Amos del Universo: Revelación ejemplifica la actual deriva de Netflix en el tiempo de la inclusión y la instrumentación algorítmica de su audiencia.

Los creadores deben ser vistos como los pretendidos amos del universo, quienes se valen de un objeto de culto para seducir a una fanaticada específica, la de los ochenta y Master of The Universe, buscando complacer por igual al nuevo mercado de la generación de cristal.

En ambos casos asistimos a una nueva operación fallida de la plataforma, cuya barra de ficción ya no es siquiera una moneda al aire, sino directamente una red flag.

Ni la contratación del “Clerk” Kevin Smith pudo sostener la miniserie por apenas cinco capítulos, la duración de una película estirada de la N grande, picadita a la parrilla y al gusto del déficit de atención de los pibes.

El llamado “Silent Bob” ha configurado un diseño estimable y decoroso, gracias al oficio de los creadores de Castlevania, reunidos en la productora de los chicos malos de Austin, Powerhouse Animation Studios, donde llevan años dorándole la píldora al director de Dogma.

Pasa con Kevin Smith lo que ha sido constante en su carrera reciente, entregar trabajos que molan en la imagen, pero no logran aguantarse por tres o cinco actos.

Así, Master of The Universe promete en su primer episodio, haciendo servicio a los dolientes de He Man y Skeletor.

La propuesta clásica y camp de los ochenta se revisita con unos moldes y plantillas de ascendencia nipona, de atmósfera Konami, que brindan una plasticidad y una evolución a los cartoons inocentes del pasado.

El episodio culmina con la “muerte” de los rivales eternos, marcando el primer distanciamiento respecto al cuento tradicional de los héroes fornidos de Eternia.

En adelante, las pautas de la corrección política, tendientes a sumar a la fanaticada woke, se introducen con un calzador arbitrario y torpe, que quiere pasar por orgánico y natural, cuando es una obvia imposición pragmática de unos demiurgos que nos tratan con la condescendencia de un populista progre, en campaña por ser “cool” y llegarle al corazón de los más jóvenes.

La serie sufre así de una infección molar, que parte en dos al tronco de la saga, incentivando una conversación polarizante en las redes sociales.

Lamento mucho ver cómo los colegas y los chicos caen en la provocación de Kevin Smith, que goza como Skeletor desde su oficina geek, al sondear el efecto que sembró el arte de su cizaña, de su daño controlado en una futura secuela.

Las polémicas de la semana se cifran en una cantidad de memes y discursos cruzados, sobre el arbitrario protagonismo de Teela y de su pareja racializada, con los respectivos look trans.

Agreguemos al Greiskul afroamericano en un paraíso de etnicidad buen salvajista, y tendremos el equivalente “Mattel” de los filmes diplomáticos y federalizados que se premian en los Festivales, porque cumplen con las cuotas y ofrecen lecciones de representatividad de minorías, apartando cualquier aspecto cinematográfico de interés.

En origen, crecí bajo la influencia de unos Amos del Universo que simbolizaron, por cierto, un patrón corporal de “fisicoculturismo” que tampoco era la panacea, adaptándose al paradigma de una mitología griega que reincorporaba la era Reagan, para subirse la autoestima con dosis de esteroides.

Había que ejercitarse hasta morir, como dice el libro, si deseabas lucir como los muñequitos de Mattel y la galería comando que encarnaban los “expendables” de otrora.

Aquella ficción recibió un estímulo en la creación de la comiquita de los Masters, que funcionaban de vitrina de una compañía de venta de juguetes.

El negocio fue un éxito y conquistó al planeta, con base en la dotación de una historia clásica que resumía los argumentos binarios y simplones de un mundo que soñaba resolver sus entuertos y dilemas, con la facilidad con que Adam levantaba su espada, para convertirse en He Man y conjurar al villano despótico del reino.

Causa risa que haya gente nostálgica y rabiosa por defender semejantes conflictos de tebeo, ilustrados con brocha gorda.

Supongo que la ausencia de sentido y de relatos duros aferra a una generación a sus sagradas escrituras de Star Wars y Master of The Universe, que son tan básicas como las de un culto new age.

El fiasco de la actualización radica, para concluir con la nota, en la flojera y el escaso riesgo de seguir la moda y la tendencia hegemónica.

No es el único caso del mes, porque lo propio sucede con Marvel y la aceptación resignada de los códigos de censura de Hollywood, que exigen transformar todo en un manifiesto comunista para revolucionarios hípsters.

Mismo caso de What if…?

El último episodio revela la única sangre real que contiene la serie, al despedazar la ilusión de Teela y despertarla con el triunfo de la maldad que renace, mediante la risa sarcástica de Mark Hamill.

Así sale del clóset el verdadero Kevin Smith.

Pero llega tarde después de los largos sermones revisionistas de la chica ofendida y victimizada.

Para Netflix no basta con que He Man muera dos veces, que lo pongan de fantasmita ecologista en un limbo.

Hay que rematarlo por la espalda, como emblema de un patriarcado decadente y amenazante.

He Man se evapora. Skeletor asume el rol de un macho castrador y violento.

La esperanza recae en Teela.

Una revelación de manual estereotipado.

 


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