En uno de los primeros capítulos de Doña Bárbara, clásico de la literatura escrito por Rómulo Gallegos, se lee el siguiente pasaje: «Luzardo se quedó pensando en la necesidad de implantar la costumbre de la cerca. Por ella empezaría la civilización de la llanura; la cerca sería el derecho contra la acción todopoderosa de la fuerza, la necesaria limitación del hombre ante los principios».

Es curioso observar cómo el tema de la propiedad se trata en Doña Bárbara, y su estudio, de forma pormenorizada, seguramente amerite un ensayo mucho más detallado que lo que se busca expresar preliminarmente en estas líneas. Lo que sí se quiere poner de realce es que en la novela escrita por Gallegos en 1929 se hallan muchas de las claves que nos ayudan a comprender una cantidad nada despreciable de hechos y manifestaciones de nuestra sociedad actual.

No es casual que el gran conflicto originador de Doña Bárbara estribe en la determinación de unos linderos pertenecientes a unas haciendas ubicadas en el corazón de los llanos venezolanos, como también el hecho empecinado de querer establecer un orden en medio de esa anomia que representa la vida del llanero. “Se debe matar al centauro”. El centauro indómito que canaliza la fuerza, la vivacidad y la entrega del llanero en su faena frente a una realidad que se le presenta hostil, azarosa, llena de contrariedades.

Actualmente, Venezuela vive una coyuntura que nada tiene que envidiarle a los dilemas que enfrenta Santos Luzardo, un hombre que, dicho sea de paso, se enfrentaba también a la compleja disyuntiva de abandonar la patria o continuar en su terruño entregándose a lo que sentía suyo. Mucho se ha hablado en sentido metafórico del conflicto sempiterno entre la civilización y la barbarie, pero pocos son los esfuerzos conducentes a su delimitación para la comprensión cabal de la coyuntura venezolana.

¿Hemos sido capaces de comprender a carta cabal cuál ha sido el proceso de barbarie al cual ha estado sometido el país? Hasta ahora, una y otra vez el proceso de degradación ha sido subestimado, y dentro de su propia subestimación, los factores que hoy detentan el poder logran sobreponerse, ganar nuevos aires, y continuar con las riendas de la nación. Una explicación, bastante simplista a nuestro criterio, confiere estas victorias al hecho de que existe un sistema de connivencia y colaboración por parte de quienes –al menos en apariencia– buscan establecer nuevas bases civilizatorias para la transformación del país.

Si bien es innegable que haya ciertos factores que se presten a la degradación de Venezuela, a la ambivalencia y a un discurso y praxis lleno de dobleces, no es menos cierto que, a nuestro entender, existe un factor mucho más profundo que subyace en el éxito de la dominación que hoy nos subyuga. Hemos sido incapaces, y debemos reconocerlo, de tener una comprensión clara y diáfana de las fuerzas que permiten el desafuero y el desorden. Más que subestimado, no se ha podido entender cuál es el espíritu, las motivaciones y los incentivos que se dejan entrever frente a las circunstancias que debemos enfrentar. Por duro que suene reconocerlo, nos hace falta orientación, guía y entendimiento para desafiar la realidad y obtener alguna luz que permita la comprensión de Venezuela.

Estamos a la búsqueda de una lectura preclara que oriente a quienes buscan dominar los centauros de nuestra era, a la consecución de una serie de principios que finalmente logren domar esa faceta irracional que caracteriza al hombre. De establecer, finalmente, nuevas cercas que limiten el terreno de la participación ciudadana bajo el imperio de la civilización, el progreso y la modernidad.


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