Cuando me encontré hacia finales de los años setenta ante el dilema de cuál carrera escoger, recuerdo que solía observar figuras profesionales públicas destacadas para hacerme una idea de cómo servirle mejor a mi país, al tiempo de realizarme profesionalmente. Sirva este modesto artículo, que dedico gracias a la posibilidad que me brinda El Nacional, a la persona del ingeniero Humberto Calderón Berti, a quien solo conozco por su trayectoria pública, en desagravio frente a la infinita torpeza cometida con su destitución como embajador ante la República de Colombia.

Disculpen la poca elegancia de referirme a mi propio caso, pero no puedo sino dejar testimonio ante pasadas y nuevas generaciones de la convicción que sostengo en la existencia de cientos de miles de venezolanos valiosos, en todas y cada una de las generaciones, que en su momento han soñado, y aún soñamos, con la posibilidad de ayudar a construir una ¡Venezuela decente y próspera para todos!

Venciendo el «egoísmo» de quienes piensan solo en conveniencias particulares, y en sus trayectorias políticas dedicadas a alcanzar y controlar poder para satisfacer egos y deseos de pretendidas glorias, sin madurar la conducta de reflexión en equipo y desde un compromiso leal hacia el padecer colectivo del venezolano de hoy.

En medio de esta marejada de excremento en que parecen hundirse irremediablemente las seudo élites de dirección del país, así reflexionando me vino a la memoria aquel noble movimiento de ingeniería de los ochenta en la UCV.  Allí nos formamos junto a una camada de dirigentes universitarios, barriendo con algunas sectas partidocráticas enquistadas en la universidad, las cuales ya para entonces iban mostrando sus costuras de privilegiar complicidades y corruptelas entre ellos, iniciándose en sus desviaciones éticas como dirigentes partidistas.

Con dolor hemos observado cómo se han reinstalado prácticas de clientelismo y compra de conciencias ante nuevas generaciones de juventudes a las que se les pretende someter a la perversión de valores a cambio de puestos en Parlamentos, cargos de gobierno o prebendas emanadas de las cúpulas que los tarifan, cual empleados de tal o cual corporación. Triste incluso fue observar el caso del alférez al que se le coloca a defender lo indefendible frente a una manifestación de malestar salida desde las aulas universitarias y que dicho joven estudiante de la Academia Militar le impongas repetir, sin argumentos realmente sustentadores de una razonamiento propio, frases memorizadas cual consignas de un partidismo a favor del narcorrégimen que subyuga nuestro pueblo.

Nosotros, aquellos jóvenes del contestatario movimiento de ingeniería de los ochenta, estudiamos, luchamos por recobrar las pasantías profesionales, la obligatoriedad de realización de la tesis de grado para salir mejor preparados. En mi caso durante varios años trabajé y estudié, como asistente de ingeniero, en la prestigiosa firma Caltec, con los ingenieros Manuel Vicente Méndez y Gustavo Rivas, quienes, entre otros excelentes profesionales, aportaron mucho al desarrollo hidroeléctrico del país. Fui preparador de Mecánica de los Fluidos I y II, en el Departamento de Hidráulica, donde enseñaron hombres de la valía de nuestro ex decano José Ignacio Sanabria, por ejemplo. Fuimos miembros de los nuevos Centros de Estudiantes, “de estudiantes”; y no de vagonetas politiqueros  que envejecían en las universidades.

Casi para graduarme recuerdo que después de enfrentar junto a mis compañeros el autoritarismo de un decano llamado Piar Sosa Oca, y después de haber dirigido el Centro de Ingeniería Civil, vivimos otra dosis de represión, como fue el caso de Tazón, donde el entonces desgraciadamente rector Edmundo Chirinos recurrió a la Guardia Nacional y se produjo una balacera que destruyó el ojo de un estudiante y dejó lesionados a varios otros compañeros de la facultad de Agronomía y Veterinaria. De allí surgió el movimiento por la vida en Aragua, y un movimiento independiente junto a la profesora Carmen Funes.

Cuando observaba el rostro espiritualmente herido de un hombre de la talla de Humberto Calderón, con una vida pública ejemplar, recordé lo que practicado desde aquellos tiempos del joven universitario que fui hasta hoy; cuando decidí por aquel tiempo que no sería presidente de la FCU, aun teniendo el apoyo y seguro triunfo para serlo, según lo planteado por los factores decisivos de entonces, pues quería graduarme y trabajar más pronto por mi propio bienestar familiar y por mi país desde el campo profesional honrado y competente; sin embargo, me mantendría siempre en la candela, pero más como militante de un partido específico como militante del sueño de mayor libertad y democracia para una Venezuela de meritocracia y lealtad hacia la nación. Estudiando siempre, trabajando, enseñando y aprendiendo junto a las nuevas generaciones para cumplir, sumadas en armonía las de nuestros mayores con las de menores edades, experiencias para satisfacer las necesidades ciudadanas.

Pienso que he sido leal al intentar cumplir y dar mi aporte por el bien común de Venezuela. He intentado seguir el buen ejemplo de trayectorias limpias por nuestro país. De allí siento que emana la autoridad moral para exigir una explicación clara a cualquier gobierno sobre sus actos. ¡Háblenos entonces claro usted ahora, señor presidente Guaidó!

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