El pasado viernes 3 de septiembre comenzó el segundo capítulo de la miniserie: La confabulación de los canallas. No, no se trata de una de las reconocidas obras de la extrañada escritora y guionista cubana, Delia Fiallo, recordada en toda América Latina como la madre de las telenovelas, y quien tristemente nos dejara para siempre el pasado 21 de junio.

Para que las nuevas generaciones tomen nota, en el género del melodrama rosa de Fiallo “se narran, por regla general e inviolable, las vicisitudes de dos enamorados, cuyo amor triunfa frente a la adversidad”. En esta oportunidad, la intención de los productores de lo que podríamos catalogar como pieza perteneciente al género del absurdo político es entretener, pero sobre todo “distraer”, a un público desesperanzado y abúlico. Sus protagonistas distan mucho de despertar la simpatía y respeto de profesionales de la escena como lo fueron José Bardina y Mayra Alejandra, por solo nombrar algunos. Se podría decir, asimismo, que el guion no contempla la tradicional lucha entre el bien y el mal, como en las historias a las que estamos acostumbrados donde hay “un final emocionalmente satisfactorio y optimista”.

Para angustia y decepción de los televidentes, en esta trama los protagonistas y actores de reparto son todos villanos y malhechores, bien sea por acción, omisión o consciente complicidad. Tal vez todas la anteriores. Por tanto, la noción maniquea de aquellas telenovelas de que el bien se impone sobre el mal no tiene lugar en esta triste historia. Aquí, antes y después de su estreno, el desenlace está más que cantado: millones continuarán viviendo bajo las tinieblas de un infortunado guion político.

Los hechos

Una vez más, la política, o acaso los intereses y conveniencia de las élites partidistas opositoras y sus captores del gobierno ilegítimo, han dado la espalda descaradamente a las aspiraciones y esperanzas de un país que sigue apostando por un cambio del status quo. Lo de México es la mismísima puesta en escena de otro más de los engaños y despropósitos que nos han acompañado a lo largo de estos tortuosos 22 años. Es la transmisión a cuentagotas de capítulos, que, como toda telenovela, ya han sido grabados y cuyo verdadero contenido y final, aunque sospechado, solo concierne a Jorge Rodríguez, Gerardo Blyde y demás miembros del elenco, que se dicen representar a los que no los escogieron para decidir su destino.

Ya muchos lo han dicho, pero no está demás repetirlo: la firma del memorando de entendimiento en el Museo Nacional de Antropología en ciudad de México, el pasado 13 de agosto, es la sentencia de muerte de todo lo que significó la razón de ser del interinato instaurado en enero de 2019. Es la renuncia al objetivo “primogénito” de acabar con la usurpación de los villanos detentadores del poder de facto. Una burla a las esperanzas y confianza que todo un país depositó en cierto liderazgo que pasa a ser copartícipe y contribuyente de la tragedia continuada, ubicándolos prácticamente en el mismo bando del lado oscuro, con millones parados al otro lado de la acera esperando el cambio que nunca llega.

El convite de México anunciaba a todas luces la claudicación a una postura principista de no participar en procesos electorales convocados por un estamento ilegítimo. Todo fue parte de ese juego previamente acordado y así lo demostró la decisión inmediatamente posterior de la llamada Plataforma Unitaria (Primero Justicia, Un Nuevo Tiempo, Voluntad Popular y Acción Democrática), de participar en las elecciones regionales del 21 de noviembre.

Nicolás Maduro se sale con la suya una vez más. Logró que la oposición cómplice, como cangrejo en retroceso, se sume nuevamente al proyecto de perpetuación en el poder de su régimen. En otras palabras, y aunque muchos lo nieguen, obtuvo un certificado de buena conducta inmerecido que de alguna manera le devuelve cierta legitimidad, sobre todo a los ojos de una comunidad internacional ansiosa de una relativa tranquilidad y normalidad en Venezuela que le permita volver la vista a otros asuntos más prioritarios.

Los que se dicen representar al bando de la oposición en las negociaciones de México han quedado completamente solos. Estados Unidos, ¡bien gracias!, puras exhortaciones al entendimiento de las partes, tratando de tranquilizar a los venezolanos con aquello de que ninguna de las sanciones será levantada hasta tanto no se produzcan resultados tangibles. De la mano de Washington está la siempre cómoda Unión Europea que clama por el milagroso entendimiento entre las partes, y que ya se sabe avalará la farsa de noviembre con el envío de una misión de observadores electorales. La postura apaciguadora de estos dos factores, hasta ahora de apoyo internacional al gobierno interino, y la tendencia que marca un debilitamiento de su peso en el desenlace del proceso venezolano, propiciaron los primeros contactos.

Lo más triste de toda esta historia es que tanto a la oposición venezolana, como los entusiastas factores externos que empujan al país hacia una mascarada de negociación y un proceso electoral absurdo, parecen haber olvidado la naturaleza criminal de un interlocutor sobre el que pesa un grueso expediente de violación de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad, a la espera de un próximo pronunciamiento del fiscal de la Corte Penal Internacional, Karim Khan.

Lo cierto es que la hoja de ruta anunciada en México pareciera estar bien clara para Maduro. Bajo la premisa contemplada en el mismo memorando de entendimiento de que “nada está acordado hasta que todo lo esté”, se garantiza que cualquier propuesta que no convenga al objetivo existencial del régimen de perpetuarse en el poder, no será firmada.

La dictadura madurista logra así, sin haber avanzado las negociaciones, su aspiración básica: reconocimiento de su beligerancia como “gobierno de la República Bolivariana de Venezuela”. Además, consiguió que las elecciones de noviembre próximo no estuvieran de alguna forma atadas a la agenda de las propias negociaciones. El levantamiento de algunas de las sanciones y el derecho al acceso de activos bloqueados en el exterior, representarían un plus para las aspiraciones del gobierno de facto, aunque bien conscientes de su inmediata improbabilidad. Igual siempre hay sorpresas desagradables.

Por su parte, la oposición cohabitante, ya habiendo confirmado ser parte del proceso electoral venidero, se quedará nuevamente con las manos vacías. Sus ambiciones en materia de derechos políticos, condiciones y garantías electorales para elecciones libres y justas, así como de convivencia política, seguirán siendo parte de unas demandas que se diluirán con el tiempo, en medio de la burla del régimen, como también se desdibujarán y desaparecerán eventualmente las falsas negociaciones que pretenden vendernos los canallas confabuladores.

Por lo pronto, Nicolás Maduro podrá sentarse cómodamente en su butaca, cotufas en mano, para deleitarse con el estreno, el próximo 21 de noviembre, de un nuevo capítulo de su otra serie favorita.

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