Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase”. (Lenin).

Bueno, pues parece que, una vez más, ha llegado el momento de que los ciudadanos podamos ejercer nuestro derecho al voto.

Resulta curioso;  si uno se para a analizarlo, el derecho al voto es más un deber que un derecho en sí. Tenemos, sobre todo, el deber de votar en conciencia, ejerciendo a su vez uno de los pocos derechos y libertades que aún nos permite esta mal llamada democracia.

Decía Charles Bukowski que “la diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes”. Yo no iría tan lejos, pero evidentemente, no soy Bukowski ni ganas de serlo, por cierto; pero sí es cierto que un gesto tan nimio como introducir un papel, o dos, en una caja de metacrilato, puede determinar muchos aspectos de cómo será tu vida los próximos cuatro años.

Y aquí es donde entra la gran verdad, la responsabilidad que ese sencillo gesto implica.

Miren señores, y señoras por supuesto. Las elecciones municipales y autonómicas que afrontamos este domingo, si lo analizamos, tienen en la vida del ciudadano, en nuestra vida, un efecto tanto ejecutivo como coactivo muy superior a las generales; esto que afirmo es fácil de argumentar. Desde el punto de vista económico, en lo que puede afectarnos que gobierne a nivel autonómico uno u otro partido, esto es, en los tributos, impuestos y en los costes de los diversos servicios que son competencia de las comunidades autónomas, en realidad, la mayor parte.

A nivel municipal, las distintas normativas y preceptos por los que nos regulamos en nuestra vida diaria, sean prohibiciones, sanciones, regulaciones comerciales y empresariales, y un pequeño etcétera; en definitiva, las normas de convivencia que regularán y condicionarán nuestra vida en común, como sociedad e individuos, en nuestro municipio, esto es, en nuestro entorno vital.

Es por esto que las elecciones autonómicas y sobre todo las municipales son las más personalistas dentro de los muchos sufragios que, a lo largo del tiempo, debemos afrontar. Por este mismo motivo, sobre todo en los municipios pequeños, no se vota a unas siglas, sino a una persona.

No es un mal planteamiento, cuando las elecciones municipales y autonómicas son las que más afectan a las cosas del comer, como se suele decir. Lamentablemente, esto no suele extrapolarse a las grandes ciudades, a las metrópolis, dado que en estas, la cercanía con los mandatarios locales, salvo en raras ocasiones, no existe.

Pero no deja de ser un precepto deseable este de olvidarnos de las siglas y votar, sino por cercanía personal, sí por calidad y eficiencia en la gestión. Y llegados a este punto, me van a permitir, y si no me lo permiten me trae al pairo, que exprese mi absoluto convencimiento, basado en pruebas empíricas, de que los partidos de derecha moderada, porque en España no existe otra derecha a pesar de lo que quieran vendernos, del mismo modo que actualmente no existe otra izquierda que la ultraizquierda, apoderada de la polarización más absoluta en pro de sus intereses, los partidos de derechas en definitiva, son mejores gestores de lo que interesa al ciudadano, mientras que las izquierdas son esclavas de sus eslóganes y sus políticas sociales erróneas y caducas y de su ineficacia innata para la gestión.

Solo hay que ver, después de estos cuatro años, en qué posición se encuentran Madrid y Barcelona.

Madrid ha pasado a ser el estandarte del cosmopolitismo, de la cultura y de las libertades que un día fue, o pretendió ser Barcelona, la cual se ha transformado en sinónimo de desorden, peligrosidad y libertinaje con base en las políticas erráticas de Ada Colau, no en vano, heredera de la cultura de la okupación, de la que ha hecho bandera y que ha transformado a la que fue el buque insignia de las ciudades españolas, de cara al extranjero, en una cloaca pútrida a la que las agencias de viajes recomiendan no viajar.

Esto, que era previsible, es lo que ocurre cuando metes a los anarquistas en las esferas del poder. De los anarquistas solo se puede esperar anarquía. Y a la hora de elegir cómo queremos vivir, cómo queremos que vivan nuestros hijos y nuestros mayores, la responsabilidad habría de hacernos plantear con seriedad ciertas cosas.

Así pues, cuando el domingo acudan a las urnas, acudan con las ideas claras, con pragmatismo y con reflexión, que para eso tenemos un día entero para reflexionar. No vaya a ser que esa caja de metacrilato se transforme en la caja de Pandora que, tras abrirla, transforme la promesa de felicidad en el caos más absoluto.

Nos vemos en las urnas.

@elvillano1970


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