Nadie puede afirmar con exactitud que tan antigua resulta esta tradición entre los porteños, aunque no sería descabellado atribuirla al establecimiento de la Compañía Guipuzcoana a comienzos del siglo XVIII. Quizás los primeros españoles a quienes correspondió dar forma urbana al puerto de Cabello, la trajeron rememorando las festividades de San Telmo de Zumaia, que desde antaño se celebran en la provincia de Guipúzcoa, en donde el lunes siguiente de Pascua se lleva la imagen de aquel santo en procesión hasta la ermita situada al borde del acantilado que domina la playa de Itzurun, y desde allí se bendice el mar.  Su origen podría también estar asociado a algún evento natural (quizá un maremoto) que azotara a nuestras costas, tal y como ocurre con la bendición del mar que tiene lugar en La Carraca, Cádiz, luego de la tradicional misa de acción de gracias en recuerdo del maremoto de 1755 que milagrosamente no causó mayores estragos entre los habitantes de aquella comunidad, o Etretat, población francesa, en la que se conmemora la Bénédiction de la Mer, cuyo origen se remonta a tiempos medievales, cuando según la leyenda unos pescadores fueron atrapados en terrible tormenta que cesó sólo cuando un monje se arrodilló y rezó porque aquélla se detuviera.

No deja de ser curioso, sin embargo, que el obispo Mariano Martí cuya aguda pluma escrutara distintos poblados, incluido el nuestro, en las visitas pastorales de los años finiseculares del siglo XVIII, nada refiera sobre esta tradición en el puerto, lo que nos lleva a concluir que quizás sus inicios se remonten a la primera mitad del siguiente siglo. Se trata, en todo caso, de una festividad eminentemente religiosa, a veces inspirada en la bendición de las aguas que de acuerdo con el calendario católico se celebra en la Epifanía, y que se extiende de acuerdo a las distintas culturas a los ríos y lagos.

A falta de datos precisos sobre su antigüedad, sí se disponen de algunas crónicas periodísticas que permiten al menos afirmar, que esta tradición tiene poco más de siglo y medio entre nosotros. Entiéndase que se trata solo de resaltar sus orígenes de vieja data, pues no se conoce con exactitud cuándo se inicia aquí, de allí que nos resulta curioso esa relativa reciente costumbre de atribuirle un año específico a cada nuevo aniversario de su celebración. En El Vigilante (1863), leemos: «… para coronar las fiestas de la Semana Santa, nadie debe excusarse de concurrir a la procesión de mañana domingo en la madrugada, una de las fiestas más hermosas que pueden presenciarse, y a la cual da singular realce la hora, la carrera de la procesión, la bendición del puerto y fortaleza…»; una década más tarde El Eco Porteño, señala: «Llegó por fin el Domingo de Resurrección, día en que según la costumbre la procesión recorrió el muelle, bendijo las aguas, los buques y el castillo…». Y mayores detalles sobre la festividad los encontramos en una crónica de 1887, aparecida en El Diario Comercial: «La fiesta de ayer domingo, una de las más lucidas de los días Santos, debido en gran parte a la posición topográfica de este puerto que le presta mayor mérito, estuvo también concurridísima, no obstante que solo en la tarde del sábado vino a obtenerse el permiso para salir la procesión. La salva del Castillo Libertador que ostentaba sobre sus almenas formada toda la guarnición de la fortaleza, los buques empavesados, la bendición del puerto, Castillo, &., todo esto presta particular realce a esta fiesta».

Lo cierto es que para inicios del siglo pasado esta tradición era una verdaderamente multitudinaria, especialmente, en tiempos de Fray Eugenio Galilea. Algunas fotografías y postales dan cuenta de ello, de manera elocuente, como ocurre con una imagen iluminada editada por Meclin Jesurum, propietario del Museo y Botillería “El Globo”. Contrario a lo afirmado por algunos en el sentido de que la tradición había desaparecido durante la década de los ochenta o noventa, es importante recalcar que ésta nunca “desapareció”, aunque justo resulta afirmar que su celebración se hizo más modesta y menos visible, de hecho, la recordamos en el sector de Playa Blanca y no en La Planchita. El 6 de marzo de 1967, en comunicación que se conserva en el archivo diocesano local, el entonces Obispo de Valencia –José Alí Lebrún– le escribe al padre Montenegro: «En estos días recibí una atenta carta del Prefecto de esa Ciudad Oswaldo Küper Saune, pidiéndome fomentara una tradicional ceremonia de Puerto Cabello el domingo de resurrección, la Bendición del mar. Ciertamente que recuerdo con devoción y cariño la Procesión del Santísimo que desde el templo de San José se hacía en la madrugada del Domingo y la Bendición con el Santísimo que se impartía al mar, hacia las seis de la mañana, frente al Castillo Libertador, mientras tanto la Banda tocaba el Himno Nacional y los cañones del fuerte disparaban una salva de artillería./ No sé actualmente qué se hace, sobre todo con los cambios de hora de la reforma litúrgica, pero me parecería conveniente que hablara un poco sobre esto con el Prefecto y vieran si esta tradición y costumbre porteña se le pudiera dar nuevamente el esplendor e importancia que tuvo. Este acto bien organizado podría contribuir mucho a la devoción a la Divina Eucaristía, sobre todo la Procesión…».

Interesante observar que durante el siglo XIX la celebración no recibe el nombre de la bendición del mar, sino el de la “bendición del puerto” o “bendición de las aguas”; no será sino a principios del siglo pasado cuando se comience a denominar “bendición del mar”, como lo testimonian algunas viejas postales que registran este evento. Lo anterior nos permite ensayar una explicación: Puerto Cabello nunca ha vivido de su mar, contrario a lo que ocurre con los pueblos de oriente que esperan a los peñeros y el pescado para su sustento; por el contrario, los porteños siempre han vivido del puerto, a través de cuyos muelles llegan los buques y mercancías generadoras de su actividad económica. Eso explicaría el porqué en sus inicios se bendecía el puerto y no el mar.

Las familias porteñas encontraron siempre en esta tradición una forma de renovar su fe con profundo fervor cristiano, de allí que la Semana Santa se convirtiera en una gran celebración de amor y paz dirigida por la iglesia, en las que familias enteras sin distingo de clases se volcaban en masiva concurrencia y agradecidas al Dios Todopoderoso, por lo que se tenía y temerosas de lo que se podía perder.

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@PepeSabatino


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