Desconoce Trump la formidable circunstancia de que la hispanidad está tejida en la propia existencia de Estados Unidos. Más de una tercera parte del territorio era parte de la corona española y luego de México. Por tanto, hay millones de hispanos que no cruzaron la frontera para ser parte de Estados Unidos, la frontera los cruzó a ellos. El español Bernardo de Gálvez fue un héroe fundamental de la independencia de Estados Unidos; y la independencia de Texas respecto de México tuvo mucho que ver con los contingentes de milicias de mexicanos que se sumaron a luchar con Sam Houston para vivir en democracia y no bajo la dictadura de López de Santa Anna. Recuerden El Álamo y la batalla de San Jacinto.

Ante la manipulación de los hechos, hay datos que conviene decir y, más aún, repetir tantas veces como sea necesario para abatir las patrañas de Trump contra el legado de la hispanidad y el aporte de los latinos en Estados Unidos. ¿Quiénes somos los hispanos o latinos en este país?

El prestigioso PEW Center reveló sus más recientes hallazgos sobre la población latina o hispana: se trata de 60 millones de personas; 79% son ciudadanos, 33% de ellos naturalizados. Es decir, la gran mayoría de los latinos en Estados Unidos son ciudadanos americanos por nacimiento, muchos de ellos por varias generaciones. Pero, otro dato crítico: el número de inmigrantes hispanos indocumentados ha bajado a 11,5 millones y no crece porque tampoco aumenta en términos netos la migración de indocumentados por la frontera sur desde hace más de una década. Entre este contingente humano la mayoría son dreamers (“jóvenes soñadores” con la mejor educación que el país puede ofrecerles) y su familia inmediata. Y el resto son, por lo general, parte de una familia algunos de cuyos miembros es ciudadano. Es decir, deportar a alguien sería dividir una familia que tiene años, a veces hasta más de dos décadas, en el país. Y, lo más importante, mayoritariamente gente de trabajo. En qué nos basamos para decir esto:

1) La población latina en general aporta 2,3 trillones de dólares al PIB de la economía estadounidense (es el sector cuyo aporte a la economía crece más rápidamente en el país, 28% mayor que el aporte al PIB del resto de los grupos demográficos). Según las estadísticas del Small Business Administration y los estudios de land Universidad de Stanford, mas de 20% de los nuevos negocios en Estados Unidos son propiedad de emprendedores hispanos, así como un porcentaje equivalente de las pequeñas empresas del país. Sus ventas exceden los 700 billones de dólares y en nómina mantienen más de 2,3 millones de empleos. Lejos de quitarle empleo a alguien, los latinos son generadores de puestos de trabajo.

2) Los latinos pagan impuestos como cualquier ciudadano o residente fiscal. Incluso, muy importante destacar, los inmigrantes indocumentados de origen hispano tributan, según la Oficina de Investigación Económica del Congreso, centros de estudios no partidistas y el propio IRS, sobre los 23 billones de dólares en impuestos federales, entre los que se incluyen 9 billones de impuestos de nómina que el propio IRS reconoce son acreditados a cuentas de seguridad social forjadas, utilizadas por ciertos empleadores. Es decir, los contribuyentes de dichos aportes nunca los recuperarán en servicios de salud o pensiones, pero están haciendo una contribución enorme al sostén de los mismos. Y, por si fuera poco, los latinos pagan cerca de 12 billones de dólares en impuestos estatales, según los estudios del Instituto de políticas fiscales y económicas. En dos platos, la población hispana es parte dinámica de la base contributiva del país y no una carga pública.

3) Los latinos o hispanos, según las cifras del Departamento de Justicia, son el grupo étnico o racial con menor índice delictivo contra la propiedad o las personas; y, además, el grupo demográfico que menos delitos comete contra personas blancas o caucásicas y afroamericanas. Es decir, los latinos son mayormente gente decente, de trabajo y valores familiares y sociales que los enaltecen, incluso cuando se fajan dos o tres empleos para superar la probreza.

Ya basta de tanta infamia y descrédito contra los latinos e inmigrantes en general. La pérdida de empleos en sectores industriales del medio-oeste americano nada tiene que ver con la inmigración. Menos aún con el estancamiento de los salarios y de las clases medias. Estos flagelos tienen que ver, entre otras cosas, con la automatización, la competitividad en ciertos sectores ante el surgimiento de una nueva economía, la ausencia de programas de capacitación laboral, reindustrializacion o reconversión industrial. Pero, particularmente, el estancamiento socioeconómico de las clases medias y trabajadoras de las últimas dos o tres décadas tiene su origen en la negativa republicana de incrementar el salario mínimo federal, así como de hacer las reformas que amplíen la cobertura sanitaria, las que reduzcan los costos de las medicinas y de la educación superior. Incluso, estudios económicos no partidistas de prestigiosas organizaciones como el Center for American Progress demuestran que una reforma migratoria con camino a la ciudadanía para los indocumentados aceleraría el crecimiento económico entre 0,8 y 1,5% del PIB anualmente, homologando los salarios y evitando la tendencia al estancamiento de los salarios mínimos en la estructura salarial del mercado laboral, que resulta de la existencia de mano de obra indocumentada.

En fin, es preciso poner las cosas en su sitio y refutar la maraña de falsedades. La hispanidad es parte esencial de la historia americana y los latinos hacen una contribución formidable a la construcción de esta gran nación de inmigrantes. Nuestros problemas exigen soluciones reales y de sentido común, no el fomento de estéril –cuando no peligrosa– división social con propósitos demagógicos, xenófobos y populistas.

 

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