Hoy, Primero de Mayo, se celebra el Día Internacional de los Trabajadores. Anualmente, ya es rutina, los medios impresos y audiovisuales dedican reportajes o entregas especiales para honrar a quienes perdieron la vida en la masacre de Haymarket (Chicago, 1886). El feriado es celebrado en casi todo el mundo, a excepción de Estados Unidos, quizá para no avivar su sentido de culpa por la ejecución de los sindicalistas, sentenciados sin pruebas a la pena capital por su presunta responsabilidad en la convocatoria y organización de una huelga mediante la cual se exigía la implantación de la jornada laboral de 8 horas.

Su celebración, en tanto ocasión reivindicativa, la debemos a la Segunda Internacional Socialista, cuyo primer congreso (París, 1889) acordó conmemorar la fecha en homenaje al proletariado, vinculándola a sus aspiraciones a una mejor calidad de vida. En nuestro país, durante los 40 años de República civil y democrática de la segunda mitad del siglo pasado, la Confederación Venezolana de Trabajadores (CTV), brazo sindical de Acción Democrática  y, en  menor medida, la Central Unitaria de Trabajadores de Venezuela (CUTV), controlada por el Partido Comunista de Venezuela y la Confederación de Sindicatos Autónomos de Venezuela (Codesa), de inspiración socialcristiana, organizaban marchas y concentraciones para extenuar a los trabajadores en su día, pues ni siquiera podían refrescarse con una cerveza, porque para más inri, por temor al descontrol, se decretaba ley seca.

Bajo la regencia socialista, hemos visto patéticas y esqueléticas concentraciones de unos pocos tarifados encamisados de rojo, nariceando empleados públicos bajo amenaza de despido si no se presentan en los actos de rutina convocados por el PSUV, para no perder la costumbre.

El sindicalismo rojo es una entelequia al servicio del mayor patrón del país: el gobierno bolivariano. Por esa razón estamos viendo cómo los docentes, los empleados públicos y los trabajadores en general se mantienen en una lucha a tiempo completo a objeto de obtener sustantivas mejoras salariales, y no migajas bonificadas en miserables asignaciones de 3 o 4 dólares de vez en cuando o de cuando en vez. Pero, de acuerdo con la profesora Elsa Castillo, notable dirigente de la Alianza Nacional Sindical, este Primero de Mayo puede convertirse en  un punto de inflexión de las relaciones entre el Ejecutivo y la fuerza laboral al servicio del Estado, porque la paciencia tiene un límite y la resignación no es opción. Ojalá los trabajadores hagan respetar su rol de motor de la producción y puedan desenmascarar al reposero presidente. Entonces podremos decir que la clase obrera sí va al paraíso.


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