La elección presidencial norteamericana actual está llena de imponderables. Lo más resaltante e influyente, sin duda alguna, es la polarización. Y ésta es hija del liderazgo populista del presidente, que la promueve en su beneficio, con base en la promesa básica que mueve a sus partidarios: regresar al paraíso perdido y arrebatado por unas élites enemigas del “pueblo”.

En la sociedad estadounidense, el paraíso nunca alcanzado completamente por las personas de color se ha desvanecido también para la población de raza blanca en las últimas tres décadas, y más específicamente para la población blanca que no requería de ir a la universidad para realizar el llamado “sueño americano”, según el cual cualquiera podía prosperar, tener casa propia, asegurar su vejez y sus hijos podían ir a la universidad, siempre y cuando se esforzara y trabajara en función de esos objetivos. Contra esa población de raza blanca sin universidad atentan los avances tecnológicos que hacen imprescindible el estudio y la capacitación, la robotización, la automatización, la globalización vista desde la competencia no solo de obra barata de otros países, sino también con el resurgimiento y desarrollo de industrias competitivas en Europa y Asia después de la Segunda Guerra Mundial, y en lo interno, la demonización creciente de los sindicatos, que es la herramienta fundamental de lucha de los trabajadores de empresas manufactureras, entre otros factores. El blanco sin universidad votó por Trump en 2016 y lo sigue respaldando en porcentajes superiores a 60%.

La polarización pone al electorado a competir por el nivel de entusiasmo entre los polos en disputa; quién está más animado a participar y cómo hace valer sus ideas. Y en esto reside la importancia de que los más comprometidos con cada candidato salgan a votar y animen a otros a hacer lo mismo, que ayuden a que los ni-ni se terminen de cuadrar. La tarea adquiere más relevancia si la competencia está más o menos pareja.

Actualmente, Joe Biden, el exvicepresidente de Obama, candidato del partido demócrata, le lleva una ventaja nacional de unos 8 puntos a Donald Trump, según la mayoría de las encuestadoras. Pero cuando se pregunta a los electores con qué fuerza respaldan a su candidato, 66% de quienes respaldan a Trump dicen que lo hacen muy entusiasmados, mientras que el porcentaje de mucho entusiasmo entre los que votan por Biden es de 46%. Valga acotar que entre los no tan entusiasmados por Biden hay una importante porción que vota por él sólo por ir contra Trump, y en eso sí están bastante entusiasmados. Precisamente, por el fenómeno de la polarización.

La ventaja de Biden sobre el presidente es significativa; pero lo es en la preferencia nacional. Recuérdese que la elección del presidente de EE.UU. es de segundo grado. La población expresa su preferencia, pero son los miembros de los llamados colegios electorales quienes emiten la opinión final de cada estado y manifiestan esa opinión de acuerdo con la preferencia ya expresada por la mayoría de su población, sin importar cuán grande o pequeña fue la voluntad de esa mayoría. Este es también un factor relevante que complica la campaña presidencial. Los candidatos deben entonces combinar un mensaje nacional con otros que respondan a las aspiraciones de los estados, quienes, a su vez, no son necesariamente monolíticos en su conformación. Pensilvania, por ejemplo, que cuenta con 20 votos de colegios electorales, tiende a votar demócrata en sus dos más grandes ciudades, Filadelfia, en el este, y Pittsburgh, en el oeste. Pero el centro, con un fuerte aditamento rural, tiende a votar republicano.

Los candidatos no pueden contentarse con ganar estados grandes, con más colegios electorales, por el volumen de su población, pues los pequeños también suman. Trump ganó la pasada elección presidencial por una diferencia a su favor de unos 70 mil votos de Michigan, Wisconsin y Pensilvania, a pesar de haber perdido en el voto popular nacional. Hillary Clinton le ganó a Trump en el voto popular con más de 2 millones 864 mil votos de diferencia, pero perdió en esos tres estados por esa mínima cantidad, que le sumaron a Trump 46 votos de los 270 necesarios para ganar el colegio electoral.

El mensaje en sí es la tercera pata de la mesa. La última encuesta del Centro Pew de Investigación (julio-agosto) reveló que la economía es el tema electoral más saliente (79%), como lo fue en 2016. Le siguen el cuidado de la salud (68%), las designaciones de magistrados a la Corte Suprema (64%, y esta consulta se hizo antes de la muerte de la magistrada Ruth Bader Ginsburg), el coronavirus (62%), el crimen violento (59%), la política exterior (57%), la política de porte de armas (55%), la inequidad étnica y racial (52%, aun después de la muerte de George Floyd), inmigración (52%), la inequidad económica (49%), el cambio climático (42%) y el aborto (40%).

Aunque en los últimos 35 años los gobiernos demócratas han manejado mejor la economía que los gobiernos republicanos, el Partido Republicano, y más ahora con Trump, ha sabido vender la idea de que son ellos quienes lo han hecho mejor. Quizás porque se muestran más proclives a defender con primacía los intereses empresariales, ofrecen desregulaciones de todo tipo supuestamente para estimular la inversión y prometen siempre rebajar los impuestos.

Los hechos, sin embargo, dice otra cosa. En los gobiernos de Reagan y del primer Bush, la deuda pública aumentó en 186%; y al cierre de la presidencia de ese Bush, el crecimiento económico había caído hasta un promedio anualizado de 2,1% del PIB, mientras la deuda pública creció 54%.

Con los ocho años de Bill Clinton (demócrata) vino una etapa de aceleración del crecimiento económico, con un promedio anual en 3,9% del PIB, y al final de su presidencia, el país presentaba un superávit fiscal, mientras que la deuda pública solo creció 32%. El desempleo se ubicó en 3,8%.

Bush 2 trajo de vuelta los enfoques económicos desregulatorios y fiscales de la era Reagan. En 2007, el país entró en una seria recesión económica, tras un período en que el crecimiento económico se había ubicado en 2%. El déficit fiscal, en medio de la recesión, alcanzó 9,9% del PIB en 2009, y la deuda pública se incrementó en un 101%. El desempleo estaba sobre el 10%.

Barack Obama (demócrata) sacó al país de la recesión económica en su primer año como presidente. El país promedió un crecimiento económico anual de 2%, sosteniendo el crecimiento del empleo en el sector privado por seis años consecutivos (12 millones de nuevas plazas). El déficit fiscal se redujo a 2,8% del PIB y la deuda pública creció 74%. El desempleo se redujo a 4,6%. Se elevó el ingreso promedio familiar en 5,3% y los salarios reales semanales en 4%. El crecimiento de las fuentes de energía renovable fue del 369% y el país comenzó a exportar petróleo. Y el índice bursátil Dow Jones creció de 8.000 puntos a 21.000. Esta fue la herencia que recibió Trump, quien mantuvo la economía en general en buena forma hasta que sobrevino la pandemia.

Estos indicadores destacan lo importante que es la forma como se manejan los temas en una campaña electoral. La economía es el tema más importante, pero ¿cómo afectan las medidas gubernamentales y las políticas al ciudadano de a pie?

Algo similar ocurre con el tema de los cuidados de salud, el segundo tópico de relevancia. El periódico Político y una escuela de salud pública de Harvard publicaron en febrero de este año (antes de la expansión de la pandemia y de los confinamientos) un estudio que mostraba que los pagos por la salud eran de inmensa preocupación para los estadounidenses. Los altos costos de la salud y de los medicamentos, no el sistema de salud.

Alrededor de 80% de los entrevistados por Político y Harvard estimaron que “tomar medidas para bajar los costos del cuidado de la salud” era “extremadamente” o “muy” importante. Reducir el precio de los medicamentos con receta tuvo una expresión similar, 75%. En contraste, cambiar los sistemas de asistencia para la salud, como incorporar una opción pública de seguro médico o el seguro médico gratuito para todos, se ubicaron en los puestos 6 y 10 de relevancia, entre 22 temas que se les pidió a los encuestados que señalaran como prioritarios.

Los temas por sí solos también enrarecen el ambiente. Trump nunca pensó que le sobrevendría una crisis como la de la pandemia y su visión populista lo obnubiló. Temeroso de que la crisis le afectara su estancia política personal, la ha gerenciado pésimamente, tratando de negar la realidad y achacando su fracaso a China, el enemigo externo del populista típico. Pero con más de 200 mil muertos no se puede tapar el sol con un dedo. No obstante, aunque con alto porcentaje, la pandemia es el cuarto tema más importante para los votantes, según Pew. De tercero está el de las designaciones de magistrados de la Corte Suprema.

A fines de la semana pasado murió la magistrada liberal, Ruth Bader Ginsburg. Trump anunció inmediatamente que esta misma semana nominará a una mujer como candidata a suplir a la fallecida. El tema de la designación de magistrados será objeto de debate probablemente por semanas. Y apenas quedan unos 45 días hasta la elección presidencial.

Hay muchos factores a tomar en cuenta para tener una campaña electoral exitosa. Mi opinión puede ser de Perogrullo, y es que lo fundamental es hablar de los problemas concretos de la gente y de cómo éstos afectan a todos; y que, en el caso norteamericano, la mayoría de los electores es de raza blanca.

Hasta la próxima.

@LaresFermin


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