En mi artículo anterior expuse algunos rasgos de la estrategia diseñada y puesta en ejecución por el régimen madurista para garantizar su permanencia en el poder. Allí establecí que su objetivo inmediato es obtener la victoria en las próximas elecciones parlamentarias, pero resalté las dificultades existentes para obtener ese triunfo ante el inmenso rechazo popular, superior a 80%, que tiene el gobierno de Nicolás Maduro. Mantuve que solo podría obtener la victoria mediante una de las siguientes formas de acción: la alteración de los resultados o estimular una gran abstención. Al parecer, se decidió por la segunda. Hasta este momento se han establecido dos medidas para alcanzar ese fin: designar por el Tribunal Supremo de Justicia, arrogándose la facultad de la Asamblea Nacional, un nuevo Consejo Nacional Electoral controlado por el oficialismo y nombrar arbitrariamente, sin realizar elecciones internas, las directivas de los partidos políticos de oposición, entregándoles, además, sus símbolos y tarjetas. La aplicación de estas medidas parece haber tenido éxito. En este momento, la tendencia abstencionista predomina en la opinión pública.

Sin embargo, lo anterior no es suficiente. El régimen madurista necesita, además de obtener el triunfo electoral, lograr que el resultado sea reconocido internacionalmente. Alcanzar ese objetivo exige cumplir en las elecciones con un conjunto de requisitos propios de los regímenes democráticos. Nicolás Maduro entiende que de no lograrlo, difícilmente podría aspirar a la suspensión de las sanciones que pesan sobre su gobierno. Por eso, convencido como está de que Estados Unidos no aceptará negociar esas sanciones, mientras él no abandone el poder y se establezca un gobierno de transición, ha dedicado sus esfuerzos a influir en la Unión Europea para que su participación como observador en el proceso le permita alcanzar el reconocimiento y legitimidad requerida. Pienso que esta realidad política va a obligar al madurismo a conceder algunas condiciones para que las elecciones puedan tener suficiente aceptación internacional. Creo también que dos de esas condiciones están siendo estudiadas: cambiar la fecha de las elecciones y aceptar la observación internacional. Nicolás Maduro considera que el abstencionismo puede garantizarle el triunfo, pero mantiene, con razón, un persistente temor a la derrota.

Esa incertidumbre ha conducido al madurismo, asesorado por el régimen cubano, a iniciar una hábil campaña dedicada a debilitar al liderazgo opositor para que no pueda convocar a votar si Nicolás Maduro, ante la presión diplomática y la necesidad de que el resultado sea reconocido y legitimado por la comunidad internacional, se ve obligado a conceder mejores condiciones electorales. Este aspecto ha tomado, en estos últimos días, una gran importancia en la estrategia madurista, pues, de no valorar con exactitud el sentimiento nacional podría sufrir una derrota similar a la ocurrida en las elecciones del año 2015. Esta percepción me surge de observar la gran difusión que se le da a cualquier noticia dirigida a descalificar a dirigentes importantes de la oposición: Juan Guaidó, Henrique Capriles, Eduardo Fernández, María Corina Machado, Claudio Fermín, Henri Falcón, Ramón Guillermo Aveledo, Andrés Velásquez y a otros. Es verdad que el debate, entre aquellos a favor de votar o no votar, es de tal acritud que fortalece significativamente esa campaña oficialista, apoyada por organizaciones expertas en este tipo de operaciones, para generar confusión y reforzar el objetivo descalificador.

Reconozco que no es fácil armonizar posiciones tan contrapuestas, pero siempre he creído que es posible construir una verdadera y sólida unidad en la oposición, si su dirigencia se concentra en discutir no solo la participación o abstención en las elecciones parlamentarias, sino también analiza, con una visión más amplia, los distintos escenarios que podrían desarrollarse en Venezuela después del 6 de diciembre y la respuesta a esa nueva realidad. Al hacerlo, estoy seguro de que surgirían algunos elementos coincidentes entre las dos posiciones. La decisión de Henrique Capriles de llamar a votar, si se logran mejores condiciones electorales, lo ha transformado en el objetivo central de la estrategia madurista. Por eso, rechazo el inaceptable epíteto de “traidor” que se le quiere endilgar y que está siendo hábilmente utilizado por la acción del chavismo. No conozco detalles de lo ocurrido, pero el resultado está a la vista: 110 presos políticos fueron liberados y se rumora que el madurismo va a aceptar la presencia de observadores de la Unión Europea en las elecciones parlamentarias. Esa presencia obligaría a realizar unas elecciones libres, democráticas y competitivas. De no ser así, los observadores lo denunciarían deslegitimando totalmente el resultado electoral. Adelante, la lucha continúa.

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