Tenía tiempo queriendo escribir sobre este tema. Y aunque merece un análisis más detallado de lo que aquí diré, no quiero perder la oportunidad de plasmar mis impresiones como un intento de documentar el tiempo que nos tocó vivir en Venezuela.

Desde que escribo esta columna (ya son cinco años) he tratado de describir cómo vemos en nuestro día a día la política de destrucción del régimen. Incluso en espacios como Papel Literario he ensayado una definición sobre el insilio como una suerte de muerte del alma. También me he dedicado a describir esa política desde mi experiencia e investigaciones con el Observatorio de Propiedad de Cedice Libertad.

Pero en estas líneas quiero dejar sentado otro fenómeno. En el año 2017, uno de los años más difíciles para nosotros, el periodista Pablo Antillano le comentaba a Sergio Monsalve, con ocasión a la celebración delos 450 años de la fundación de Caracas organizado por Cedice Libertad, que «una de las cosas que asombra más es la capacidad que tiene Caracas de sobrevivir a todas las calamidades a las que está sometida… con una vitalidad descomunal, ¿dónde lo aprendió?, ¿cómo fue que esta ciudad se contagió de ese vigor, de esa alegría, de esa incapacidad de renunciar a la libertad que le proporciona el hedonismo, la noche, el placer?… esa es Caracas, una ciudad particular que sabe luchar y sabe divertirse…» (ver video: https://fb.watch/f_wVdhcQ43/).

En efecto, es así. Y esto no lo digo por el surgimiento de una gran cantidad de locales comerciales y de la vida nocturna desde hace uno o dos años, siendo la extravagancia (decadente, en mi opinión) su nota característica. Se trata de replicar experiencias de otros países en el nuestro. Choca a la vista en un primer momento porque es tratar de llevar modernidad a un país que fue arrastrado a las primeras décadas del siglo XX y es tratar de traer excesos a un país que todavía vive una de las peores crisis humanitarias de la región.

Aunque pareciera que juzgo esta realidad, la verdad no es así. Después de todo lo que hemos vivido en estas dos décadas, y seguimos viviendo, es lógico y comprensible que cada quien procure estar lo mejor posible.

Pero en esta oportunidad más que detenerme en la descripción de estos lugares o «justificar» nuestras elecciones para que no se confundan con resignación, complicidad o convivencia con el régimen, me gustaría destacar esos locales que también participan de la vida nocturna de Caracas y su área metropolitana, y que incluso pueden ser la antítesis de lo que describo. Por ejemplo, El Hatillo ha mostrado un mayor movimiento en los últimos tres años y ello se debe en parte a locales que han resistido esta política de destrucción por más de una década.

La Casa 22 fundada en 2011 y ubicada en el propio corazón de El Hatillo forma parte de esto. Aunque tiene una propuesta gastronómica interesante, no es solamente un restaurante; aunque los jueves, viernes y sábados tienen los mejores DJ de la ciudad, no es solo un lugar para bailar y tomar; también expone los trabajos de jóvenes artistas en todas las paredes del sitio. Es todo lo anterior y más. Es un lugar ecléctico con una fuerte y definida personalidad muy propia de sus dueños, Gustavo Giménez-Vieweg y Dagoberto González. Definitivamente, como en todo, la personalidad y el estilo de un local no están determinados por la cantidad de dinero que se invierta.

Pero además La Casa 22 se me presenta como una suerte de promotor cultural y comercial de El Hatillo porque acoge con mística a los nuevos locales que emprenden también. Otro ejemplo de estilo y personalidad es la cervecería La Esquina. Local con poco más de un año de fundado en El Hatillo produce su propia cerveza en distintas presentaciones. Cada cerveza tiene el nombre de una esquina del damero fundacional de Caracas. Hay una idea de pertenencia detrás de esto. El ambiente y la música que se esmeran por presentar de miércoles a domingo también muestran una personalidad muy definida.

Tanto La Casa 22 como La Esquina son conscientes de que mientras más lugares con propuestas interesantes en El Hatillo haya, todos se beneficiarán: los empresarios, los consumidores, el propio pueblo. No puedo evitar hacer este tipo de análisis, pero la dinámica que se aprecia en los dueños de estos locales entre sí es la misma que se ve en el libre mercado en el que operan diversos agentes y se presentan diversas opciones al consumidor. Es una dinámica libre, espontánea y cooperativa, dentro de lo que cabe, en un país tan estatizado como este.

Creo que si algo muestra la noche de Caracas en 2022, luego de 24 años de régimen, es que el mercado invariablemente se abrirá camino, a pesar del Estado, sus aliados comerciales y políticos y la extravagancia decadente. El estilo, la personalidad y las ganas de llevar a cabo un proyecto de vida siempre pueden más.


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