Tengo constantes conversaciones con uno de mis mejores amigos, Ramón Castro, sobre nuestra Caracas. Por mi parte está la constante preocupación por las violaciones de los derechos de propiedad a los que hemos estado sometidos desde hace más de 20 años y que reporto a través del Observatorio de Propiedad de Cedice Libertad; por parte de Ramón, su constante preocupación por la desfiguración de nuestra Caracas resultado de los expolios y demoliciones de edificaciones emblemáticas de nuestra ciudad. Llevamos como una especie de doloroso inventario.

Comentábamos recientemente sobre la noticia de la tala del samán de la urbanización El Cigarral. Según declaraciones de la Fiscalía, no fue tala sino traslado. Pero expertos biólogos aseguran que un árbol con esas raíces es difícil de trasplantar y que sobreviva a ello. Se trataba de un árbol emblemático que ha generado debate en redes. Por una parte, varios vecinos de la urbanización señalan que el árbol fue removido por presión de una tienda (de la que todos sabemos y que pareciera reproducirse en cada esquina) que está construyéndose en el sector, y de otra parte, el Ministerio Público señalando que se cumplieron todos los protocolos exigidos por la «Unidad Territorial de Ecosocialismo del Distrito Capital del Ministerio del Poder Popular para Ecosocialismo» (incluyo intencionalmente el nombre completo del organismo).

Apenas leí la noticia, en redes veía que rápidamente construyeron una sucursal de la mencionada tienda en el sitio en el que estaba el restaurante Dena Ona. También era un lugar emblemático de El Rosal y todos lamentamos cuando fue demolido el año pasado. El Dena Ona conservaba en su centro un gran árbol, muy parecido al de La Estancia, que muestra un hermoso jardín interno y un árbol también dentro del restaurante.

Esto es lo más reciente, o al menos, las noticias que he retenido en los últimos días. Pero esto no es una excepción sino la regla. Durante la pandemia ocurrieron muchas más demoliciones que no fueron tan conocidas por las restricciones de tránsito a las que estuvimos sometidos en el año 2020 y gran parte de 2021.

Recuerdo por ejemplo en 2020 la demolición de la Quinta Vista Hermosa o «Castillo de San Román» (como también era conocida por sus paredes revestidas en piedra). Esta quinta se construyó en 1957, en una colina próxima a la Villa Planchart, obra del arquitecto Gio Ponti. Estoy hablando de edificaciones emblemáticas que le daban y dan a Caracas una fisonomía muy propia. Esto forma parte de nuestra identidad cultural.

Ahora bien, todas estas edificaciones que han sido demolidas, ¿han sido resultado de expolios?, la verdad no. Algunas de ellas han sido vendidas en el ejercicio legítimo de un derecho de propiedad.

Entonces, ¿por qué escribir estas preocupaciones y precedidas de lo que llamo un doloroso inventario de violaciones de los derechos de propiedad?, porque la propiedad no debe verse reducida a un derecho económico o patrimonial, sino como una institución que permite que escojamos libremente nuestro proyecto de vida y la forma de llevarlo a cabo. Un proyecto de vida que debe dignificarnos como ciudadanos y no como simples habitantes de un sitio en el que sólo priven intereses económicos, en el mejor de los casos, o esclavos de un régimen que nos ha asfixiado desde todo punto de vista y en el que la arquitectura y la cultura han sido otras de sus víctimas, en el peor de los casos.

No se trata entonces sólo de la demolición de antiguas estructuras que son sustituidas por otras más modernas. Esto se trata de la destrucción de nuestra identidad y memoria cultural que tiene su origen en el irrespeto de nuestra condición como ciudadanos.


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